Unidad y pluralismo
Rafael María de Balbín:
En un mundo que anhela la unidad y la concordia, son muy expresivas las palabras del Sínodo Plenario de Venezuela: << La Iglesia, cuya unidad y comunión se fundamentan en el misterio trinitario, tiene una meta peculiar y específica, que el Concilio Vaticano II sintetiza con una expresión de la Iglesia primitiva: ser «un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (LG 4). Esta es la razón de su existir, éste es el objetivo que debe proseguir, ésta es la meta que le espera>> (CONCILIO PLENARIO DE VENEZUELA, Documento 2, La comunión en la vida de la iglesia en Venezuela n. 2).
La concordia y la solidaridad entre todos los hombres es una meta a alcanzar a pesar de todas las divisiones y enfrentamientos. <<Jesucristo fundó su Iglesia y la constituyó signo e instrumento –sacramento- de unidad, de comunión, de servicio de su designio liberador y de salvación, con respecto a las personas de todo tiempo, condición y lugar (Cf. LG 1). Para alcanzar este propósito, un reto que se le plantea al Concilio Plenario es profundizar en la doctrina eclesiológica del Vaticano II (Cf. TMA 47) y del magisterio postconciliar, en un renovado compromiso de aplicación, lo más fiel posible, a la vida de cada uno y de toda la Iglesia (Cf. TMA 20)>> (CONCILIO PLENARIO DE VENEZUELA, Documento 2, n. 3).
La convivencia amistosa entre unos y otros nos resulta grata y natural. <<El pueblo venezolano, que en su mayoría se confiesa católico, vive, en general, los valores de la comunión y de la solidaridad en los diversos espacios y momentos de su vida>> (CONCILIO PLENARIO DE VENEZUELA, Documento 2, n. 8).
Sin embargo: <<A pesar de los esfuerzos por avanzar hacia una Iglesia-comunión, persiste una identificación de la Iglesia con sus expresiones institucionales y jerárquicas>> (Idem, n. 14). Es decir que el católico medio todavía considera con frecuencia a la Iglesia como desde fuera, integrada sólo por obispos, curas, frailes y monjas. Sin darse cuenta de que Iglesia somos todos, desde el Papa al último fiel recién bautizado.
Haría falta una mayor comunicación y confianza entre todas las instancias. << Los organismos colegiales, en algunas Iglesias particulares y parroquias, no cumplen su verdadera función de consulta y consejo para la toma de decisiones; se quedan, en muchos casos, en un nivel informativo o de análisis>> (Idem, n.15).
Dentro del pluralismo de funciones que hay en el Pueblo de Dios la escasez de vocaciones para el clero secular ha dejado un vacío difícil de llenar. << Algunas comunidades de vida consagrada (Religiosos y Religiosas), se han dedicado, por urgencias pastorales, a labores dentro de una Diócesis, que no están explícitas en su carisma (p. ej: atención a parroquias, vicarías, colegios, otros). Esta labor supletoria, aunque ha traído beneficios pastorales y espirituales a muchas comunidades, ha impedido la explicitación de las riquezas que lleva en sí el carisma de la orden>> (Idem, n.21).
La comunión eclesial pide que se aprecien en todo su valor las iniciativas de otros, en uso de la libertad de los hijos de Dios y de un legítimo pluralismo. << Una arraigada actitud individualista y fragmentaria, por parte de algunos miembros de la Iglesia, que desemboca en la autosuficiencia y en la escasa valoración del otro y de las experiencias que no sean propias>> (Idem, n.29).
El pluralismo y variedad de los miembros de la Iglesia no tiene por qué oponerse a su constitutiva unidad. << Jesucristo, hermano nuestro, partícipe de nuestras esperanzas y angustias, nos revela al Padre y su amor, desde su singular comunión filial con Él, que desea sea vivida y participada por sus discípulos. Esa comunión entre sus seguidores será el signo de la credibilidad de su misión: «Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en tí, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste» (Jn 17, 21-22). Desde entonces, la Iglesia es en Cristo “Sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1)>> (Idem, n.32).
Se hace así realidad el antiguo lema: In necesariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas: Unidad en lo necesario, libertad en lo dudoso, en todo la caridad. << La Iglesia es comunión y hunde sus raíces en el misterio de la comunión trinitaria: Dios Padre, su Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo. Nuestro Dios no es triste soledad, sino bienaventurada comunión: «el supremo modelo y principio de este misterio (la unidad de la Iglesia) es la unidad de un solo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en la Trinidad de personas» (UR 2). Aquí encontramos la verdadera raíz y explicación de la autocomprensión de la Iglesia como comunión. La contemplación del Dios trinitario nos muestra la más estrecha unidad (un solo Dios) y una verdadera distinción (tres personas distintas). Esta es la norma que estructura a la Iglesia, en la que han de conjugarse unidad y diversidad>> (Idem, n. 33).
De cara a la humanidad entera la Iglesia expresa y propicia el deseo de unidad. << La Iglesia también es signo, expresión en sí misma de la comunión. Viviendo anclada en el eje comunional se presenta como referencia de lo que Dios quiere para la humanidad: «brille así su luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está los cielos» (Mt 5, 16). La mayor luz testimonial que brota de la comunión es el amor: «Si se aman los unos a los otros, todo el mundo se dará cuenta de que ustedes son discípulos míos» (Jn 13, 35). Esta comunión “es el fruto y la manifestación de aquel amor que, surgiendo del corazón del eterno Padre, se derrama en nosotros a través del Espíritu, que Jesús nos da (Cf. Rm 5, 5), para hacer de todos nosotros ‘un solo corazón y una sola alma’ (Hch 4, 32)” (NMI 42)>> (Idem, n. 38).
La comunión con Dios y con los hijos de Dios constituye la vida misma del Pueblo de Dios. << La comunión de vida en la Iglesia se obtiene por los sacramentos de iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía>> (Idem. n. 39) <<La Comunión en la vida de la Iglesia no se decreta, sino que se construye. Es todo el pueblo de Dios el llamado a esta tarea; por lo tanto, ninguno queda excluido. Para ello es necesario promover una Espiritualidad de la Comunión… Es una espiritualidad que significa “capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo Místico y, por tanto, “como uno que me pertenece”, del cual se es responsable, y con el cual se comparten alegrías y sufrimientos en la amistad. Es también “capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios…En fin, espiritualidad de la comunión es saber ‘dar espacio’ al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (Cf. Ga 6, 2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos acechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias (NMI 43)>> (Idem, n. 41).
Una gran labor de fraternidad nos corresponde a los hijos de Dios. <<La Comunión debe ser siempre una tarea en el campo ecuménico. En el credo profesamos: “Creo en la Iglesia, que es una”. “Esto que manifestamos en la profesión de fe tiene su fundamento último en Cristo, en el cual la Iglesia no está dividida (Cf. 1 Co 1, 11-13). Como Cuerpo suyo, en la unidad obtenida por los dones del Espíritu, es indivisible” (NMI 48). Es en la historia donde se han producido divisiones debido a la fragilidad humana. Pero el proyecto de Dios es la unidad, es vivir como hermanos en la fe que brota del bautismo y nos hace hijos de un mismo Padre>> (Idem, n 44).
La fraternidad cristiana se extiende a toda la humanidad, no sólo a los hermanos separados: <<Este Pueblo de Dios es «un pueblo universal. Familia de Dios en la tierra; pueblo santo; pueblo que peregrina en la historia; pueblo enviado» (DP 236), que no se constituye por particularidades, sino por la fe en Jesucristo muerto y resucitado>> (Idem, n. 46). <<A imagen de las primeras comunidades cristianas que poco a poco iban teniendo conciencia de vivir la unidad y conformándose como Pueblo de Dios (Cf. 2 Co 6, 16; Rm 9, 25; 1 P 2, 10; Hb 8, 10; Ap 21, 3), la Iglesia hoy no sólo se considera, sino que es Pueblo de Dios, pueblo de hermanos…. es un pueblo peregrino, humilde y servicial que existe para cumplir la misión de entregar la vida, palabra y obra de Jesucristo, redentor de la humanidad y liberador de toda esclavitud de pecado. De allí que «todos los hombres están invitados al Pueblo de Dios. Por eso este pueblo, uno y único, ha de extenderse por todo el mundo» (LG 13)>> (Idem, n .47).
La unidad subraya lo que es común, no se afinca en lo que separa o desune: <<La comunión no se logra sino en la vivencia de la fraternidad; igualmente, el Pueblo de Dios se constituye en esta fraternidad mutua, porque de lo contrario, la Iglesia será una simple estructura institucional… Todo esto no se hace por una fina filantropía, sino se fundamenta en el mandamiento dado por Jesucristo: “Les doy este mandamiento nuevo: que se amen unos a otros. Así como yo los amo a ustedes, así deben amarse ustedes unos a otros” (Jn 13, 34); por lo tanto, es algo, que aunque radica en el corazón de cada hombre y mujer, se centra en el amor que Jesucristo tiene por cada ser humano>> (Idem, n. 49).
Es el amor el que fundamenta la unidad, sin que importen las particularidades, sin que se rechace el legítimo pluralismo. <<Este amor que crea fraternidad abre el campo de la misericordia y el perdón, elementos esenciales para la comunión en la vida de la Iglesia. Pueden existir, por condicionamientos humanos, fisuras, fricciones, que, aunque duelen, será mínimo su efecto cuando prevalecen la misericordia y el perdón>> (Idem, n. 51).
Unidad y pluralismo del Pueblo de Dios: <<«Hay en la Iglesia diversidad de ministerios, pero unidad de misión» (AA 2; Cf. 33); es decir, una misión, la de la Iglesia, pero con diversidad de ministerios para realizarla. El mismo Espíritu está a la base de todos los ministerios y carismas que confluyen en la única misión, por eso es la raíz y fundamento de todo ministerio eclesial. Su denominador común es que «todo sea para el bien de la Iglesia» (1 Co 14, 26); él es dado para el bien común y no para provecho exclusivo de quien lo recibe. Esto nos llama a una auténtica espiritualidad en la vivencia de los carismas y ministerios: un impulso interior que viene de la fuerza del Espíritu Santo y que se va conformando en cada cristiano y en el cuerpo eclesial>> (Idem, n. 55).
Se nos ofrece un panorama esperanzador:
-<< Proponer como objetivo primordial de la formación cristiana, el encuentro con el Señor, que exige mantener una coherencia de vida entre la fe que se profesa y un compromiso real en la construcción del Reino de Dios y la promoción humana>> (Idem, n. 71).
-<< Discernir y promover los carismas, dones y ministerios en los fieles laicos, asumidos desde una madurez cristiana, para que, con participación y corresponsabilidad, contribuyan a la animación de la vida de fe en la comunidad y a un compromiso humanizador>> (Idem, n. 74).
-<< Dar a conocer la vida contemplativa como signo, luz y esperanza, al hombre ahogado en una sociedad consumista y hedonista, ofreciéndole al Dios de la vida que libera de toda esclavitud y opresión, y que retorna la alegría y la esperanza en la vida>> (Idem, n. 81).
-<< Propiciar la corresponsabilidad en la misión evangelizadora desde los distintos carismas y ministerios presentes en todo el Pueblo de Dios, dentro del espíritu de la Nueva Evangelización y del compromiso bautismal>> (Idem, n. 85).-
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