Desgarrados por la Vida, la Libertad y la Búsqueda de la Felicidad
Margaret Harper McCarthy, profesora en el Instituto Juan Pablo II y editora de Humanum Review:
Cuando las iglesias y los centros de embarazo en crisis tienen que aumentar la seguridad, y los jueces de la Corte Suprema tienen que acudir a lugares no revelados en previsión del «Verano de la ira», está claro que «nosotros, el pueblo» no tenemos una comprensión común de las tres cosas que debían unirnos: la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
De acuerdo con la comprensión predominante de estas cosas, tampoco hay forma de aferrarse a ellas en común, juntos, al mismo tiempo. Porque la vida y la libertad del niño son presuntamente “incompatibles” con la libertad y la felicidad de la madre (y del padre). Debemos elegir una u otra.
Y ahora, incluso después de que el inventado “derecho” al aborto haya sido desalojado legalmente en Dobbs, de alguna parte entre las líneas de la Constitución, la elección entre cosas “incompatibles” persistirá, legal y económicamente.
Porque, con el regreso del asunto a la «democracia» en los estados —y, prácticamente, sin que Dobbs ofrezca nada a modo de razonamiento legal para justificar las leyes estatales que protegerán al niño por nacer— algunos estados darán «libertad» y «felicidad» a uno (la madre) mientras que otros darán vida al otro (el niño). Casi todas las corporaciones gigantes se alinearán con los primeros; y, My Pillow, con los segundos. Vida y “libertad”, literalmente, no coexistirán.
Desde un punto de vista cultural, claro está, la “incompatibilidad” está profundamente arraigada. Cuán profundamente, es una cuestión my debatida. En cualquier caso, nuestra actual incapacidad para vivir libremente, felizmente y en común, se debe al hecho de que nuestras vidas, libertades y actividades son el tipo de cosas que ahora definimos por nosotros mismos, en lugar de ser dimensiones de una realidad común dada, que nos define.
Hubo un tiempo en que todos sabíamos que teníamos vida porque habíamos sido concebidos y habíamos nacido de una madre y un padre, quienes despertaron nuestra libertad y nos guiaron en nuestra búsqueda de vidas plenas. Entendíamos que la vida, la libertad y los términos de nuestra felicidad nos habían sido dados, en primer lugar.
Por esa razón, no veíamos ninguna incompatibilidad entre nuestros yo-adultos, y el devenir en madres y padres; al menos, no en principio.
Pero ahora, de acuerdo con la concepción de la libertad que más moldea la mentalidad común, debemos parirnos nosotros mismos. Peor aún, Primero debemos des-parirnos a nosotros mismos. Debemos ser liberados del hecho básico de nuestra naturaleza humana; a saber, que venimos a ser de, y a través de y con otro; es decir, como un niño, en el vientre materno.
Joseph Ratzinger (más tarde, Benedicto XVI) escribió en una oportunidad que la verdadera “figura fundamental de la existencia humana misma” es vista ahora como un “ataque a la libertad, que la asalta antes de que ningún individuo tenga la oportunidad de vivir y actuar”. Si queremos el derecho a eliminar al niño en el vientre de la madre, sugiere, es, ante todo, porque queremos eliminar la memoria de nuestro haber sido uno. ¡Se piensa que tenemos que abortarnos a nosotros mismos, a fin de poder ser libres!
La explicación común de la libertad fue famosamente expuesta en Casey (1992): “La libertad es el derecho a definir el concepto propio de existencia, de significado, del universo y del misterio de la vida humana”. Es ese “derecho” —el “derecho” a “abortarnos” — lo que justificó y aseguró el “derecho”, garantizado en Roe, casi 20 años antes, a abortar a nuestros hijos.
Que esos “derechos” hayan acabado de perder sus nexos constitucionales no cambia la comprensión prevaleciente de nosotros mismos y de nuestra libertad, ni, por supuesto, sus efectos fatales sobre nosotros y nuestros hijos.
Una mujer, claro está, no tiene que ejercer el “derecho” que supuestamente tiene. Ella tiene «elección». Pero, dado que un niño, en absolutamente todos los casos, contradirá la autónoma «definición de existencia» de la madre, queda claro cuál se supone que es la mejor «elección» para mujeres que piensan bien y se conducen bien.
Dados los objetivos que han sido establecidos para las mujeres modernas —aunque no necesariamente por las propias mujeres— es decir, la misma cantidad de mujeres en carreras bien remuneradas, en C-Suites y en juntas corporativas, no es difícil adivinar de qué lado tiene que inclinarse la balanza.
Es hora de que nos preguntemos: ¿qué tiene de malo nuestro concepto de «la economía», tal que solo puede funcionar a expensas de las personas que la integran, especialmente aquellas sin «potencial de ingresos» y aquellas que tienen menos, porque están ocupadas contribuyendo al máximo la «fuerza laboral» —es decir, pariendo – y tienden por lo tanto a “asomarse” desde el otro concepto. ¿Y qué tiene de malo nuestro concepto de la mujer y su igualdad, tal que ella solo puede ser «feliz» a expensas del niño y de su distinta encarnada relación con él?
Las respuestas seguramente tienen algo que ver con las definiciones hechas por nosotros mismos y la sociedad que las encarna. Las personas que no nacen hijos e hijas de madres y padres no pueden evitar estar en guerra con sus hijos, en principio.