Preguntas de los venezolanos
Cuántos niños desnutridos, mal alimentados, raquíticos, enfermos debido al hambre, sólo “comen” lo que sacan de la basura
Diana Gámez:
Cualquier venezolano se hace preguntas para intentar explicarse el terremoto de magnitud 10 que ha destruido su país y convertido su existencia en un martirio-suplicio. Cargado de excesos de dolor, tristeza, pobreza, violencia, precariedad y privaciones. Siempre in crescendo en estos últimos 23 años, y de lo “último” para la gran mayoría de los nacidos aquí. Huelga reiterar que los beneficiarios de esta maldición socialcomunista disfrutan de una calidad de vida que envidian y desean miembros de aristocráticas casas reales del mundo. Pero que no tienen plenos poderes para disponer del erario público, como sí lo hace la sibarita izquierda caviar vernácula, que se adueñó de la clave de una caja de caudales llamada Venezuela.
Cada venezolano -que lo es tanto como la cúpula podrida en el poder- se preguntará, en primer lugar, qué ha hecho de malo para merecer semejante castigo. Que lo ha hundido en un infierno comunista del siglo XXI, que ha consumido sus sueños, esperanzas, proyectos de vida y cualquier modesta ilusión que haya acariciado. A estas alturas se ha tocado fondo con la hambruna como indeseable compañera de infortunio. Cuántos niños desnutridos, mal alimentados, raquíticos, enfermos debido al hambre, sólo “comen” lo que sacan de la basura. Igual ocurre con los ancianos abandonados. Sentenciados a morir, porque tampoco cuentan con dinero para comprar las medicinas que se requieren en esta etapa de la vida, que el socialismo ha convertido en una dura e infeliz subsistencia, que hace de la muerte un alivio.
En ese obligatorio examen que nuestra dolorosa y terrible situación nos impone, bien cabe la interrogante que más nos apremia, y es el precio qué -todavía- debe pagar el pueblo por su ingenua candidez al instalar en el poder a una taifa de esta calaña. Las evidencias demuestran que esta banda enquistada en el poder tiene como único objetivo seguir enriqueciéndose. Tal como lo hacen los acumuladores compulsivos, esos que nunca sacian sus ansias de poseer. De suyo, en un poco más de dos décadas se han apropiado de una de las riquezas petroleras más grandes del continente, mientras el hambre es el único superávit del que pueden vanagloriarse las macollas de corruptos, mafias y enchufados, tanto del sector militar como del civil.
¿Cuántos niños de la patria deben morir de hambre? Esos que sólo acumulan sufrimiento, que sobreviven en ambientes llenos de violencia y ausencias, pues sus padres forman parte de los casi siete millones de venezolanos que la precariedad y la indolencia han expulsado de Venezuela. Son niños huérfanos con padres vivos, sin afecto, a quienes les niegan el derecho a alimentarse, vestirse, calzarse, a estudiar y a tener atención médica oportuna. Aquí en el estado Bolívar, también, son abandonados por sus progenitores, quienes son reclutados por los explotadores del arco minero. Esos que no tienen escrúpulos para someter a esclavitud a sus compatriotas. Por cierto, estos negreros del siglo XXI esclavizan con la complicidad estatal, tal como se hizo durante la colonia.
Otra cuestión sobre la infancia obliga a preguntarse en torno a cuántos niños están condenados a morir por enfermedades oncológicas, cardiológicas, renales u otras menos graves. Cada día somos silentes espectadores de su fallecimiento en el J.M. de los Ríos. Hospital que los atendía, pero que hoy tiene escasas posibilidades de hacerlo, debido al implacable proceso de exterminio al que ha sido sometido. ¿Qué pasa en el resto de Venezuela con los hospitales infantiles? También dejaron de funcionar. Fueron demolidos por la indolencia, ineficacia e insensibilidad de la comunista y acaudalada élite dominante. Esa que perpetró los Barrio Adentro y los CDI para los pobres, y que le paga -todavía- enormes cantidades de dólares a la tiranía cubana por los “servicios” de sus presuntos médicos. Programa castrocomunista -valga recordarlo- que trafica con el trabajo de estos matasanos, y que ha sido calificada como esclavitud moderna por organizaciones de derechos humanos.
Las preguntas son infinitas, pues cada aspecto de la sociedad, de las instituciones, de la vida se traducen en desolación. En ruinas, cenizas, decadencia, quiebra, bancarrota, exclusión, miseria, abandono y devastación, que son el día a día de nuestra existencia.
Agridulces
Emisarios de poderosos capos mexicanos de la droga llegaron a Caracas para negociar con el ELN y las disidencias de las FARC. Son heraldos de aquellos criminales que exigen la inmediata solución de sus conflictos, que están afectando las rutas del narcotráfico. Estoy segura de que “resolverán” el problema.-