Opinión

Primero salvar personas y después la democracia

Beatriz Briceño Picón:

Es posible que haya muchos que se empeñan en salvar la democracia antes que las personas, craso error. Y en esta visión no solo están perdiendo el tiempo muchos venezolanos y la mayoría de los ciudadanos del mundo. La verdadera democracia solo es posible con personas que no se reconozcan a sí mismas como lo que son y no como otros determinan que sean.

Y bien sabemos que las personas no somos simples individuos sino los seres más ricos de la creación. Sin embargo no me voy a meter por caminos metafísicos o antropológicos y mucho menos en esa hermosa antropología del amor que nos descubre la estructura esponsal de la persona. Que más querría yo que poder ahondar  en esos caminos que nos llevan a iluminar nuestra inteligencia con las luces que ayudan también a descubrir y desentrañar el quid de la ideología de género, que va mucho más allá de una mal intencionada perspectiva de género, que durante largo tiempo fue como las orejas del lobo agresor.

Mi intención hoy es invitar a  todos los católicos que caminamos juntos, a que en este tramo final  hacia el sínodo de la sinodalidad,  que nos hará transitar    por el cierre del año de la familia, el 26 de junio próximo, nos detengamos a pensar  en ese nido natural que es  para todos el hogar y menos en sistemas políticos que exigen la sanación de personas y familias. Porque solo la curación de ambos  asegura el éxito social.

La formación  familiar, escolar y parroquial debería enfocarse, antes que nada, en lo que significa el hogar para personas, comunidades e instituciones políticas. Llegar a la Trinidad del cielo sin pasar por el hogar de Nazaret y por el hogar de Lázaro, María y Marta es muy difícil.   Esto puede ser de Perogrullo, pero también eran evidentes los misterios luminosos del Santo Rosario y tuvo que llegar un Papa como Juan Pablo II, para añadirlos a nuestra consideración. Y es que  nadie había expresado que pasar del Niño perdido y hallado en el templo a la Oración de Jesús en el huerto era  dejarnos en un vacío inaudito.

A veces pensar en el hogar resulta algo técnico o hasta científico. Además el hogar se estudia, en muchos sitios desde el mercado,  que ve a las personas como consumidoras y compradoras. Del mismo modo que muchos gobiernos, mal llamados democráticos, solo ven votantes y no personas a la hora de plantear sus planes de acción. Pero urge tomar una perspectiva antropológica y ética para poder poner las cosas en su lugar natural.

Estos temas darían para varias tesis doctorales, y eso nos ayudaría a la solución de políticas que son  promotoras de ideologías que tarde o temprano conducen a los autoritarismos y otros errores graves que hoy pululan en el mundo.  Por eso me encantó y me conmovió el libro de Pablo Prieto Rodríguez intitulado Dios y las artes del hogar, hasta ahora solo en digital, pero pronto editado en Venezuela. El autor no solo quiso iluminar con ojos de fe, filosofía y arte, el quehacer doméstico sino presentarlo como una clave hermenéutica para discernir su naturaleza, su fin y sus valores específicos. Tal discernimiento resulta tanto más urgente cuanto que la familia sufre hoy gravísimos ataques que pretenden oscurecer su identidad e incluso destruirla.

Prieto no se dedica a presentar muchos de los ataques a la familia y a los hogares que la cobijan, entre los que cabe destacar dos: la mentalidad utilitarista   y el feminismo radical, este último envuelto actualmente en la ideología de género, triste analfabetismo que empobrecen el empeño que deberíamos tener por humanizar el mundo, que es parte de un verdadero ecologismo. El autor va hilvanando  textos breves llenos de sutilezas y de gran belleza que descubren su pasión por la vida y la familia.

En el Apéndice de su obra, nuestro autor explica que no pretendió nada decisivo sobre ese aspecto de la filosofía del trabajo. Pero alerta  sobre posibles malentendidos del trabajo en el hogar que lo han llevado a ser presentado como bestia negra de la ideología de género.

Y es en el hogar donde también  se salvará o se ahogará el amor.  Y como bien dijo San Juan Pablo II: El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incompresible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente.

Beatriz Briceño Picón

Periodista UCV/CNP

Fundación Mario Briceño Iragorry

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