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Nuestro desastroso fracaso en aceptar la ciencia

La academia estadounidense comete más crímenes contra la verdad, y de manera más atroz, en una sola semana que los que toda la Iglesia cometió en toda la Edad Media y el Renacimiento. ¿Una exageración? Examinemos el asunto.

Anthony Esolen, conferencista, traductor y escritor:
Considere usted las aseveraciones siguientes:

«La tierra gira alrededor del Sol.»

“Las mujeres, como grupo, no poseen la fuerza física para ser buenos soldados”.

“La tierra gira sobre su eje.”

“Es un absurdo biológico pretender que un hombre puede casarse con un hombre, o una mujer con una mujer”.

“La inclinación de la tierra sobre su eje es responsable de las estaciones”.

“Un niño necesita un padre y una madre”.

“La órbita de la tierra alrededor del sol es una elipse. En verano, en el hemisferio norte, la tierra está más alejada del sol”.

“Está mal hacer el acto de tener hijos si uno no está casado y, por lo tanto, no está preparado para cuidar al niño, brindándole una familia bien establecida por el resto de su vida”.

“Venus brilla sobre la tierra en fases, como la luna”.

“Los niños gravitan naturalmente hacia el juego rudo y, a veces, peligroso o destructivo, mientras que las niñas no”.

He oído, toda mi vida, cuán gran pecadora contra la verdad y la investigación científica ha sido la Iglesia; porque se comportó mal en el asunto de Galileo, condenando a ese genio irascible a arresto domiciliario en una lujosa villa de Florencia. Si alguien tiene los medios, mi familia y yo estaríamos encantados de saber qué delito contra una opinión consensuada debo cometer para ganar una sentencia similar.

Porque la academia estadounidense comete más crímenes contra la verdad, y de manera más atroz, en una sola semana que los que toda la Iglesia cometió en toda la Edad Media y el Renacimiento. ¿Una exageración? Examinemos el asunto.

Galileo no tenía pruebas para su tesis heliocéntrica. Uno de los argumentos que adujo —que la revolución de la tierra alrededor del sol era responsable de las mareas— era débil y los astrónomos del Papa sabían más que eso. No era posible ver aquello sobre lo que Galileo insistía.

Ninguna de las aseveraciones astronómicas que he hecho antes es obvia. De hecho, he encontrado que muy pocos estudiantes universitarios pueden explicarme por qué el sol aparece, para quienes vivimos en el norte, en el hemisferio sur. O dónde estará el sol al mediodía en el equinoccio, siendo que están parados en la tierra en una latitud en particular. O qué tiene que ver la órbita elíptica con la velocidad de revolución de la tierra. O que la tierra no se mueve a una velocidad constante. O por qué Venus se muestra en fases si uno lo mira con un telescopio, pero Marte no. O qué tiene que ver la posición de Polaris, con el lugar donde uno de encuentra, etc.

No saben que el principal argumento en contra de la posición heliocéntrica tenía que ver con el paralaje: el cambio aparente en las posiciones relativas de los objetos, según el ángulo de su punto de vista; de modo que si la tierra se moviera alrededor del sol, debería parecer que las estrellas alteran ligeramente su patrón, de primavera a otoño, a menos que esas estrellas estuvieran tan tremendamente lejos que no se pudiera discernir el paralaje. Tampoco había en ese momento ninguna razón clara para suponer que las estrellas estaban tan distantes.

Pero las cosas que he dicho sobre hombres y mujeres, y niños y niñas, le harán perder su empleo si las dice casi en cualquier lugar académico del decadente mundo occidental. ¿Alguien se atreve a negarlo? Aquellos que están enojados por lo que estoy diciendo sobre los pecados actuales contra la verdad serán los primeros en denunciarlo a usted y expulsarlo de la academia, si las dice en un salón de clases, en un salón de profesores o en las redes sociales. Tal vez pueda decirlas, a solas, en su baño, por ahora.

Hay más. Esas cosas sobre los sexos no eran controversiales hasta hace unos segundos culturales e históricos. Ello, porque son inmediatamente obvias. Los niños crecen para convertirse en hombres y las niñas crecen para convertirse en mujeres.

Los niños tienen cuerpos que claman por acción y juego rudo —el metabolismo, las glándulas endocrinas y la musculatura determinan la dirección del juego, tanto en los niños como en otras criaturas físicas. Las niñas tienen cuerpos destinados para parir y criar niños. Todos lo saben. Por eso es que debe negarse enérgica y vociferantemente, con castigos evidentes y severos para quien quiera que lo negare (sic).

Si un hombre yace, sangrando, en el campo de batalla, la mujer soldado a su lado, excepto en las circunstancias más raras, no podrá levantarlo y llevárselo. Incluso si pudiera, debido a una combinación extremadamente afortunada de una mujer de huesos grandes y un hombre de baja estatura, él aún debe pagar un precio por el absurdo, porque otro hombre podría cargarlo más fácilmente y hacer el trabajo más rapidamente.

Y estamos hablando, aquí, sólo de una de las mil formas en que la mayor fuerza de los hombres, su mayor velocidad, a pie, y su sangre más oxigenada entran en juego en la guerra.

Es un espectáculo payasesco que un hombre que finge ser mujer compita contra mujeres en natación, un deporte en el que el mayor porcentaje de grasa corporal de la mujer la hace naturalmente más boyante; de modo que tiene que hacer menos trabajo para mover el mismo peso que el hombre. Es un perfecto manicomio de payasos borrachos y delirantes enviar a las mismas mujeres a que combatan contra hombres; sin ninguna ventaja militar, y para daño de ambos sexos; sin mencionar a los niños por nacer que esas mujeres podrían estar llevando.

En muchos lugares, la Iglesia pende de un hilo de cordura y compromiso con la verdad. Ella también uniría su voz a la locura, y  perseguiría alegremente a los que dicen la verdad, si no fuera porque su divino Fundador no permitirá que lo haga; a pesar de las supersticiones de aquellos prelados que creen que una ronda más de adoración en el altar de Belial traerá felicidad, en lugar de confusión, decadencia cultural, infidelidad y muerte, traicionando a hombres y mujeres y haciendo un holocausto de los niños.

Tomado/traducido por Jorge Pardo Febres-Cordero, de:
Sobre el Autor
Anthony Esolen es conferencista, traductor y escritor. Entre sus libros se encuentran Out of the Ashes: Rebuilding American Culture[De las Cenizas: Reconstruyendo la Cultura Americana] y Nostalgia: Going Home in a Homeless World[Nostalgia: Yendo a Casa en un Mundo sin Hogar], y más recientemente The Hundredfold: Songs for the Lord[El Ciento por Uno: Canciones para El Señor]. Es profesor y escritor residente en Magdalen College of the Liberal Arts, en Warner, New Hampshire.
JUEVES 31 DE MARZO 2022

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