Pocas veces en los anales de la patria ha habido una oposición más fervorosamente seguida y apoyada por la ciudadanía, una oposición en la cual se han depositado nuestras más sentidas esperanzas para enfrentar a los autores de la mayor tragedia histórica nacional, el llamado «castro-chavismo», un régimen para el cual, todos los venezolanos, si seguimos vivos, somos culpables, por no obedecer mansamente sus designios.
Todo comenzó en febrero de 1992, lo que fue seguido a finales de 1998 con un engaño, una diabólica trampa autoritaria cargada de fraude y simulación, y vestida con supuestos ropajes «reinvindicadores», «renovadores de la nación». Y en ella cayeron muchos venezolanos (no mayorías como algunos afirman, ya que la abstención jugó un papel esencial en los resultados de la primera victoria del proyecto autocrático, para sus jefes la fundamental). Los venezolanos, en cuarenta años, pasamos del «espíritu del 58», al «horror del 98».
Ha carecido el poder chavista de argumentos racionales y sólidos; para tratar de justificar su fracaso cada cierto tiempo asoma una nueva teoría conspirativa, el supuesto descubrimiento de una insólita conjura internacional y nacional «contra los venezolanos». Ya no hay qué nueva cosa inventar para explicar las constantes fallas de los servicios públicos, o la pérdida de institucionalidad. Siempre habrá unos conjurados trabajando en la sombra. Bien saben -por ello usan tal argumento a cada rato- que toda «teoría de la conjura» sólo busca consagrar la imposibilidad de la crítica.
El régimen, a lo largo de los años, ha mostrado extraordinaria incapacidad, ineptitud e incompetencia ejecutiva, especialmente en materia de políticas públicas. ¿La excepción? su manejo y relación con la oposición venezolana.
Después de 23 años hemos visto diversos rostros opositores, individuales y colectivos. El semblante del adversario, en cambio, siempre ha sido el mismo. Y cada día, mes y año que pasan, se vuelve más siniestro, inhumano, desalmado y cruel, pero eficaz en su objetivo de mantenerse en el poder como sea. Tiene 23 años hablando de diálogo, para siempre burlarlo; de paz, mientras agrede sin piedad a los venezolanos; de justicia, y renueva a su placer los cuerpos judiciales y electorales para convertirlos en armas hondamente parcializadas a favor de la tiranía.
Son demasiados los venezolanos asesinados, torturados, presos o migrantes. Cada rostro representa un llamado, un reclamo, una exigencia de que alguien oiga sus peticiones de libertad. Ciertamente el régimen ni lo ha hecho, ni lo hará. Pero algunas oposiciones tampoco han asumido la tarea, ensimismadas en sus luchas internas con sus egos omnipotentes a la cabeza.
Mientras tanto, día a día se agranda el espacio en el que crece el enojo ciudadano. La indignación de los venezolanos se está convirtiendo en un combustible inagotable.
Un gran jurista e intelectual hispano con profundas raíces venezolanas, Manuel García-Pelayo (entre muchos méritos, fundador de la Escuela de Estudios Políticos de la UCV), creó una frase que debemos mencionar aquí, sobre las cualidades que debe reunir todo político democrático: 1) saber qué se quiere o conciencia de finalidad; 2) saber qué se puede o conciencia de posibilidad; 3) saber qué hay que hacer o conocimiento de la instrumentalidad; 4) saber cuándo hay que hacerlo o sentido de oportunidad y 5) saber cómo hay que hacerlo o sentido de la razonabilidad.
Por desgracia, lo anterior ha faltado muy frecuentemente en los sucesivos dirigentes de los partidos opositores al chavismo. Ha habido asiduamente mucha confusión, ingenuidad, titubeo y predominio de lo coyuntural.
Ante tanta duda y vacilación en los actores que deberíamos poder llamar «nuestros», ha llegado la hora de que sepamos y asumamos quién es opositor y quién no lo es; quién es demócrata, y quién no. Lo cierto es que los sustantivos «oposición» y «cohabitación» no son sinónimos, es como tratar de mezclar fuego y agua. No es la actual una época de servidumbres, sino de coraje, hay que reivindicar la justicia, no aceptar su degradación. Venezuela no merece tanta injusticia acumulada.
Necesitamos una oposición dispuesta a oír nuestras demandas, a defender y privilegiar nuestros derechos. Que gracias a sus esfuerzos Venezuela vuelva a ser un país pujante, de concordia, de encuentro. Un país no alimentado por odios, venganzas o rencores. Un país donde una élite materialista y oportunista no disfrute obscenamente placeres del primer mundo mientras más del 90% se hunde cada día más en la miseria. Y encima que cínicamente afirme que esta situación injusta nos hace «estar mejor».
Se nos presenta en estos momentos el aparentemente inminente retorno de los diálogos de México, en la esperanza de que conduzcan a un proceso electoral en 2024. A lo dicho en otras oportunidades, hay que agregar que, si en verdad hay voluntad de negociación y de diálogo por parte del régimen, el equipo negociador opositor debe exigir tres condiciones imposibles de obviar o de no contemplar si se quiere mostrar seriedad y respeto hacia los ciudadanos y sus esperanzas: en primer lugar, la liberación de todos los presos políticos; segundo, el cese del secuestro de las entidades partidistas opositoras, y su devolución a sus legítimos representantes; y, tercero, garantizar el derecho al voto de todos los venezolanos, sin excepciones, incluyendo por ende a los millones de residentes en el exterior.
Mientras, solo mostrando firmeza en los principios, en los objetivos y en los medios, dentro de una nueva y sincera política unitaria y solidaria, que acompañe en serio las protestas ciudadanas que no cesan, podrá rescatar el liderazgo opositor la legitimidad que hoy está en entredicho.-
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