Santo Domingo Savio, el adolescente patrono de las embarazadas
Hoy, como cada 6 de mayo, la Iglesia Católica celebra a Santo Domingo Savio (Domenico Savio), el pequeño discípulo de San Juan Bosco en el Oratorio de San Francisco de Sales.
Domingo fue un santo precoz, dada su madurez espiritual, el único llevado a los altares con solo catorce años y sin haber pasado por el martirio.
“¡Quiero ser santo!”, exclamaba Santo Domingo Savio cada vez que se le presentaba una buena oportunidad para esforzarse. Este joven italiano es patrono de los niños que integran los coros de las iglesias alrededor del mundo y de todos aquellos que participan en el ministerio de la música.
También lo es de las embarazadas, gracias a que cumplió un encargo de la Virgen María, con el patrocinio de su preceptor, San Juan Bosco.
El Oratorio de San Francisco de Sales y la Compañía de María
Domingo Savio nació en San Giovanni da Riva, Piamonte, Italia, en 1842. Desde muy pequeño se sintió llamado al sacerdocio y, apenas conoció a Don Bosco en octubre de 1854, le pidió ingresar al Oratorio de San Francisco de Sales en Turín.
Allí organizó la Compañía de la Inmaculada, para la que escribió un reglamento que San Juan Bosco solo cambió ligeramente. Junto con sus compañeros de la Compañía frecuentaba los sacramentos, rezaba el Rosario, ayudaba en los quehaceres domésticos y cuidaba de los niños más difíciles. Además, mantenía siempre un espíritu alegre; le gustaba jugar y estudiar.
Don Bosco y Domingo
El primer biógrafo de Santo Domingo fue el propio Don Bosco. El fundador de los salesianos quiso conservar por escrito la vida aleccionadora y llena de amor del pequeño Domingo. Se dice incluso que la releía de vez en cuando y, cada vez que lo hacía, las lágrimas terminaban rodando por sus mejillas.
En aquella Vita (biografía), Don Bosco no solo relató aquellos pasajes de la vida de Domingo que podían revelar su madurez espiritual, sino también esas imágenes que se quedaron para siempre en su memoria, como las varias ocasiones en las que vio a Domingo arrobado después de recibir la Sagrada Comunión o de rodillas rezando en la capilla.
En la Vita de Santo Domingo se describe un episodio singular. Cierto día, Don Bosco encontró a Domingo en el coro del templo:
“Voy a ver –cuenta Don Bosco–, y hallo a Domingo que hablaba y luego callaba, como si diese lugar a contestación; entre otras cosas entendí claramente estas palabras: ‘Sí, Dios mío, os lo he dicho y os lo vuelvo a repetir: os amo y quiero seguir amándoos hasta la muerte. Si veis que he de ofenderos, mandadme la muerte; sí, antes morir que pecar’».
Cuando Don Bosco le preguntó qué hacía en esos momentos, Domingo le contestó: “Es que a veces me asaltan tales distracciones que me hacen perder el hilo de mi oración, y me parece ver cosas tan bellas que se me pasan las horas en un instante”.
Intercesor de las mujeres en estado de buena esperanza
Durante el proceso de investigación llevado a cabo para su canonización, la hermana de Domingo, Teresa, narró que cierta vez el pequeño santo se presentó ante Don Bosco y le pidió permiso para ir a casa de su familia. Don Bosco le preguntó el motivo y el joven le contestó: “Mi madre está muy delicada y la Virgen la quiere curar”.
Entonces, el sacerdote le preguntó quién le había hecho llegar tales noticias, a lo que Domingo contestó que nadie, pero que él lo sabía con certeza. Don Bosco, que ya conocía de sus dones, le concedió el permiso y le dio dinero para el viaje.
El 12 de septiembre de 1856, cuando el muchacho llegó a ver a su madre en Mondonio, se percató de que estaba embarazada, pero que sufría de fuertes dolores. Domingo, acto seguido, la abrazó fuertemente, la besó y se sentó junto a ella para oírla. La madre le pidió que fuera inmediatamente con unos vecinos. Domingo, por supuesto, obedeció.
Al rato llegó el doctor y después de examinarla vio que la mujer estaba repuesta y lucía sana. Mientras el médico y algunas vecinas preparaban todo para que la madre diera a luz, quedó al descubierto alrededor del cuello de la mujer una cinta verde que estaba unida a una seda doblada y cosida como un escapulario. Era el presente que Domingo le había dado como signo de que la Virgen sería su compañía. Sin mayores contratiempos, ese día nació su hermana Catalina.
Después, Domingo le pediría a su madre que conservara el escapulario y que lo prestase a las mujeres del pueblo cada vez que lo necesiten. Así se hizo; y muchas de ellas obtuvieron gracias particulares por haber tenido puesto el escapulario de la Virgen.
“Prefiero morir antes que pecar” (Domingo Savio)
No pasaron muchos días más hasta que Domingo Savio emprendió el retorno hacia el oratorio salesiano. Lamentablemente no permanecería allí por mucho tiempo más. Su salud se resquebrajó al punto que los médicos se convencieron de que no sobreviviría. Aparentemente había contraído una pulmonía.
Domingo tuvo que despedirse de Don Bosco y sus compañeros para volver a su casa en Mondonio. Antes de morir, con su último aliento, alcanzó a pronunciar estas palabras: “¡Qué cosa tan hermosa veo!”.
Domingo partió a la Casa del Padre el 9 de marzo de 1857, a los catorce años de edad. –