Devociones y tradiciones

Santa Isabel de Hungría, la que «murió para la tierra»

Cada 17 de noviembre la Iglesia celebra a Santa Isabel de Hungría, hija del rey Andrés Andrés II el Hierosolimitano. Isabel fue una joven madre que aprovechó su posición social para asistir a Cristo presente en los más pobres. Al morir su esposo, Luis I, abrazó la pobreza y se consagró a la vida religiosa. Gracias a su fortuna construyó un hospital donde servía ella misma a los enfermos, y dio cuanto pudo a los más necesitados. Por esta razón, tras su canonización, Isabel se convirtió en símbolo de la caridad cristiana en muchos lugares de Europa.

Isabel de Hungría nació en Sárospatak o Presburgo (Reino de Hungría), en 1207, y fue dada en matrimonio a Luis I, landgrave (suerte de príncipe) de Turingia-Hesse. Considerando que ese habría de ser su destino, desde temprana edad Isabel fue enviada al castillo de Wartburg para ser educada en la corte de Turingia. Allí soportó santamente la pena de haberse separado de su familia, así como las incomprensiones e intrigas palaciegas, las que supo superar con ánimo amable y oración constante. Esta disposición de espíritu le ganó también el cariño y el respeto de muchos, empezando por el pueblo.

Cuando Luis de Turingia heredó el principado se casó con Isabel. Dios le regaló a la pareja tres hijos y un matrimonio feliz. Luis, que veía cuán generosa era su esposa, no ponía mayor impedimento para sus obras de caridad y la dejaba repartir sus propios bienes entre los pobres. Se dice, además, que Luis se cuidaba cariñosamente de ella para que no se excediera en sacrificios y descanse adecuadamente. Y es que Isabel tenía la costumbre de dormir poco, pues pasaba gran parte del día sirviendo a otros y se levantaba de madrugada para orar, aun después de un intenso día de trabajo.

Por algún tiempo el hambre azotó Turingia y la santa hizo cuanto pudo para ayudar a los campesinos del reino. Incluso llegó a repartir el grano que estaba reservado para la casa real. Esto le valió grandes críticas de la nobleza, pero ella no se dejó amilanar.

Como el castillo en el que vivía junto al landgrave quedaba sobre una colina, mandó construir un hospital al pie del monte, en el que se puso a atender a los enfermos personalmente, dando de comer a los más débiles con sus propias manos. Para paliar la escasez de recursos vendió joyas y vestidos, y con eso pagó el cuidado y la educación de los muchos niños huérfanos.

Lamentablemente, su esposo, Luis, murió víctima de la peste camino de la cruzada organizada por Federico II, por lo que Santa Isabel sufrió mucho. Luego vendrían los conflictos en la corte que desembocaron en la toma de la corona por mano de su cuñado. En ausencia de Luis, Isabel se había encargado de la administración de la corona y había dado señales positivas a su pueblo realizando un viaje por todo el territorio perteneciente al principado. Una vez que su cuñado asumió el trono, le prohibió a Isabel que continuara con sus obras de caridad, por lo que decidió dejar la corte.

Ella, habiendo previsto que a sus hijos no les falte nada, tomó el hábito de la tercera orden de San Francisco de Asís. A partir de entonces, vivió una vida de pobreza: hilaba o cargaba lana para su sustento y el de los enfermos a su cuidado; vivió austeramente y trabajó hasta el final de sus días. Murió el 17 de noviembre de 1231, con solo 24 años.

Cuenta la tradición que el mismo día de su muerte, en otro lugar, un fraile franciscano se había fracturado gravemente uno de sus brazos en un accidente y sufría de dolores indecibles. En eso, se le apareció Santa Isabel portando un vestido radiante. Entonces, el hermano lego alcanzó a preguntarle por qué estaba tan hermosamente vestida, a lo que ella respondió: “Es que voy para la gloria. Acabo de morir para la tierra. Estire su brazo ya que ha quedado curado”.-

ACI Prensa

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