San Francisco Caracciolo: Dios lo curó de una terrible enfermedad
Hoy, 4 de junio, la Iglesia conmemora a San Francisco Caracciolo, religioso italiano del siglo XVI, fundador, junto al P. Agustín Adorno, de la Orden de Clérigos Regulares Menores, de la que fue superior general.
De lo que rebosa el corazón, habla la boca
A Francisco lo llamaban “el predicador del amor de Dios» porque en su prédica aludía constantemente a la misericordia de Dios con los pecadores.
El P. Francisco, al mismo tiempo, fue siempre un fiel devoto de la Santísima Virgen. Dios le concedió el don de curar enfermedades, y en reiteradas ocasiones pudo devolver la salud a personas enfermas con solo hacer la señal de la cruz sobre ellas.
De mente inquieta y de alma dócil a las mociones del Espíritu Santo, encabezó, a lo largo de su vida religiosa, varias iniciativas con el deseo de extender el Reino de Dios.
Francisco fue el fundador de uno de los más grandes conventos de Nápoles (Italia), que pronto se llenaría de vocaciones, e hizo lo mismo en España, en las ciudades de Madrid, Valladolid y Alcalá.
Curado de la peor enfermedad
Francisco Ascanio Caracciolo nació el 13 de octubre de 1563 en la región de los Abruzos (Italia). A los 22 años se contagió de lepra, enfermedad de la piel en ese entonces incurable. Los médicos lo desahuciaron y sus amigos pronto se apartaron, dejándolo solo.
Él, sintiéndose perdido, volvió sobre el Señor, al que pidió que lo salve. En su oración de súplica le prometió a Dios que le daría un sentido distinto a su vida y que si lo curaba, se haría sacerdote y dedicaría su vida al apostolado.
Curado de milagro, Francisco decidió cumplir su promesa y empezó a prepararse para el sacerdocio. Se fue a Nápoles a estudiar teología y allí, apenas ordenado sacerdote, se unió a un grupo de religiosos dedicados a asistir a los presos de las cárceles.
La fundación
En 1588 el Papa Sixto V dio su aprobación a la nueva Congregación que Francisco y sus compañeros fundaron. El Papa, a continuación, dejó bajo el cuidado de la nueva Orden la residencia que está junto a la famosa Basílica de Santa María la Mayor, en Roma.
Los clérigos menores -a los que se conoce como “caracciolos” o “caracciolinos”- trabajaban en cárceles y hospitales, anunciando al Señor en esas difíciles circunstancias, además de hacerlo recorriendo calles o pueblos enteros.
Francisco entregó lo mejor de su vida trabajando para la extensión del Reino de Dios en la tierra, labor dura y exigente, principalmente porque muchas almas se encontraban endurecidas.
El tiempo que el santo dedicaba a la oración y a la vida en común con sus hermanos fueron los pilares que lo sostuvieron.
Aferrado a lo esencial
En 1607 el P. Francisco Caracciolo renunció al cargo de superior general que se le había encomendado para dedicarse exclusivamente a la oración y la meditación.
Gracias a la guía y los cuidados de Francisco, sus hijos espirituales desarrollaron un estilo de vida en el que se equilibraba la predicación (la pastoral) con la vida contemplativa.
Para el santo, toda obra en favor de los que sufren tenía que tener un sustento espiritual. Es en el esfuerzo por acompañar a sus hijos que Francisco empieza a desarrollar las características del místico.
En su habitación del convento de Nápoles, se le encontró varias veces tirado en el suelo en éxtasis, con los brazos en cruz, de cara a su crucifijo.
La vuelta a casa
El 4 de junio del año 1608, a los 44 años, San Francisco Caracciolo fue llamado a la Casa del Padre, tras sufrir de unas fiebres intensas.
Fue beatificado por el Papa Clemente XIV el 4 de junio de 1769, y canonizado por el Papa Pío VII el 24 de mayo de 1807.-