Parlamento dividido
Noel Álvarez:
Marco Tulio Cicerón dividió el Senado y el poder que mantenía Julio César, con un juicio que ganó y la muchedumbre comenzó a aclamarlo. “Garbanzo”, como le llamaban, era uno de los mejores abogados de su época. Según la Ley romana, los litigantes no podían cobrar honorarios, pero si recibir suntuosos regalos. El senador Servio Asimio Céler decidió sobre un asunto sumamente importante que involucraba a personajes de la alta sociedad romana que habían sido despojados de sus bienes. El senador falló a favor de Marco Tulio y ordenó la libertad de Persus y su familia, así como también la restitución de sus bienes. Después de ganar el juicio, ya en la salida, todos felicitaron a Marco por su triunfo y Persus le besó la mano en señal de agradecimiento.
El poeta Nucio Scaevola, amigo de Cicerón, señaló en su momento que la ley era una “ramera”, porque se modificaba según los intereses y caprichos de quien estaba en el poder. Sin ninguna duda, muchos compatriotas venezolanos opinan que la ley, aun hoy, sigue siendo una meretriz. Sin embargo, Marco Tulio creía que las leyes estaban por encima de las exigencias y la codicia de los hombres.
Cicerón recibió una carta de su viejo amigo Noé ben Joel, residenciado en Jerusalén, quien lo saludó con este párrafo: “Con gran satisfacción, recibí tu última carta en la que me dabas cuenta de tus continuos éxitos. Eres afortunado al haberte hecho de clientes que pueden enriquecerte con sus regalos. Como señal de que no te olvida y en prueba de su eterna gratitud, mi padre te envía varias jarras de esas pequeñas aceitunas negras de Judea que tanto te gustan y varios pellejos del mejor aceite, del que ahora no hay en Roma. Además, te envío muchas varas de lienzo egipcio blanco y de color, un pergamino del faedo grabado por un intelectual judío de mucha fama, dos brazaletes de hilo de plata incrustados de piedras preciosas, un arte en el cual sobresalen mis paisanos y que es un presente para tu madre, y finalmente un escudo repujado con las armas de tu familia, destinado a tu hermano”.
“Es muy conveniente que un abogado tenga informes secretos acerca de los poderosos”, le dijo Aulo Licinio Arquias, un poeta sirio que fue defendido con éxito por Cicerón en algunos juicios. Y añadió:“un abogado que fuera honrado y creyera honestamente en las leyes se moriría de hambre por falta de clientela. Jamás podría ganar un caso”. A lo que Cicerón, disgustado por el comentario de Arquias, respondió: «Entonces me moriré de hambre”.
En uno de los juicios en donde participó y ganó, Marco Tulio entabló una discusión con el senador Manio Curio Dentato, un héroe de origen plebeyo, de los primeros tiempos de la República Romana. Según Plinio el Viejo, Curio nació provisto de dientes, por lo que adoptó ese apodo. En esa toma y dame verbal, Marco Tulio comenzó a atacar al gobierno haciendo referencia al estilo de vida que llevan, a la corrupción en la que se ha caído, a la mala situación del país, incluso los presentes comenzaron a murmurar que Cicerón no saldría vivo de allí, pues estaba diciendo la situación real del país. Parece que, en aquella época, en Roma ya existían unos grupos llamados “colectivos”.
La escritora británica Taylor Caldwell en su libro La columna de hierro, recuerda lo que Sila, otro dictador romano, dijo a Cicerón: “Consideremos los políticos. ¿Hay hombres más vanos que los que gozan de un poco de autoridad y pueden pavonearse antes quienes los han elegido? ¿Hay alguien que pueda vanagloriarse de ser más ladrón que estos representantes del pueblo, alguien que no venda su voto por el honor de sentarse a la mesa junto con los poderosos? ¿Quién es más traidor a un pueblo que quien jura que lo sirve? ¡Míralos! ¿Crees que van a dejar de llenar sus arcas por mucho que les grites que hay que salvar Roma?”.
Y continuó Sila “¿Van a dejar sus cómodos puestos de mando en nombre del pueblo y a servir a los ciudadanos que los eligieron sin temor o favoritismo? ¿Van a exigir que se respete la Constitución y se negarán a aprobar una ley que favorezca sus intereses? ¿Van a gritar antes ¡Libertad que privilegio!? ¿Van a exhortar al electorado a que practique de nuevo la virtud? ¿Se van a encarar con la plebe de Roma para decirle ¿Portaos como personas y no como un rebaño? ¿Encontrarás a uno solo de estos entre los representantes del pueblo?”. A todas estas preguntas, el orador y filósofo respondió con un lacónico: «No, señor». Estas aseveraciones de Sila, rememoran las tertulias qué en el lar trujillano, yo sostenía con mi difunto padre, acerca del desempeño de los dirigentes políticos, las cuales siempre concluían en que, el paso del tiempo no nos había traído nada nuevo y que la política seguía siendo igual a la de antaño.-