Muestras de fe en tiempos de Semana Santa
Marielena Mestas Pérez:
Hace unas semanas atrás me hallaba en el Archivo Arquidiocesano de Caracas investigando en el diario La Religión del año 1952.
Buscaba datos de la fundación de una parroquia y me sorprendió toparme con una cantidad de reportajes en torno a la tragedia que tuvo lugar en la basílica de Santa Teresa durante la madrugada del día Miércoles Santo de ese año. Conocía detalles de este grave hecho porque dese niña escuché a mi inolvidable nana Olga María González Iriarte relatarlo, pero no tenía idea de cuándo había ocurrido. Por tanto, me puse a leer con avidez.
Brevemente relato que el templo se encontraba lleno de fieles que esperaban la misa de las 5:00 a.m. que presidiría el padre Marcial Ramírez, quien preparaba todo lo necesario para la ceremonia. De pronto se escucharon gritos: “¡Fuego!, ¡Fuego!” y los asistentes huyeron de manera atropellada por lo que fallecieron más de 40 personas y quedaron heridas más de 100. Al ser entrevistado Ramírez señaló que jamás vio fuego alguno ni humo.
Así como el arzobispo de Caracas declaró 3 días de duelo, el papa envió su mensaje de pésame como también lo hicieron los obispos. Desde entonces no se permite encender velas en el templo.
Si bien inicialmente quería escribir de manera más extensa sobre este asunto, lo dejo de lado y sólo hago mención del aniversario de tan grave suceso.
Lo que sí considero que no debe pasar inadvertido, y por tanto escribo al respecto, es cómo esta Semana Santa los residentes en Caracas, e imagino que otro tanto ocurrió en el interior del país, volvieron luego de dos años de pandemia, a los templos.
El Viernes de Concilio diversos templos iniciaron sus celebraciones acompañados por la imagen de la Virgen de los Dolores o de la Soledad.
El Sábado se inició en Chacao con la bajada del Ávila de los palmeros, quienes fueron recibidos con mucho entusiasmo por los lugareños y asistentes en general.
El Domingo de Ramos, como siempre fue tradición, los templos estuvieron colmados de feligreses. Nuevamente recibieron un importante número de asistentes como solía ocurrir antes de la pandemia.
La respuesta de los fieles fue contundente: muchos pagaron promesas, otros acompañaron al Señor en su pasión, muerte y resurrección. Vimos cómo este año aumentaron escenificaciones de la pasión, Vía Crucis representados por niños y jóvenes en diversas parroquias y comunidades y las procesiones contaron con asistencia sorprendente de fieles. Son sólo algunos de los lugares donde esta alta concurrencia pudo observarse Petare, sectores de La Vega, El Hatillo, Baruta, San Agustín, Catia, Chacao, la Boyera y Los Naranjos.
Desde el Martes Santo la basílica de Santa Teresa recibió innumerables orquídeas y los fieles se apostaron tras la reja lateral para contemplar, orar, suplicar y agradecer ante la imagen del Nazareno ubicada a escasos metros.
Las misas correspondientes al Miércoles Santo estuvieron colmadas de devotos, lo mismo las procesiones. En estos actos predominaban las túnicas moradas y quienes no las vestían igualmente llevaban algún atuendo de ese color o blanco.
El Viernes Santo los feligreses volvieron a acudir a la calle desde tempranas horas, muchos en familia, para realizar el tradicional recorrido por los siete templos. Además de orar, querían apreciar los llamados “monumentos” dedicados al Santísimo Sacramento que elaboraron con detalle y cuidado manos anónimas y corazones fervorosos.
De igual modo, durante la noche salieron las procesiones, muchas conformadas por varios pasos: el santo sepulcro, la Virgen Dolorosa, San Juan, María Magdalena, la Verónica, fueron algunas de las imágenes que recorrieron las calles de diversos sectores de la ciudad.
El Sábado Santo, la ceremonia de vigilia pascual reunió una llamativa cantidad de piadosas personas en los templos caraqueños. Sólo la iglesia Santo Tomás Apóstol, de La Trinidad, congregó más de 1000 fieles, por lo que se habilitó el estacionamiento. Muchos de los asistentes llegaron portando su silla.
El domingo de resurrección fue importante: nuevamente volvieron a asistir en considerable número los fieles.
Ojalá todos estos gestos tan contundentes sean sinónimos de madurez en la fe, de compromiso; ojalá signifiquen que, así como fuimos a agradecer por la vida, la salud recuperada y porque la pandemia llega a su fin, todas estas manifestaciones refuercen que somos un pueblo resucitado, vuelto a Dios, a la oración y dispuesto al reencuentro y a servir al prójimo. ¡Que así sea!.-