Santa María de Egipto, la mujer que se fue al desierto por rechazar al pecado
Cada 3 de abril recordamos a Santa María de Egipto, figura femenina de gran importancia para una época en la que generalmente eran hombres los que se retiraban del mundo para llevar una vida de oración y esfuerzo espiritual. María alcanzó las alturas de la santidad tras haber vivido sometida, por propia voluntad, a las garras de la lujuria. Es gracias a Sofronio, Patriarca de Jerusalén, que conocemos sobre su vida.
Un terrible peso en el alma
María nació probablemente alrededor del año 344. A los 12 años dejó su casa y viajó a Alejandría, donde por más de 17 años ejerció la prostitución.
Más tarde, coincidiendo con la peregrinación a Jerusalén para la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, se embarcó hacia Palestina, no con la intención de peregrinar, sino con el deseo de hacer más dinero durante las fiestas.
Estando en la ciudad, un día María intentó ingresar a la Iglesia del Santo Sepulcro, pero una fuerza invisible parecía impedírselo. Tras intentar entrar tres o cuatro veces se dio por vencida y se retiró a un lado, con un peso tremendo en el alma, la que que no conocía bien y que tornó en remordimientos. En ese momento posó sus ojos en una estatua de la Santísima Virgen y empezó a llorar desconsoladamente, pidiendo perdón a Dios.
Una alma que encontró la alegría
Habiéndose quedado allí por largo rato, se puso de pie y con el alma arrepentida intentó entrar de nuevo a la iglesia y esta vez le fue permitido.
Días después María se acercó al presbítero y le pidió ayuda. Al tiempo recibía la comunión en el monasterio de San Juan Bautista en la ribera del río Jordán. Ese mismo día se internó en el desierto que se prolonga hacia Arabia. Allí pasaría los siguientes 47 años dedicándose a la oración, la meditación y la penitencia.
En el desierto conoció a un sacerdote de nombre Zósimo, a quien le hizo prometer que se encontrarían en el Jordán la noche del Jueves Santo del siguiente año, y que le llevara el Sacratísimo Sacramento.
Y así fue. Al año siguiente María de Egipto recibió la Eucaristía y levantó sus manos hacia el cielo gritando en voz alta las palabras de Simeón: “Ahora puedes disponer de tu siervo en paz, oh Señor, según tu palabra, porque mis ojos han visto tu salvación”. Luego, el sacerdote la dejó.
La santa de Egipto murió la noche de aquel día del año 421.
Mujer modélica
Cuando Zósimo viajó al año siguiente para visitarla encontró a la entrada de un pergamino que rezaba: “Zózimo, he pasado a la eternidad el Viernes Santo, día de la muerte del Señor, contenta de haber recibido su santo cuerpo en la Eucaristía. Ruegue por esta pobre pecadora y devuélvale a la tierra este cuerpo que es polvo y en polvo tiene que convertirse”.
Zózimo narró a los monjes la historia de la vida de María de Egipto. Pronto en el lugar en que fue enterrada, empezaron a obrarse milagros y prodigios. Su fama y veneración se extendieron por toda la región.-