Temor
Alicia Álamo Bartolomé:
La palabra “temor” y su correspondiente verbo “temer”, además de lo que defina el DRAE, tienen varias acepciones en nuestro lenguaje común. Generalmente las asociamos al miedo: le temo a esa operación, le tiene temor a ese examen. Hay otras acepciones más benignas en el sentido de presagio o cierta preocupación: Temo que llueva esta tarde o que fulanito no venga.
“El temor de Dios”, según la exposición común, es el séptimo y último de los dones en Espíritu Santo, lo preceden los dones de sabiduría, entendimiento, ciencia, consejo, fortaleza y piedad. Se diría que es el único con una carga negativa frente a la afirmación positiva de los demás, pero no es verdad. Es uno de los dones más grandes y ricos porque es la respuesta al Amor.
Temor a Dios no es tenerle miedo sino temor a ofenderlo, a no complacerlo. Igual que en el amor humano el amante teme no complacer a la amada por una acción o un regalo y viceversa.
En el temor por amor hay una muestra de respeto y reverencia al ser amado, a Dios, a la autoridad competente cuando ésta nos inspira esos sentimientos porque es legítima, elegida constitucionalmente y está cumpliendo con su servicio a los ciudadanos y el bien común.
No nos nace ni podemos tener respeto y reverencia a los usurpadores del poder que se aferran a éste para satisfacer sus espurias ambiciones personales. Nadie tiene temor de amor a quien lo persigue, empobrece, explota y ejerce toda clase de abusos.
En este caso el temor sólo se relaciona con el miedo, porque quien disiente de los desmanes de quienes sustentan el poder político con talante de dictadura, está sujeto a la persecución, la cárcel, la tortura y la muerte. Es lo que sucede en nuestro país por más de 20 años y en otros países hermanos que han caído en igual desgracia.
No es para ser optimista ante el panorama del mundo, nada abocado al temor de Dios sino a todo lo contrario. No se le teme a Dios, se le desafía con leyes, costumbres y movimientos que van contra la ley natural, que Él nos dio para ayudarnos a la convivencia pacífica y fructífera en el planeta. Se hace bandera de aberraciones y vicios que sólo conducen a la destrucción.
De ahí todas las guerras que nos sacuden, las injusticias con los más inocentes y débiles, lo abusos sexuales, todo el desbarajuste de conductas, la pobreza y el hambre. Una sombra de horror se cierne sobre el que alguna vez fue el paraíso terrenal.
Espantados ante el abismo donde nos hundimos, unos pocos nos hemos dado a la tarea de encender las alarmas, de intentar la única manera de detener el caos. Nadie nos oye, somos objetos de desprecio y burla, de discriminación, se nos tacha de homófobos. Estos grupos claman por libertad, pero no para los que los contradicen. Somos un insulto para la desbocada sociedad de hoy. Sin embargo, tenemos que insistir hasta el último aliento.
Sin el séptimo don del Espíritu Santo el mundo no se salva. Mientras no temamos al Dios del Amor que por amor nos entregó todo y cuya entrega extrema conmemoramos en estos días de Semana Santa, no resucitaremos a la verdad y la vida, seguiremos cayendo en el sumidero del mal.
El mal es el anti-Dios y está triunfando. Éste si sabe de maldad, perdición y castigo. Dios sólo sabe amar. Su fuego es amor, no infierno. Por eso no se quemaba la zarza ardiendo frente a Moisés. Abismarse en la fe es arder en amor liberador, edificante, constructor, anegarse en la paz, la armonía y la felicidad.
¡Qué tontos somos cuando cambiamos todo eso por placeres y conquistas efímeras! ¿Cuánto dura una vida? Todo esplendor desaparecerá, todo poder, toda ambición, toda posesión. En pocos años nadie se acodará de nosotros y todas las cosas a la cuales estábamos aferrados quedarán atrás: la urna no tiene gavetas.
Entramos desnudos al mundo y desnudos nos vamos. La única manera de que dejemos una huella, una pincelada de recuerdo amable en alguien o algo, es si hemos practicado en la sociedad y con nuestros semejantes el temor de Dios.
*Alicia Álamo Bartolomé es decana fundadora de la Universidad Monteávila