«La misericordia es pedir a los soldados que no maten, si es posible», explica un capellán ucraniano
Antes del perdón viene el diálogo. Hay que aceptar el perdón. El perdón es un largo viaje
Oleksandr Khalayim es uno de los muchos sacerdotes ucranianos que ahora es capellán en su país. En plena guerra se ha puesto al servicio de los militares y civiles que se defienden de la invasión rusa, a los que intentan ofrecer consuelo y ayuda espiritual.
Este sacerdote de la diócesis de Kamjanets-Podilskyj de los latinos llegó de la región de Khmelnytskyi a Roma como uno de los Misioneros de la Misericordia que participaron en el encuentro con el Papa Francisco en el Vaticano. Allí pudo mostrar los horrores de la guerra, de la que habla en esta entrevista en Vatican News:
-Como capellán y como ucraniano, ¿cómo está viviendo estos más de dos meses de guerra?
-En los primeros días del conflicto era difícil creer y aceptar que en el siglo XXI todavía tengamos una guerra y que esto esté ocurriendo en mi país, con mi gente. Entonces me planteé inmediatamente la siguiente pregunta: ¿qué puedo hacer? Decidí estar con la gente, con los soldados, los numerosos voluntarios civiles, que ahora esperan la Palabra de Dios y la asistencia espiritual. La función del capellán es escuchar, celebrar la misa, confesar, dar ánimo y estar con estas personas. Ellos saben por qué luchan: por su familia. Están dispuestos a darlo todo para defenderse. También es importante estar cerca de las personas mayores que sobreviven al fuerte bombardeo, para que nadie se sienta solo.
-En el tercer encuentro con el Papa, a ustedes misioneros se les pidió que fueran un signo concreto de la misericordia de Dios. ¿Qué es la misericordia en la guerra y qué es el perdón?
-Antes del perdón viene el diálogo. Hay que aceptar el perdón. El perdón es un largo viaje. Para mí, es difícil hablar de perdón ahora, si las bombas siguen cayendo, si los niños siguen siendo asesinados, si nuestras ciudades siguen siendo bombardeadas. Si el fuego se detiene, si hay paz, no sólo una tregua, entonces podremos hablar de perdón, pero será un largo camino de tres o cuatro generaciones. Perdonar lo que han sufrido las mujeres y los niños es realmente muy difícil. Sí, los cristianos debemos hablar de perdón, pero no debemos explotar esta palabra, porque el perdón es responsabilidad. Dios ha perdonado no sólo con palabras sino con el corazón. Se necesita una larga cura del alma.
-¿Logra hablar de la misericordia de Dios a los militares?
-Sí. La misericordia es pedir a los soldados que no maten, si es posible. Cuando se está en primera línea no es fácil. Les digo que defiendan el país. Esto también es misericordia: defender sus hogares y familias. Son muchos los milagros que estos chicos han visto en estos dos meses: se preguntan, por ejemplo, cómo es posible que sigan vivos en medio de tanta destrucción. Aquí, la misericordia de Dios es su presencia con su protección.
-En la oscuridad de la guerra, también surgen muchas historias de solidaridad y acogida que alivian un poco el dolor de tantas heridas. ¿Qué necesita hoy el pueblo ucraniano?
-Creo que Ucrania nunca ha tenido esta unidad y solidaridad. Doy las gracias al pueblo italiano y a muchos otros por todo lo que están haciendo. Necesitamos solidaridad, cercanía, pero también necesitamos buscar la verdad. El enemigo se esconde a través de muchas mentiras y propaganda. La verdad clama, no debemos tener miedo de decir la verdad, aunque esto signifique la pérdida de la seguridad material. Detrás de una verdad no dicha siempre hay alguien que da la vida. Y si esto ocurre, uno se convierte en corresponsable de la muerte del inocente. Y luego está la oración. La guerra siempre va en contra de los derechos humanos. También me gustaría agradecer la ayuda a los militares. Estamos defendiendo nuestra tierra. La libertad no son sólo palabras, sino una responsabilidad. Y en nombre de esto tienes que estar dispuesto a dar no sólo un poco de tu vida, sino a veces toda tu vida.
-Usted hablada del «olor» de la guerra…
-Desde los primeros días de su pontificado, el Papa dijo que los sacerdotes deben tener olor a oveja. Y ahora la Iglesia en Ucrania tiene este olor. El olor a quemado, el olor a guerra. No se puede explicar con palabras. Con un diácono pasamos cerca de Donetsk y sentimos el olor de la guerra. El olor a muerte no se puede explicar. En Bucha, en Gostomel se puede oler el hedor de la quema. En Chernihiv hay olor a abandono, todo está destruido. Pobres ancianos solos. Una persona no ha podido moverse durante cinco días, nadie pudo ayudarla. Sólo podía sacar agua de los radiadores para beber. Así sobrevivió. Cada ciudad tiene su propio olor a sufrimiento. No se puede describir. Aquí la Iglesia tiene que empaparse de este olor y mantenerse al margen con diferentes formas de ayuda. La verdadera Iglesia es una Iglesia «flexible».
-¿Cómo de palpable es la esperanza entre el pueblo ucraniano?
-No sabemos cuánto durará este Vía Crucis para Ucrania. Para nosotros sigue siendo Cuaresma, aunque cantemos «Cristo ha resucitado». Sin embargo, seguimos manteniendo la esperanza. Lo que hacemos no lo hacemos para jugar, porque no tenemos otra cosa que hacer sino porque es nuestro deber. La gente está agotada pero en sus ojos se ve la confianza en Dios y en los que les están cerca. Un soldado de Crimea, con toda su familia atea, quiso recibir todos los sacramentos antes de ir a luchar. Durante una semana se preparó tan bien que es raro ver tanta gratitud. Para él, acercarse a los sacramentos fue un verdadero regalo. Soy testigo de ello. Esperemos que un día podamos cantar que hemos resucitado con Él.-