La importancia de la familia para ayudar a los niños afectados por la guerra
Con motivo de la celebración del Día Internacional de las Familias establecida por la ONU el 15 de mayo, algunos expertos de SACRU, Alianza Estratégica de Universidades Católicas de Investigación, presentaron reflexiones centradas en el tema de la migración familiar.
SACRU, Alianza Estratégica de Universidades Católicas de Investigación, cuyo objetivo es reforzar la colaboración mundial entre las universidades católicas, se ha comprometido desde su fundación a investigar los problemas de la familia. Con motivo del Día Internacional de la Familia, que se celebra el domingo 15 de mayo, presentó varias contribuciones de académicos centradas en el impacto de la migración en las familias. Discutieron cómo apoyar a la familia para ayudar a los niños afectados por la guerra en Ucrania; los aspectos psicológicos y sociológicos de la migración; el problema de mantener los lazos familiares; y el papel crucial de la familia en la sociedad.
Ayudar a los niños afectados por la guerra
Theresa Betancourt, directora del Programa de Investigación sobre la Infancia y la Adversidad del Boston College de Estados Unidos, al abordar la cuestión de los niños afectados por la guerra en Ucrania, señaló que más de cuatro millones de jóvenes están desplazados o han huido como refugiados debido al conflicto actual, según estimaciones de UNICEF. Además, según un informe de Save the Children de 2020, 1 de cada 6 niños en el mundo viviría en una zona de conflicto: unos 452 millones de niños. La cifra más alta en 20 años. Pensemos en Afganistán, la República Democrática del Congo, Siria, Yemen, Somalia, Malí, el norte de Nigeria, Camerún, Sudán y la República Centroafricana, entre otros. Por no hablar de los contextos post-conflicto, como Sierra Leona y Liberia. En estos contextos, los estudios realizados por el instituto -señaló Betancourt- han reconocido el importante papel que desempeñan las familias y los cuidadores para ayudar a los niños a sobrevivir y prosperar a pesar de los traumas y las pérdidas resultantes de los conflictos armados. «Vemos, repetidamente», dijo, «que las relaciones afectivas y la oportunidad de crecer bajo el cuidado afectuoso de una familia sana, funcional y solidaria operan como importantes factores de protección para que los niños afectados por la guerra prosperen a largo plazo». Por tanto, las instituciones y las políticas deben «servir a todas las personas y fortalecer a las familias» para apoyar a los niños en situaciones de conflicto. Su desarrollo futuro está influenciado por lo que le ocurra a la familia después de la guerra.
Consecuencias psicológicas y sociológicas
Camillo Regalia, director del Centro di Ateneo Studi e Ricerche sulla Famiglia (Centro Universitario de Estudios e Investigaciones sobre la Familia), y Laura Zanfrini, profesora titular del campo científico-disciplinar de Sociología de los Procesos Económicos, en la Università Cattolica del Sacro Cuore, en Italia, se centraron en los efectos psicológicos y sociológicos de la migración familiar. Los cambios que provoca en la unidad familiar y en la calidad de los vínculos. «Los miembros de la familia», observaron, «tienen que renegociar sus papeles y encontrar nuevas formas adecuadas de (re)construir y mantener sus relaciones», tanto los miembros de la familia en la sociedad de acogida como los que quedan en casa. Señalaron cómo las familias de la nueva sociedad se sienten a menudo desgarradas entre valores y exigencias contradictorias, y tienen que hacer frente a estas diferencias, especialmente en el plano de las relaciones entre padres e hijos; y cómo la mayoría de los migrantes individuales se ven inducidos a renunciar a sus planes familiares o a «sacrificarse» por el bienestar de los miembros de su familia que quedan. Muchos de ellos se distribuyen en las escalas inferiores de la jerarquía ocupacional», observan los estudiosos, «y sus familias suelen estar expuestas al riesgo de pobreza y exclusión». Sus hijos, en consecuencia, sufren un bajo rendimiento educativo y laboral y a veces son (o se sienten) discriminados. Existe, por supuesto, el lado positivo de la migración para la familia, ligado a la motivación para trasladarse a otro país, es decir, el deseo de mejorar las condiciones de vida de toda la familia. Cuando se consigue este objetivo, la migración se convierte en una excelente oportunidad para que la familia construya y ofrezca un futuro mejor a la siguiente generación.
La reacción a la pérdida es un proceso de duelo
Las causas de la migración son, en primer lugar, económicas, cuando la familia no tiene más remedio que emigrar para sobrevivir. Y, en segundo lugar, de carácter político, cuando la familia se siente amenazada por sus ideas y tiene que huir a países más respetuosos con las personas que piensan de forma diferente. En este caso, se habla de «refugiados» o «exiliados». En tercer lugar, la migración puede tener lugar temporalmente por motivos de estudio o trabajo, no relacionados con problemas económicos o legales. Los tres procesos migratorios, señala la investigación de Carlos Pérez-Testor y Anna Maria Vilaregut Puigdesens, de la Escuela de Psicología, Educación y Ciencias del Deporte Blanquerna, Grupo de Investigación de Pareja y Familia (GRPF), de la Universitat Ramon Llull, en España, generan pérdidas y, las dos primeras causas, heridas profundas. Los estudiosos definen la reacción a la pérdida como un proceso de duelo que, si no se procesa, también puede causar dificultades como el Síndrome del Migrante con Estrés Crónico y Múltiple, también llamado Síndrome de Ulises (Achotegui, 2020). Si el procesamiento de la pérdida falla», dice el texto, «aparecerán entonces situaciones de riesgo y la familia puede desorganizarse o enfermar. A lo largo del proceso, pueden aparecer mecanismos de defensa patológicos que dificultan un procesamiento suficientemente sano». Por el contrario, «si el proceso de duelo se procesa con éxito, la familia podrá integrarse plenamente en la sociedad de acogida, y el resultado puede ser un buen desarrollo individual y social».
Problemas de salud mental en contextos migratorios
No es casualidad que el estudio de María Olaya Grau y Nicolle Álamo, de la Escuela de Trabajo Social de la Pontificia Universidad Católica de Chile, destacara la urgencia de que el gobierno, en colaboración con las organizaciones internacionales y la sociedad civil, «tome medidas y adopte políticas que puedan abordar los problemas de salud mental causados por la separación familiar en contextos migratorios y diseñe intervenciones culturalmente sensibles para tratarlos» y así hacer realidad el objetivo del bienestar familiar. Problemas que a menudo se agudizan o complejizan si van acompañados de discriminación y xenofobia.
No comprometer las posibilidades de las generaciones futuras
Por último, la Universidad de Sophia (Japón), a través de las reflexiones de Keiko Hirao, de la Graduate School of Global Environment Studies, quiso recordar a todos el papel crucial de la familia en la sociedad. Aunque está perdiendo importancia en la vida de los individuos, sigue siendo la única institución que genera hijos. Teniendo en cuenta que las sociedades no pueden ser sostenibles si su población no se regenera, es muy preocupante para Japón -señaló Hirao- estar entre los primeros países con baja fertilidad y envejecimiento de la población. Tanto es así que unos 896 de los 1.799 municipios desaparecerán en 2040 debido a la despoblación. Los datos muestran que estos pueblos están perdiendo mujeres en edad reproductiva, ya sea por la baja fecundidad, que hace que nazcan menos niñas cada año, o por la migración de las mujeres a ciudades más grandes donde hay más oportunidades de educación y trabajo. Esto sugiere que una posible solución al problema», concluye Hirao, «podría ser garantizar la igualdad de género y resolver el dilema entre trabajo y familia».
Anna Poce – Vatican News