El sueño del Papa Francisco: «Una Iglesia sin cadenas y sin muros, que no acumula retrasos ante los desafíos del ahora»
El Santo Padre arremete contra un "cristianismo clerical, formalista, apagado y endurecido"
«Nos deslizamos hacia la mediocridad espiritual, corremos el riesgo de ‘sólo tratar de arreglárnoslas’ incluso en la vida pastoral, el entusiasmo por la misión disminuye y, en lugar de ser un signo de vitalidad y creatividad, acabamos dando una impresión de tibieza e inercia»
«No debemos encerrarnos en nuestros círculos eclesiales y quedarnos atrapados en discusiones estériles»
«En la Iglesia hay lugar para todos, pero a veces solo la tenemos abierta para condenar a la gente… Id al encuentro de todos, todos son bienvenidos»
Francisco denuncia, citando a De Lubac y Martini, «una fe que cae en el formalismo y la costumbre, […] religión de ceremonias y de devociones, de ornamentos y de consuelos vulgares […]. Cristianismo clerical, cristianismo formalista, cristianismo apagado y endurecido»
Por contra, deseó «una Iglesia libre y humilde, que ‘se levanta rápido’, que no posterga, que no acumula retrasos ante los desafíos del ahora, que no se detiene en los recintos sagrados, sino que se deja animar por la pasión del anuncio del Evangelio y el deseo de llegar a todos y de acoger a todos»
«El anuncio del Evangelio no es neutro, no deja las cosas como están, no acepta el compromiso con la lógica del mundo, sino que, por el contrario, enciende el fuego del Reino de Dios allá donde, en cambio, reinan los mecanismos humanos del poder, del mal, de la violencia, de la corrupción, de la injusticia y de la marginación»
«Juntos podemos y debemos establecer gestos de cuidado por la vida humana, por la protección de la creación, por la dignidad del trabajo, por los problemas de las familias, por la situación de los ancianos y de los abandonados, rechazados y despreciados»
«La tentación de la nostalgia… por favor, no caigamos en la tentación de ir atrás, que está de moda en la Iglesia, no», fue otra de las frases improvisadas, al término de la homilía
Fiesta de San Pedro y Pablo. Misa mayor en la basílica vaticana, con la entrega de los palios a 44 nuevos arzobispos metropolitanos. El Papa, que no preside pero sí ofreció la homilía, vestía de rojo púrpura, sentado en la silla de Pedro, frente a la estatua del pescador. Francisco bendijo los palios después de ser mostrados ante el altar de las confesiones, bajo el cual la tradición sitúa la tumba del primer Papa. Y soñó, en voz, alta, por una Iglesia nueva, «sin cadenas y sin muros», que se basa en «el diálogo y la participación» y que «no acumula retrasos ante los desafíos del ahora».
En su homilía, Bergoglio trazó dos aspectos de la vida de Pedro y Pablo: «Levantarse rápido y pelear el buen combate», y los puso en contexto con el actual proceso sinodal. Despertarse y levantarse, recordó el Papa, «es una imagen significativa para la Iglesia».
«También nosotros, como discípulos del Señor y como comunidad cristiana, estamos llamados a levantarnos rápidamente para entrar en el dinamismo de la resurrección y dejarnos guiar por el Señor en los caminos que Él quiere mostrarnos», recordó, pese a que, admitió, «experimentamos todavía muchas resistencias interiores que no nos permiten ponernos en marcha».
Iglesia perezosa y encadenada
«A veces, como Iglesia, nos abruma la pereza y preferimos quedarnos sentados a contemplar las pocas cosas seguras que poseemos, en lugar de levantarnos para dirigir nuestra mirada hacia nuevos horizontes, hacia el mar abierto», lamentó el Papa, quien subrayó cómo «a menudo estamos encadenados como Pedro en la prisión de la costumbre, asustados por los cambios y atados a la cadena de nuestras tradiciones«.
«De este modo nos deslizamos hacia la mediocridad espiritual, corremos el riesgo de ‘sólo tratar de arreglárnoslas’ incluso en la vida pastoral, el entusiasmo por la misión disminuye y, en lugar de ser un signo de vitalidad y creatividad, acabamos dando una impresión de tibieza e inercia«, recalcó. Una actitud que convierte «la gran corriente de novedad y vida que es el Evangelio» en «una fe que cae en el formalismo y la costumbre, […] religión de ceremonias y de devociones, de ornamentos y de consuelos vulgares […]. Cristianismo clerical, cristianismo formalista, cristianismo apagado y endurecido», dijo, citando a Henri De Lubac y su ‘El drama del humanismo ateo’.
«Una Iglesia libre y humilde, que ‘se levanta rápido’, que no posterga, que no acumula retrasos ante los desafíos del ahora, que no se detiene en los recintos sagrados, sino que se deja animar por la pasión del anuncio del Evangelio y el deseo de llegar a todos y de acoger a todos»
Una Iglesia sin cadenas y sin muros
«El Sínodo que estamos celebrando nos llama a convertirnos en una Iglesia que se levanta, que no se encierra en sí misma, sino que es capaz de mirar más allá, de salir de sus propias prisiones al encuentro del mundo», clamó el Papa quien abogó por «una Iglesia sin cadenas y sin muros, en la que todos puedan sentirse acogidos y acompañados, en la que se cultive el arte de la escucha, del diálogo, de la participación, bajo la única autoridad del Espíritu Santo».
«Una Iglesia libre y humilde, que ‘se levanta rápido’, que no posterga, que no acumula retrasos ante los desafíos del ahora, que no se detiene en los recintos sagrados, sino que se deja animar por la pasión del anuncio del Evangelio y el deseo de llegar a todos y de acoger a todos», deseó.
«En la Iglesia hay lugar para todos, pero a veces solo la tenemos abierta para condenar a la gente… Id al encuentro de todos, todos son bienvenidos», improvisó.
En lo tocante al combate, Bergoglio recordó las «innumerables situaciones, a veces marcadas por la persecución y el sufrimiento» por las que pasó Pablo. «Pablo ha afrontado su combate y, ahora que ha terminado su carrera, le pide a Timoteo y a los hermanos de la comunidad que continúen esta labor con la vigilancia, el anuncio, la enseñanza: que cada uno, en definitiva, cumpla la misión encomendada y haga su parte», recordó.
¿Qué puedo hacer por la Iglesia?
«Para nosotros es también una Palabra de vida, que despierta nuestra conciencia de cómo, en la Iglesia, todos estamos llamados a ser discípulos misioneros y a aportar nuestra propia contribución», explicó el Papa, quien hizo a los nuevos arzobispos dos preguntas. «La primera es, ¿qué puedo hacer por la Iglesia? No quejarnos de la Iglesia, sino comprometernos con la Iglesia», lo cual supone «participar con pasión y humildad».
«Con pasión, porque no debemos permanecer como espectadores pasivos; con humildad, porque participar en la comunidad nunca debe significar ocupar el centro del escenario, sentirnos mejores que los demás e impedir que se acerquen. Iglesia sinodal significa que todos participan, ninguno en el lugar de los otros o por encima de los demás», recalcó.
Una participación que no elude el combate, que «es una “batalla” porque el anuncio del Evangelio no es neutro, no deja las cosas como están, no acepta el compromiso con la lógica del mundo, sino que, por el contrario, enciende el fuego del Reino de Dios allá donde, en cambio, reinan los mecanismos humanos del poder, del mal, de la violencia, de la corrupción, de la injusticia y de la marginación», señaló, citando al cardenal Martini.
¿Qué podemos hacer por el mundo?
La segunda pregunta: «¿Qué podemos hacer juntos, como Iglesia, para que el mundo en el que vivimos sea más humano, más justo, más solidario, más abierto a Dios y a la fraternidad entre los hombres?». Difícil respuesta. «Es evidente que no debemos encerrarnos en nuestros círculos eclesiales y quedarnos atrapados en ciertas discusiones estériles, sino ayudarnos a ser levadura en la masa del mundo», clamó.
«El clericalismo es una perversión. El ministro que se ha hecho ese camino cae en la perversión, también los laicos que se clericalizan. Estemos atentos», apuntó, en otra improvisación
«Juntos podemos y debemos establecer gestos de cuidado por la vida humana, por la protección de la creación, por la dignidad del trabajo, por los problemas de las familias, por la situación de los ancianos y de los abandonados, rechazados y despreciados. En definitiva, ser una Iglesia que promueve la cultura del cuidado, la compasión por los débiles y la lucha contra toda forma de degradación, incluida la de nuestras ciudades y de los lugares que frecuentamos, para que la alegría del Evangelio brille en la vida de cada uno: este es nuestro “buen combate”», finalizó, agradeciendo la presencia de una delegación del Patriarcado Ecuménico. «¡Gracias por vuestra presencia aquí! Caminamos juntos, porque sólo juntos podemos ser semilla del Evangelio y testigos de la fraternidad».
«La tentación de la nostalgia… por favor, no caigamos en la tentación de ir atrás, que está de moda en la Iglesia, no», fue otra de las frases improvisadas, al término de la homilía