Lecturas recomendadas

La Ruta de la Plegaria Poética III

Rosalía Moros de Borregales:

“Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo;

¿Cuándo vendré y me presentaré delante de Dios?”

Salmo 42:2

Hoy nos corresponde introducirnos en la Edad Media, ese período de la historia comprendido entre la caída del Imperio romano (476 d.C.) y el advenimiento de la edad moderna y la cultura renacentista; fue aproximadamente un milenio de profunda transformación espiritual, cultural y política. Tras la caída del Imperio romano, el cristianismo que había sido perseguido por varios siglos, se convirtió en el instrumento unificador de Europa.

La iglesia cristiana se había organizado y su máximo exponente, el Papa, vino a ser la figura más influyente de occidente. Las catedrales y monasterios se convirtieron en la médula espiritual e intelectual de las ciudades y aldeas. Las universidades como París, Boloña y Salamanca nacieron bajo el amparo de la iglesia. Por una parte, el arte, la música, la filosofía y la literatura giraban en torno a la idea de Dios; fue un tiempo en el que el alma humana se volvió profundamente a la búsqueda divina y la concepción del mundo era una peregrinación hacia la vida eterna. Por otra parte, a pesar de esto, en este milenio hubo siglos de dolor e intolerancia a través de las Cruzadas.

Más allá de los asuntos políticos de la iglesia, entre los muros de piedra de los monasterios, los cantos ascendían con el incienso, y en las lágrimas de los místicos, la oración se hizo poesía, y la poesía se hizo oración. El hombre medieval no separaba la fe del arte ni la belleza de la devoción. En los himnos y plegarias de ese tiempo, los temas que se exaltaban eran la cruz, y el amor hecho persona, Cristo. Cada verso de esta gente, apartada en la gran búsqueda de sus vidas, fue un eco del deseo más antiguo: “Mi alma tiene sed del Dios vivo.”

Venancio Fortunato (530–609) – El himno de la cruz gloriosa y Canta, lengua, la gloriosa batalla.

El poeta que destaca en esta época es el conocido Venancio Fortunato, nacido en Treviso, en el norte de Italia. Se dice que en su juventud fue sanado milagrosamente de una grave enfermedad, y desde entonces consagró su talento poético al servicio de Dios. Ordenado obispo de Poitiers, escribió himnos que aún hoy son escuchados en algunas iglesias. Su poema más célebre, el Vexilla Regis prodeunt (Avanzan los estandartes del Rey), fue compuesto para recibir solemnemente una reliquia de la Cruz de Cristo. En cada palabra se percibe el asombro del alma ante el misterio de la redención.

Versión en latín:

Vexilla regis prodeunt;

fulget crucis mysterium,

qua vita mortem pertulit,

et morte vitam protulit.

 

Los estandartes del Rey avanzan;

brilla el misterio de la cruz,

En la cual la Vida padeció la muerte,

y con su muerte dio a la Vida luz.

 

La cruz, que antes fue símbolo de ignominia, se convierte con Cristo en el estandarte de la redención. Fortunato la presenta como un árbol fecundo; en sus ramas cuelga la salvación del mundo. Es una plegaria poética que enlaza el sacrificio de la muerte con la gloria de la vida. La cruz se presenta como el estandarte de Cristo, el Rey, símbolo del triunfo del amor sobre el pecado.

O crux, ave, spes unica,

hoc passionis tempore!

piis adauge gratiam,

reisque dele crimina.

 

Salve, oh cruz, nuestra única esperanza,

en este tiempo de pasión;

la gracia de los justos acrecienta

y a los culpables sus faltas borra.

 

En Fortunato, la oración se vuelve poesía. En estos versos, la cruz es saludada y reconocida como la única esperanza que hubo y que habrá. Evoca las palabras del apóstol Pablo a los corintios: “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios”. I Corintios 1:18. Se trata de la exaltación de la obra redentora que se llevó a cabo en el madero; porque es allí, en la cruz, donde los culpables que creen en el Cristo redentor encuentran el perdón y la fuente de la gracia.

Otro de los himnos de Fortunato, el Pange lingua gloriosi proelium certaminis (Canta, lengua, la gloriosa batalla), también exalta la victoria de Cristo en la cruz.

Pange, lingua, gloriosi

proelium certaminis,

et super crucis trophaeo

dic triumphum nobilem.

 

Canta, lengua, la gloriosa batalla,

y sobre el trofeo de la cruz

proclama el triunfo noble

del vencedor del mundo.

 

Aquí la plegaria se hace celebración; la cruz no se contempla en tristeza, sino en victoria. El alma del creyente camina bajo ese estandarte, y cada paso es una oración.

 

San Bernardo de Claraval (1090–1153) – El dulcísimo Nombre de Jesús

En los monasterios cistercienses del siglo XII resonaba la voz suave y ardiente de San Bernardo. El Císter fue una reforma monástica que nació en Francia en 1098 cuando un grupo de monjes decidieron apartarse de la riqueza y la ostentación para vivir una vida cuyo lema era: Ora et labora (Reza y trabaja). Vivian en una profunda soledad entregados a la lectivo divina, la lectura de la Biblia en una actitud de oración, la oración continua, el trabajo agrícola o artesanal y una vida comunitaria sin lujos.

Ellos creían que la belleza de Dios debía reflejarse en la sencillez, no en el ornamento; por esa razón sus monasterios eran de piedra desnuda. De esos muros austeros surgió la poesía de Bernardo de Claraval, Jesu dulcis memoria, que contiene muchas estrofas. Disfrutemos una:

Jesu dulcis memoria

Dans vera cordis gaudio:

Sed super mel et omnia

Ejes dulcis praesentia.

 

Jesús, dulce es recordarte,

Alegría del corazón verdadero:

Más dulce aún que miel y todo bien

es tu presencia misma.

 

Bernardo enseñaba que en el Nombre de Jesús se encierra toda la teología del amor. Afirmaba que el nombre de Jesús era una llama capaz de encender los corazones. Su poesía no es artificio, es la respiración del alma que vive en Cristo. Su vida fue una ofrenda de amor. Llamó a Cristo “el Nombre sobre todo nombre” y escribió himnos, sermones y meditaciones que conmovieron a toda Europa. Su palabra era miel y fuego. Por eso lo llamaron Doctor melifluo (el que destila dulzura). Solía decir: “Quien pronuncia el nombre de Cristo con fe, lo experimenta como presencia viva. Quien lo adora, halla consuelo; quien lo medita, halla dirección”.

“Si te sientes tentado, invoca a Jesús;

si te abruma el dolor, llama a Jesús;

si tu espíritu se eleva en alegría, canta a Jesús.”

(Homilías sobre los Salmos)

 

Al leer a Bernardo viene a mi mente aquel hermoso versículo de la epístola del apóstol Pablo a los filipenses: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” Fil. 2:9-11.

La oración que se vuelve poesía no es un adorno, es el resultado de la experiencia del amor que excede a todos los amores de la Tierra. Como Fortunato cantó a la Cruz y Bernardo al nombre de Cristo, así tu alma puede expresar donde quiera que vaya tu amor al Salvador y convertir al mundo entero en tu altar.

“La oración es también poesía, porque es belleza ofrecida a Dios;

es también música, porque es armonía con su voluntad;

es también arte, porque modela nuestra vida a imagen de Cristo.”

Juan Pablo II, Carta a los Artistas, 1999.-

 

Rosalía Moros de Borregales

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