El valor de la vida humana, la cultura de la muerte y la Redención
Carlos Augusto Casanova Guerra (Doctor en Filosofía, Universidad de Navarra (España). Abogado, Universidad Católica Andrés Bello (Caracas, Venezuela). Profesor de la Pontificia Universidad Católica de Chile)
En febrero de 1994, la Madre Teresa dirigió estas palabras a un auditorio que incluía a los esposos Clinton y a Al Gore:
Por el aborto, la madre no aprende a amar, sino que mata aun a su propio hijo para resolver sus problemas. [El aborto es] realmente una guerra contra el niño, y yo detesto este asesinato de un niño inocente, un asesinato cometido por su propia madre. Si aceptamos que la madre pueda matar aun a su propio hijo, ¿cómo podemos pedir a otras personas que no se maten mutuamente?
Ningún país que acepte el aborto está enseñando a su pueblo a que se amen mutuamente, sino a usar la violencia para alcanzar lo que quieren. Por esto el aborto es el mayor destructor del amor y la paz.[1]
El auditorio aplaudió a rabiar, pero los Clinton y Gore pusieron cara de esfinge, un rostro sin expresión, porque esta profetisa les estaba cantando sus pecados. Vivimos en un tiempo marcado por la pérdida de la conciencia de la dignidad humana. La Madre Teresa aparece como una voz que clama en el desierto.
Aquí y hace muy poco, un grupo de jóvenes mujeres enarbolando pañuelos verdes, celebraba que la Convención Constituyente declarara que será legal el aborto durante todo el tiempo del embarazo. Más lejos, algunos legisladores en Maryland intentan legalizar el infanticidio. En todo el mundo se extraen órganos de pacientes vivos y en muchos lugares se da sobredosis de morfina a los enfermos terminales o ancianos. A todos nos parece normal que los gobiernos autoricen el uso de medicamentos experimentales en toda la masa de la población y aun en los niños, a pesar de que existen otros medicamentos ya probados que sirven para combatir la enfermedad. Realmente Juan Pablo II acertó cuando dijo que en nuestra época reinaba la “cultura de la muerte”.
Ante este panorama, quiero, en primer lugar, dejar muy claro que el ser humano tiene una dignidad indudable. La raíz está en nuestro ser racional, que es un ser espiritual. Ya los griegos señalaron que esto significa que hay algo divino en el hombre, un chispazo de la sabiduría de Dios. El Génesis expresa esta misma idea enseñándonos que el hombre fue creado “a imagen y semejanza de Dios”.
Tanto los griegos como la Biblia nos han legado esta conciencia de que este parentesco del espíritu humano con lo divino torna a todos los hombres en seres dignos, cuyo buen o mal tratamiento puede ser considerado por un tribunal de justicia. Platón lo percibió con mucha intensidad y enseñó que todo ser humano, incluidos los esclavos, debe ser gobernado por su propio bien. Cicerón se percató de que el quicio del Derecho natural es el amor al hombre. Los estoicos humanizaron el Derecho romano, que ya en el siglo II castigaba el maltrato de los propios esclavos igual que el maltrato de los esclavos ajenos: no había realmente “propiedad” sobre los seres humanos, sino una potestad de otra naturaleza. Boecio condensó los hallazgos del Derecho romano y de la teología cristiana para formular su noción de persona: “substancia individual de naturaleza racional”. Esa noción pasó a la tradición occidental y la recoge el Código Civil de Andrés Bello, en su artículo 55: son personas todos los individuos de la especie humana.
Sin duda, pues, basta con ser un individuo de una especie racional para tener un título a ser considerado persona y digno. Los hombres merecen respeto y amor no por lo que pueden dar o por sus habilidades, sino por lo que son[2]. Eso Chile lo entendía muy bien hasta hace poco. Y en el seno de su familia, que es –como decía Juan Pablo II—verdaderamente el único lugar en que el hombre vale y es amado por lo que es y no por lo que tiene, en el seno de su familia, digo, era recibido con alegría todo niño, sin que importara cuán discapacitado. En el año 2005, cuando llegué a Chile procedente de Estados Unidos, este rasgo de esta sociedad me encantó. En Boston no se ve un niño con síndrome de Down. En Chile, se veían con frecuencia. Aquí se entendía el valor inmenso que tiene el ser humano por el mero hecho de ser lo que es.
Esta misma intuición se halla en los cimientos de la medicina científica occidental. Hipócrates con su juramento da un testimonio con una autoridad que se impuso por más de dos milenios y que sólo ahora se va abandonando: “En cuanto pueda y sepa, usaré las reglas dietéticas en provecho de los enfermos y apartaré de ellos todo daño e injusticia. Jamás daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo; tampoco administraré abortivo a mujer alguna. Por el contrario, viviré y practicaré mi arte de forma santa y pura.”
Cuando un ser humano mata directamente a un inocente, viola la dignidad del inocente. Pero, al hacerlo, insulta su propia dignidad. De hecho, como percibieron Sócrates, Platón y Aristóteles, se rebaja más el perpetrador que la víctima. El chacal puede pensar que es superior a esos que degüella y descuartiza, pero al despreciar la humanidad, está despreciándose a sí mismo en ella. Si la víctima se abandona en manos de Dios y lleva con toda la prestancia que le sea posible su destrucción, o si la víctima no tiene siquiera conciencia de lo que se le hace, el crimen clama al cielo, pero la persona cuyo cuerpo es destruido conserva intacta su dignidad. Sufre una desgracia, un infortunio, pero no daña su alma ni la rebaja.
Si nuestra tradición es tan clara, ¿de dónde procede, entonces, la cultura de la muerte? Quiero examinar con brevedad las raíces de esta locura y también explorar algunas de sus manifestaciones, para luego recordar las razones que sustentan nuestra esperanza en medio de las tinieblas que nos rodean.
Las dichas raíces se hallan en las almas de sus promotores y en los simples perpetradores, que entran en resonancia con la sofística y el gnosticismo que, contra la tradición, se han ido imponiendo. Vamos a examinar primero las que creo que son las raíces psicológicas, y después un par de textos de Marx y un texto de Nietzsche.
En primer lugar debo mencionar a las mujeres que han caído víctimas de la presión social, de sus familias que quieren “evitar un escándalo”; de los novios que les dicen: “si no lo haces, es tu problema”; de los agentes de Planned Parenthood que las asustan y las acorralan para que aborten. Ellas son atormentadas por años a causa de ese crimen. Y, a veces, acaban justificándolo en un acto de auto-engaño.
Después están las mujeres que eligen deliberadamente abortar, para zafarse de un problema. Santo Tomás dice que quien se sumerge en la lujuria después pierde el gobierno racional de sus acciones, y se hace incapaz de evaluar la jerarquía de bienes en juego[3], de manera que para continuar una vida irresponsable, se sacrifica una vida inocente.
Ambos tipos de mujeres están inclinadas a aceptar la mentira recogida en las consignas: “mi cuerpo es mi cuerpo” o “yo soy dueña de mi cuerpo”. Los seductores les sugieren la manera de auto-engañarse. Pero quien se auto-engaña tiene dudas y, para huir de ellas, debe huir de la razón y engañar a otros, aprender a encontrar un placer en el engaño. Nietzsche expresa ésta, su propia experiencia, magistralmente, en Más allá del bien y del mal:
230 […] hállase también […], una súbita resolución de ignorar, de aislarse voluntariamente, un cerrar sus ventanas, un decir interiormente no a esta o a aquella cosa, un no dejar que nada se nos acerque, una especie de estado de defensa contra muchas cosas de las que cabe tener un saber, un contentarse con la oscuridad, con el horizonte que nos aísla, un decir sí a la ignorancia y un darla por buena […]. Asimismo forma parte de lo dicho la ocasional voluntad del espíritu de dejarse engañar, acaso porque barrunte pícaramente que las cosas no son de este y el otro modo, que únicamente nosotros las consideramos de ese y el otro modo, un placer en toda inseguridad y equivocidad, un exultante autodisfrute de la estrechez y clandestinidad voluntarias de un rincón […], un autodisfrute de la arbitrariedad de todas esas exteriorizaciones de poder. Forman, en fin, parte de lo dicho aquella prontitud del espíritu, que no deja de dar que pensar, para engañar a otros espíritus y disfrazarse ante ellos […][4].
Por su parte, los promotores de la cultura de la muerte parecen afectados por un grado más profundo de locura. Por esto Hillary Clinton no sólo no obedeció a la profetisa que le envió Dios, sino que quiso utilizarla. ¿De dónde procede esta locura? Procede de las tendencias gnósticas y sofísticas a que me he referido, que han conseguido que se considere como “contrario a la separación entre la Iglesia y el Estado” la consideración de Dios, como si el ateísmo fuera racional y la posición neutra en la que deben situarse todos los que no se encuentran engañados por la ilusión religiosa. La verdad es que la semejanza con Dios es la raíz de la dignidad humana, como he mencionado, y que el insostenible ateísmo se halla en la base del desconocimiento de la dignidad humana. Tan insostenible es el ateísmo, que los pensadores anticristianos profundos no son ateos, pues saben que Dios existe, sino anti-teístas. Tales son, principalmente, Marx y Nietzsche.
Los seductores que promueven el aborto han sido engañados a su vez por estos dos espíritus del engaño y de la sospecha. ¿Qué quiere Marx con su engaño? Quiere borrar toda huella de Dios que hay en el mundo. Para eso quiere abolir la familia, con el pretexto de alcanzar así una supuesta liberación de la mujer y de los niños[5]. (En realidad, la abolición de la familia lleva a la esclavitud de todos, hombres, mujeres y niños, que se convierten en átomos aislados e indefensos frente al poder político, nacional o supranacional, como en China). La verdadera razón aparece en la cuarta tesis sobre Feuerbach:
Pero que la base secular se separe y se establezca como una región independiente en las nubes puede explicarse solamente por las grietas y contradicciones que se hallan dentro de esta base secular. Ella debe, por tanto, ser comprendida en su contradicción y revolucionada en la práctica. Así por ejemplo, la familia terrena se descubre como el secreto de la sagrada familia. Aquélla (la secular) debe ser ella misma destruida en la teoría y en la práctica.
No por nada Marx elige un ejemplo cristiano. Él sabe que su verdadero enemigo es el cristianismo, que contiene la única redención posible del hombre que ha caído en las redes del nihilismo satánico en que él quiere atraparnos. Esto no son metáforas sonoras. Realmente Marx quiere atraparnos en un nihilismo satánico. Lo cual aparece con la mayor claridad en su poesía. Pero veamos un pequeño fragmento de su única obra de teatro, inconclusa, Oulanem, cuyo nombre es ya satánico, “Emmanuel” trastocado:
Oulanem: -¡Todo está perdido! La hora ha expirado, y el tiempo
Permanece inmóvil. Este universo pigmeo colapsa.
Pronto atraparé la Eternidad y aullaré en su oído
La gigante maldición de la humanidad.
¡La Eternidad! ¡Es pena eterna,
Muerte inconcebible, inconmensurable!
[…]Hundirse enteramente, no ser –Oh, eso sería vida.
Pero ser barrido hasta arriba en la corriente de la Eternidad
Para rugir himnos al Creador…
¡Desprecio en la frente! ¿Podrá el Sol consumirlo [al Creador]?
[…]¡Maldición en desafío!
Que el ojo envenenado destelle destrucción.
[…]¡Destruyamos lo que sólo la mentira de la poesía ha formado,
¡Una maldición acabará lo que una maldición concibió!!
Algo semejante ocurre con Nietzsche. El prólogo de su obra El anticristo, se llama “la inversión de todos los valores”. Allí invierte, ciertamente, la visión clásica del hombre:
Se debe ser superior a la humanidad por la fuerza, por el temple, por el desprecio…
Y más claro todavía, con la anomía radicalizada hasta alcanzar el nivel satánico:
¿Qué es lo bueno? Todo lo que eleva en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo. ¿Qué es lo malo? Todo lo que proviene de la debilidad. ¿Qué es la felicidad? El sentimiento de lo que acrece el poder; el sentimiento de haber superado una resistencia. No contento, sino mayor poderío; no paz en general, sino guerra; no virtud, sino habilidad (virtud en el estilo del Renacimiento. Virtud libre de moralina). Los débiles y los fracasados deben perecer; ésta es la primera proposición de nuestro amor a los hombres. Y hay que ayudarlos a perecer. ¿Qué es lo más perjudicial que cualquier vicio? La acción compasiva hacia todos los fracasados y los débiles: el cristianismo. (Parágrafo 2)
Esta locura satánica, señores, es lo único que explica lo que estamos viendo y viviendo. Moloch ha vuelto a poseer a las naciones y exige el sacrificio de millones de niños. Ya no se conforma con los no-nacidos. En la legislatura de Maryland ha alzado su grito sobre los ya nacidos. Pero Huichilobos ha extendido su reino más allá de la Triple Alianza de los mexicas, y exige los corazones, hígados, córneas y otros órganos de pacientes vivos, de neveras de órganos que él llama “cerebralmente muertos”.
Que no se extrañen los médicos aquí presentes, educados en nuestra cultura frankensteiniana. Allan Shewmon ha dejado fuera de toda duda que la muerte cerebral no es muerte. Sus adversarios, los que entienden sus argumentos, han tenido que reconocerlo, y sólo han podido replicar lo siguiente:
En el Tercer Congreso Internacional sobre el estado de coma y la muerte, en La Habana, en el año 2000, el neurólogo Fred Plum, una de las autoridades más importantes del mundo sobre esta materia, al oír el discurso de orden del dr. Shewmon sobre los paralelismos fisiológicos que existen entre los cuerpos con cerebro destruido (esto es, muertos cerebralmente) y los cuerpos con cerebro desconectado, exclamó con exasperación durante la sesión de preguntas y respuestas: “Ok, te concedo que el cuerpo cerebralmente muerto es un organismo vivo, ¿pero es una persona humana?”[6].
Yo, de hecho, creo que esta introducción del frankensteinismo es lo que explica la entera subversión contemporánea del arte médica, y que la comunidad de trabajadores de la salud sea incapaz de comprender que es inmoral probar un medicamento experimental en toda una población, no digamos nada de forzar la inoculación de la población por medio de diversas medidas coercitivas, o mediante una propaganda engañosa, ni [digamos nada] de exponer a los incapaces a estas inoculaciones experimentales.
Aun si no hubiera habido mala intención por parte de algunos (que yo creo que sí la hubo), tiene razón el doctor McCullough cuando nos dijo en Hershey:
Estaba claro que las vacunas no estaban probadas suficientemente y que se había excluido grupos importantes de la población de esas pruebas. Uno de ellos era el de las mujeres embarazadas. Sin datos sobre la seguridad y eficacia de las vacunas, las mujeres embarazadas fueron movidas primero a vacunarse, y después forzadas a hacerlo[7].
La subversión del arte médica es lo que ha hecho posible la vuelta de ese demonio que poseyó al doctor Mengele. No sólo por la experimentación humana, sino por la masificación de la eugenesia y de la eutanasia, muchas veces disfrazadas de trajes de colores dulces, como los falsos “cuidados paliativos” (no me refiero a los auténticos cuidados paliativos). Ese demonio parece haber venido a vengarse de las buenas intenciones de la humanidad, expresadas en el Código de Núremberg.
Pero, como he dicho y repito ahora, la dignidad de quien pisotea al ser humano es la que resulta mayormente dañada. Más sufre el alma del que comete injusticia que el alma del que la sufre. Es una verdadera pena, verse a sí mismo como un gusano. Aun los que se consideran superiores por pertenecer a una secta o a una raza se rebajan, pues niegan la verdadera fuente de su dignidad, el ser imagen de Dios, de ordinario porque no quieren reconocer la última Fuente de esa dignidad.
Nosotros, por el contrario, debemos recordarla y subrayarla, como hicieron nuestros padres. Esto nos permite en un día como hoy, el día en que conmemoramos la Encarnación del Verbo, recobrar la verdadera esperanza. La Encarnación ocurrió cuando Jesús no era más que un cigoto en el seno de María. Él es, en verdad, Dios que se abaja a los hombres y nos revela nuestra propia dignidad.
Hoy, cuando el infierno está desatado contra el hombre, parece que va a cumplirse aquella terrible profecía del Dostoievsky de Demonios: los ateos, para construir la así llamada sociedad científica, se aprestan a destruir nueve décimas partes de la humanidad. ¿Dónde se encuentra, entonces, la dignidad de este ser indefenso, a merced de estos demonios?
En verdad, debajo de las cenizas de los cuerpos chamuscados hay un espíritu que ha sido redimido y que da su ser a esos cuerpos. La violación del hombre produce un estruendo que los adoradores de Moloch o de Huichilobos no pueden percibir. Pero ese estruendo llega al Cielo, y allí encuentra unos oídos atentos. Como dice la Escritura: “El Señor hace justicia y juicio a todos los que sufren injusticia” (Salmo 102, 6). Son los ojos de la Fe los que nos permiten ver que el brazo de la Justicia divina se cierne sobre las cabezas homicidas…
Pero son también los ojos de la Fe los que nos permiten ver que sólo la redención que celebramos hoy puede, por la Misericordia Divina, cancelar la culpa de las mujeres, médicos, profesionales de la salud, de esas mismísimas cabezas homicidas, que han escupido sobre su propia dignidad y participado en el aborto, la eutanasia, la inoculación de substancias experimentales en la población. “El castigo de nuestra salvación pesó sobre Él”.
Con santo Tomás podemos decir en esta Fiesta de la Encarnación:
Señor Jesús, bondadoso Pelícano, límpiame a mí inmundo con tu Sangre, de la que una sola gota puede salvar de todos sus crímenes al mundo entero. (Himno Adoro te devote).
* Palabras pronunciadas en el reconocimiento que dio al autor el ISFEM el 24 de marzo de 2022 por la defensa de la vida humana.
[1] «By abortion, the mother does not learn to love, but kills even her own child to solve her problems. [Abortion is] really a war against the child, and I hate the killing of the innocent child, murdered by the mother herself. And if we accept that the mother can kill even her own child, how can we tell other people not to kill one another? […] Any country that accepts abortion is not teaching its people to love one another, but to use violence to get what they want. This is why the greatest destroyer of love and peace is abortion.» Cfr. https://www.
[2] El hombre puede rebajarse solamente en un sentido estético y ético por medio de sus acciones y elecciones libres. Pero aun entonces su dignidad metafísica continúa existiendo, aunque oculta tras capas de suciedad. Deja de ser bella no porque le falte la perfección esencial, sino porque le falta la claridad.
[3] Summa theologiae II-II, q. 153, a. 5, c.: “[…] per luxuriam maxime superiores vires deordinentur, scilicet ratio et voluntas. Sunt autem rationis quatuor actus in agendis. Primo quidem, simplex intelligentia, quae apprehendit aliquem finem ut bonum. Et hic actus impeditur per luxuriam, secundum illud Dan. XIII, species decepit te, et concupiscentia subvertit cor tuum. Et quantum ad hoc, ponitur caecitas mentis.” Platón también dice en Leyes VIII que los hombres virtuosos se apartarán de la lujuria por temor a cometer crímenes en todos los aspectos impíos.
[4] Edición del gobierno argentino en “Recursos de dominio público”. Disponible aquí: https://www.argentina.gob.ar/
[5] Así aparece en el Manifiesto del Partido Comunista.
[6] Dr. Allan Shewmon, “Statement in Support of Revising the Uniform Determination of Death Act and in Opposition to a Proposed Revision”, The Journal of Medicine and Philosophy: A Forum for Bioethics and Philosophy of Medicine, DOI10.1093/jmp/jhab014.
[7] https://www.theepochtimes.
Publicado 25-3-22, por Carlos A. Casanova
http://carlosacasanovag.