Vaticano envía mensaje a musulmanes por el Ramadán reflexionando sobre lo que significa “compartir”
“Hay una alegría especial para los creyentes: la celebración de las principales fiestas religiosas. Cuando visitamos a nuestros amigos y vecinos de otras religiones o les felicitamos en estas ocasiones, compartimos su alegría por la celebración de su fiesta sin tener que hacer nuestra la dimensión religiosa de la ocasión”, dice el mensaje de la Santa Sede a los musulmanes
En ocasión del periodo del Ramadán, el cardenal Miguel Ángel Ayuso Guixot, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso de la Santa Sede, envío un mensaje oficial a los musulmanes. El mensaje está centrado en el tema del “compartir”. El ramadán es una conmemoración musulmana acerca de la supuesta primera revelación al profeta Mahoma. Dura entre 29 y 30 días y se tiene el noveno mes del calendario islámico, el cual varia según el mes lunar. El ramadán se caracteriza por una práctica parecida al ayuno cristiano (no es lo mismo en su sentido ni en su contenido). Es también uno de los pilares de la fe de los mahometanos de todo el mundo. A continuación el texto en español del mensaje:
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Como todos sabemos, la pandemia causada por el COVID-19 se cobró la vida de millones de personas en todo el mundo, incluidos miembros de nuestras familias. Otros enfermaron y se recuperaron, pero pasaron mucho dolor y sufrimiento durante mucho tiempo por las consecuencias del virus. Mientras celebramos el mes de Ramadán que termina con el ‘Id al-Fitr, nuestros pensamientos son de gratitud a Dios Todopoderoso que nos ha protegido a todos en Su Providencia. También llevamos en la oración a los muertos y a los enfermos, con dolor y esperanza.
La pandemia, con sus trágicos efectos en todos los aspectos de nuestro modo de vida, ha vuelto a llamar nuestra atención sobre un aspecto importante: compartir. Por eso hemos creído oportuno abordar este tema en el Mensaje que nos complace enviar a todos y cada uno de ustedes.
Todos compartimos los dones de Dios: el aire, el agua, la vida, los alimentos, la vivienda, los frutos del progreso médico y farmacéutico, los resultados del progreso científico y tecnológico en diferentes campos y su aplicación, el continuo descubrimiento de los misterios del universo… La conciencia de la bondad y la generosidad de Dios llena nuestro corazón de gratitud hacia Él y, al mismo tiempo, nos anima a compartir sus dones con nuestros hermanos en toda clase de necesidades. La pobreza y la situación de precariedad en la que se encuentran muchas personas a causa de la pérdida de empleo y los problemas económicos y sociales relacionados con la pandemia hacen que nuestro deber de compartir sea aún más urgente.
El compartir encuentra su motivación más profunda en el conocimiento de que todo lo que somos y todo lo que tenemos es un don de Dios y que, en consecuencia, debemos poner nuestros talentos al servicio de todos nuestros hermanos y hermanas, compartiendo con ellos lo que tenemos.
La mejor forma de compartir tiene su origen en la empatía genuina y la compasión efectiva por los demás. A este respecto, encontramos un reto importante en el Nuevo Testamento: «Si uno tiene las riquezas de este mundo y, viendo a su hermano necesitado, le cierra su corazón, ¿cómo permanece en él el amor de Dios? Hijitos, no amemos de palabra ni con la lengua, sino con obras y de verdad» (1 Jn 3,17-18).
Sin embargo, compartir no se limita a los bienes materiales, sino que se trata sobre todo de compartir las alegrías y las penas mutuas que forman parte de toda vida humana. San Pablo aconseja a los cristianos de Roma que se alegren con los que se alegran y lloren con los que lloran (cf. Rm 12,15). El Papa Francisco, por su parte, afirmó que un dolor compartido se reduce a la mitad y una alegría compartida se duplica (cf. Encuentro con alumnos de Scholas Occurrentes, 11 de mayo de 2018).
De la empatía surge el compartir las actitudes y los sentimientos de nuestros familiares, amigos y vecinos, incluidos los que pertenecen a otras religiones, en los acontecimientos importantes, alegres y tristes de sus vidas: sus alegrías y sus penas se convierten en las nuestras.
Entre las alegrías que se comparten están el nacimiento de un hijo, la recuperación de una enfermedad, el éxito en los estudios, el trabajo o los negocios, el regreso sano y salvo de un viaje y seguramente otras circunstancias. También hay una alegría especial para los creyentes: la celebración de las principales fiestas religiosas. Cuando visitamos a nuestros amigos y vecinos de otras religiones o les felicitamos en estas ocasiones, compartimos su alegría por la celebración de su fiesta sin tener que hacer nuestra la dimensión religiosa de la ocasión.
Entre las penas que compartimos, en primer lugar, está la muerte de un ser querido, la enfermedad de un miembro de la familia, la pérdida de un trabajo, el fracaso de un proyecto o negocio, una crisis en la familia, que a veces la hace dividirse. Es obvio que necesitamos la cercanía y la solidaridad de nuestros amigos más en tiempos de crisis y dolor que en tiempos de alegría y paz.
Nuestra esperanza, queridos hermanos y hermanas musulmanes, es que sigamos compartiendo las alegrías y las penas de nuestros vecinos y amigos, porque el amor de Dios abarca a todas las personas y a todo el universo.
Como muestra de nuestra humanidad común y de la fraternidad que se deriva de ella, les deseamos un Ramadán pacífico y fructífero y una feliz celebración del ‘Id al-Fitr.
Traducción del original en lengua italiana realizado por el P. Jorge Enrique Mújica, LC, para ZENIT.