Una alianza poco santa
¿Por qué la Iglesia Ortodoxa de Rusia justifica y respalda la barbarie bélica de Putin contra Ucrania?
Pedro Rodríguez/ABC:
Hace ya casi siglo y medio, el zar Alejandro III de Rusia comisionó al orfebre Peter Carl Fabergé un lujoso capricho como regalo de Pascua para su esposa, la emperatriz María Feodorovna. Sin reparar en gastos y con ayuda de un pequeño ejército de artesanos, el resultado fue una exclusiva joya en forma de huevo que con diferentes diseños personalizados se convirtió en una tradición recurrente en la Corte de San Petersburgo desde 1885 hasta su violento final con la revolución bolchevique de 1917.
En su brutal intento de resucitar el fallido imperio zarista –como una «prisión de naciones» según Lenin– no es difícil adivinar lo mucho que a Vladimir Putin le gustaría celebrar la gran Pascua ortodoxa, prevista para el próximo 24 de abril, con una apoteosis de etnonacionalismo proclamando la liberación de todos los rusos «esclavizados» por el diabólico régimen de Kiev.
Sin embargo, tras dos meses de chapucera brutalidad y resistencia heroica, Ucrania se resiste a convertirse en otro triunfal huevo Fabergé.
Para el martirio de los ucranianos, Putin cuenta con el decisivo respaldo de la Iglesia Ortodoxa de Rusia. Aunque más bien habría que hablar de un intercambio de favores, ya que entre la ortodoxia de Moscú y el Kremlin durante las dos últimas décadas se ha forjado una alianza poco santa sin separación entre Iglesia y Estado, unida por un tradicionalismo tan inmoral como interesado.
El patriarca Kirill, que pese a sus votos de pobreza peca con pelucos de lujo, ha pedido a sus feligreses que se unan en torno a Putin para que Rusia sea capaz de «repeler a sus enemigos, tanto externos como internos». Kirill ha presentado la invasión de Ucrania como parte de una batalla global e histórica por valores, en la que Rusia es el último bastión contra un Occidente decadente que da licencia, por ejemplo, a los «desfiles gay». Para el patriarca, esta guerra no solamente es justa sino que está bendecida por la «verdad de Dios» pese a librarse con tantas mentiras.