In memoriam: José del Rosario «Chepo» Dugarte
Escribo bajo el impacto de la noticia de la muerte de nuestro querido Chepo, diácono permanente, pionero de este ministerio en la arquidiócesis de Mérida
Cardenal Baltazar Porras Cardozo:
Escribo bajo el impacto de la noticia de la muerte de nuestro querido Chepo, diácono permanente, pionero de este ministerio en la arquidiócesis de Mérida, pues junto al benemérito Tiburcio Pérez, fueron los primeros diáconos permanentes en nuestra arquidiócesis, justo hace 25 años. La iglesia parroquial de El Morro se llenó de fieles, jubilosos pues veían en estos dos hombres la mejor representación de la fe en los apartados pueblos y caseríos, puerta del sur merideño que permanece vivo por el coraje, tesón y fe de sus habitantes.
“Chepo” ha sido por más de treinta años la representación más genuina de El Morro y sus caseríos. Nació en esas frías montañas, se crió allí, echó raíces formando bella familia en unión de Darcy, su esposa y compañera de todas sus aventuras apostólicas, junto a sus hijos que han bebido la hondura de la fe cristiana a la vera de sus padres. Servidor público, en la ambulancia cuando la había, en su jeep, o en cualquier medio atendió a miles de personas necesitadas de auxilio para llegar con vida al hospital de Mérida. En el rescate de tantos accidentes, no era un espectador sino arriesgaba su vida y daba con su conducta ejemplo a quienes lo seguían. Catequista y colaborador de los párrocos que han pasado por El Morro, para quienes fue persona de confianza y apoyo en la obra evangelizadora.
El Morro, uno de los enclaves más pobres del municipio, cuenta con hermosas capillas levantadas por las gentes del lugar bajo la guía y entusiasmo de Chepo. Cuántos viajes de ida y vuelta a Mérida para conseguir materiales y ayudas de todo tipo. Hasta El Quinó, la aldea más lejana, lo encontró con pico y pala abriendo camino cuando no había el tramo carretero, embelleciendo la capilla donde hemos tenido la suerte de ir juntos en varias ocasiones, unas en helicóptero, otras en doble tracción y tramos en bestia, ante la afluencia de jóvenes y adultos, ávidos de la palabra de Dios, de la ayuda en varias de las necesidades, con la riqueza de tradiciones religiosas y populares que emulan a seguir adelante.
Chepo gozó del aprecio y admiración de Mons. Miguel Antonio Salas y de los que posteriormente hemos tenido la responsabilidad pastoral de la arquidiócesis. Casi podría decir que fue mi chofer oficial, casi único en las andanzas por los intrincados caminos de los pueblos del sur. Buen organizador y animador de las iniciativas religiosas, culturales, deportivas, en las que no faltó la animación de competencias del trompo en tiempos de pascua, las misas de aguinaldos, y últimamente en la construcción de la iglesia, casi una catedral en el Hato de Las Pérez, bendicido e inaugurado recientemente.
Queda en el tintero el proyecto en el que tenía mucha ilusión: recoger las vivencias compartidas en estas tres últimas décadas para no perder las tradiciones morreras y de Acequias y San Pedro. Más allá en el recorrido por Aricagua y sus aldeas, en Mucutuy, Mucuchachí y Canaguá. Todo ello para festejar sus bodas de plata como diácono permanente, truncada por la muerte días antes, menos de un mes, de dicha efemérides, muy merecida, pues nunca buscó su propio beneficio sino el de sus paisanos.
A Darcy, sus hijos, familiares y ahijados, numerosos ciertamente, a nombre de la Arquidiócesis de Mérida, el más sentido y fraterno agradecimiento al Señor y la Virgen por su vida y servicio. Fue un evangelizador, discípulo, misionero, maestro, y acompañante silencioso que gozaba con que otros sobresalieran. Bello testimonio que quedará como faro permanente en la memoria colectiva de esta porción de la Iglesia. Paz a sus restos y que en estos días de pascua, para él la pascua definitiva, sea nuestro intecesor ante el bondadoso padre celestial y María Santísima.
28.- 24-4-22 (3780)