Lecturas recomendadas

Las dos preposiciones de la libertad

Cristo nos ha hecho libres. ¿Qué haremos con esa libertad?

Padre Paul Scalia, sacerdote de la Diócesis de Arlington, VA:

«Para ser libres os ha libertado Cristo» (Gálatas 5:1) Es una línea curiosa de San Pablo. ¿Qué significa ser liberado para la libertad? ¿Es eso una tautología? ¿Un razonamiento circular? Como siempre, algo de contexto viene al caso.

San Pablo escribe para recordar a los gálatas que el Evangelio los había librado de la Ley de Moisés, y para advertirles que no volvieran a caer en la esclavitud del legalismo. Al mismo tiempo, les advierte que no usen su libertad “como una oportunidad para la carne”. Su libertad era para la caridad, para “servirse unos a otros por amor”. Fueron liberados de la esclavitud para que pudieran vivir libremente para Cristo. Cristo los había hecho libres, para la libertad.

La verdadera libertad es, a la vez, de y para. Nuestros errores sobre la libertad niegan la una o la otra de esas preposiciones. En un extremo está el miedo a ser liberados de aquello que conocemos. Es la preferencia por el legalismo que, aunque onerosa, solo requiere una obediencia servil y ninguna inversión personal. No es tan gloriosa como la filiación divina, pero al menos la conocemos y requiere menos de nosotros. En el otro extremo está la violación de la libertad por exceso —es decir, pensar que la libertad no es para otra cosa que para lo que nos dé la gana.

Sólo Jesucristo confiere la verdadera libertad, esa “gloriosa libertad de los hijos de Dios”. (Romanos. 8,21) Esta libertad es, ante todo interior:  del pecado, y para la santidad. Por medio de Su verdad, Él nos libera del error y de las mentiras del maligno. Por medio de su gracia Él rompe los lazos de la muerte y del pecado que nos esclavizan interiormente.

De nuevo, por medio de Su verdad, Él da estructura, significado y propósito a nuestra libertad. Esta tiene un destino y un propósito. Es para algo: “Esta es la voluntad de Dios, vuestra santidad”. (1 Tesalonicenses 4:3) Por medio de su gracia, Él nos fortalece para vivir tal libertad. No es demasiado para nosotros, porque Él mismo vive su libertad filial dentro de nosotros.

En Cristo somos liberados del pecado para que libremente —es decir, plenamente, con gozo y generosamente— podamos buscar la santidad.  Sin Él, la libertad se convierte primero en licencia y luego en miedo. Si no vivimos la libertad que Él nos da con Su gracia y Su verdad, entonces retrocederemos, con miedo de vivir como personas libres. Eso es aquello contra lo que el Apóstol está advirtiendo. Y eso es lo que estamos observando hoy.

Nuestra cultura ofrece una “libertad” que esclaviza. Es libertad, solo, de cualquier restricción percibida, incluida cualquier limitación propia de las criaturas. Para que esta libertad se conserve, debe extenderse. Así, que siempre busca más restricciones que derribar. Las mujeres deben ser liberadas de la maternidad. Los adolescentes deben ser liberados de su sexo “asignado al nacer”. Los transhumanistas prometen que podemos ser liberados de nuestros propios cuerpos.

No hay ningún propósito para tal libertad. No es para nada; solo, para todo. Esto es atractivo al principio, porque luego podemos estar en el puesto de mando. Llegamos a establecer nuestro propio curso y a decidir nuestras propias reglas. Tenemos, como infamemente lo expresó Planned Parenthood v. Casey, “el derecho de definir el propio concepto de existencia, del significado del universo y del misterio de la vida humana”.

Definir tu propia realidad suena divertido, hasta que te das cuenta de la enorme responsabilidad que es definir tu propia realidad. ¿Quién puede soportar eso?

Cada revolución se come a los suyos. Esta falsa libertad finalmente se vuelve insoportable y conduce de nuevo a la esclavitud. Sin la gracia y la verdad de Cristo para integrar y dirigir nuestras pasiones, estas se convierten en nuestros grilletes. Esta esclavitud espiritual conduce inevitablemente a la esclavitud política. Cuando nuestra debilidad interior hace que no podamos gobernarnos a nosotros mismos, entonces clamamos porque alguien más lo haga.

Además, la naturaleza extraordinaria de esta falsa libertad nos hace retroceder, de nuevo a la esclavitud. ¿Quién puede soportar la carga de definir la existencia, el significado del universo y el misterio de la vida humana? ¿Quién está a la altura de esa tarea? No es de extrañar que veamos una duda sobre el autogobierno y una creciente disposición a ser controlados, especialmente entre los jóvenes.

Les hemos impuesto la carga de definir la realidad, pero les negamos cualquier verdad y dirección. ¿Debería sorprendernos que corran hacia el socialismo, que al menos promete cierta certeza y seguridad?

El Gran Inquisidor de Dostoievski tenía razón. Las personas no pueden soportar la libertad que se les extiende. Solo, que no es el inquisidor católico, sino los sumos sacerdotes del progresismo quienes esclavizan. Derriban todas las limitaciones para «liberar» a las personas; y luego les piden que vengan y encuentren seguridad bajo el control del estado. Las palabras del Gran Inquisidor son justamente suyas: “La gente está más convencida que nunca de que tiene una libertad perfecta, pero nos la han traído y la han puesto humildemente a nuestros pies”.

En Braveheart, el William Wallace de Mel Gibson, pregunta a los rebeldes escoceses: «¿Qué harán con esa libertad?» Claro, él probablemente no tenía a San Pablo en mente. Pero su pregunta proporciona otra (y divertida) forma de entender las palabras del Apóstol.

Cristo nos ha hecho libres. ¿Qué haremos con esa libertad? Esto tiene implicaciones tanto personales como políticas. Si nosotros no usamos nuestra libertad interior para el propósito previsto —buscar la perfección cristiana, servir en amor— entonces seremos gobernados por nuestras pasiones o volveremos a caer en el legalismo. Si no usamos nuestra libertad religiosa para vivir y proclamar el Evangelio, entonces permitimos que el estado nos la quite.

Tomado/traducido por Jorge Pardo Febres-Cordero, de: https://www.thecatholicthing.org/2022/06/26/freedoms-two-prepositions/

Sobre el Autor

El Padre Paul Scalia es sacerdote de la Diócesis de Arlington, VA, donde se desempeña como Vicario Episcopal para el Clero, y Pastor de la Iglesia Saint James, en Falls. Es autor de That Nothing May Be Lost: Reflections on Catholic Doctrine and Devotion y editor de Sermons in Times of Crisis: Twelve Homilies to Stir Your Soul.

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