Comprensión del corazón
Alicia Álamo Bartolomé:
Terminado el mes de mayo y empezando el de junio, me vienen a la memoria que en el primero se celebra el Día de la Madre y en el segundo el del Padre; el de la Madre, el segundo domingo de mayo y el del Padre creo que igual o el tercero. Como hace tiempo no tengo una ni otro, no soy ducha en estas fechas, además de que nunca me entusiasmaron mucho, porque su origen me parece más comercial que sentimental. También hay un Día de los Abuelos el 26 de julio, Fiesta de san Joaquín y santa Ana, padres de la Virgen María. Lo que no entiendo es porqué no han inventado un Día del Tío y de la Tía, para gente como yo, que es lo único que he sido en estas experiencias domésticas. Sobre todo, porque pertenezco a una especie en extinción: la de esa tías que en muchos momentos han reemplazado a las madres ante las cunas, velando a niños sanos o enfermos, cambiando pañales, dando teteros, es decir, asumiendo todo lo inherente a una maternidad que no tienen. Pero no hay Día de las Tías, gracias a Dios hemos sido olvidadas, lo que es bueno para la economía familiar: un regalito menos.
Dije que el origen de estas conmemoraciones me parecía más comercial que sentimental y lo sostengo. En mi niñez no las había. Bien entrada mi juventud fue apareciendo lo del Día de la Madre y su correspondiente parafernalia: el regalo para mamá, la composición escolar sobre ella, sea escrita, sea dibujada, el almuerzo especial –lo que en mucho casos es más trabajo para la madre festejada- y digamos que un largo etcétera. A veces la maestra o maestro ponía el tema a propósito, por ejemplo, escribir bajo este título: “Madre, sólo hay una”. Un niño inspirado escribió: “Mamá, sólo hay una…, coca-cola en la nevera”. La propaganda en todos los medios de comunicación de los productos propios para regalar a las madres festejadas: desde los aparatos para el trabajo doméstico –que no creo les hagan mucha gracia- hasta prendas de vestir y joyas, seguramente mejor recibidas. Es una publicidad tan bien realizada y orquestada que debe traer pingües ganancias, sin la menor duda.
Pero no sólo en lo comercial ha habido una explotación dudosa, también en lo sentimental. Se ha puesto la figura de la madre en unas esferas seráficas, que muchos hijos deben mirarlas con amarga sonrisa. Esas santas no han sido para muchos; menos los padres, en un país de tantos hijos naturales. Sí, las madres solas han asumido, en muchos casos, su papel heroicamente, pero cuántas veces han sido manipuladoras y castrantes con sus retoños, dando a la sociedad seres amargados y pusilánimes.
Afortunadamente Dios nos ha dado la capacidad para superar infancias y juventudes traumáticas, por causa de padres equivocados. Recuerdo lo que me contó una amiga: siendo estudiante universitaria, se enamoró de un profesor casado. Un amor platónico, era ella la enamorada, el tipo ni se dio por enterado. Sin embargo, necesitaba desahogarse con alguien y, muy acertadamente, escogió a su mamá para hacer esta confidencia. Se equivocó. Al día siguiente de aquella conversación, llegó a su casa un poco tarde, como cualquier otro día y la madre la esperaba en la puerta, al preguntarle por qué, recibió este baño de agua fría: “Es que ya no te puedo tener la misma confianza”. Jamás hubo otro intercambio entre madre e hija. La muchacha llegó a la madurez reservándose todos sus afanes, preocupaciones o conflictos, mejor comprendidos por confidentes extraños; pero también con el escondido dolor de que, habiendo vivido muchos años junto a su mamá, no la había tenido nunca. La desconfianza con los hijos es una errada decisión.
El amor entre familia no se demuestra con soluciones mercantiles sino con actitudes. Una transferencia bancaria puede venir muy bien en momentos de apuros económicos o simplemente como regalo en ciertas fechas, pero siempre será mejor una transferencia cordial. Sentir el cariño que arropa da más seguridad, fruto y trascendencia. Un niño se arroja en los brazos de su madre más por confianza y protección que por esperar un regalo. Todos necesitamos, más que las cosas, la comprensión del corazón.-
De su columna en El Impulso