Testimonios

El Síndrome de La Habana: una película de terror en busca del culpable

Dolores de cabeza terribles, vértigos agudos, pérdida de capacidad mental… Desde 2016, personal diplomático y de los servicios secretos de Estados Unidos y Canadá padece extraños daños neurológicos. Desmentido durante tiempo, el síndrome de La Habana, por fin, ha sido admitido por las autoridades. ¿Pero quién está detrás? Las víctimas tienen un sospechoso...

 

¿Quién dañó el cerebro de 200 agentes secretos y diplomáticos? Hablan las víctimas

 

Quiero demostrar que no estoy loco». Marc Polymeropoulos sufre migrañas incapacitantes, vértigos, pérdida de visión y una «bruma cerebral» que hacen que su vida sea un infierno. Pero ningún médico ha podido establecer el origen de sus males ni tiene un nombre para ellos. Él, sin embargo, sí lo tiene: el síndrome de La Habana. Y también tiene un sospechoso… Su historia comienza en diciembre de 2017 en Moscú. Marc Polymeropoulos –estadounidense de 40 años, jefe de operaciones encubiertas de la CIA para la zona de Europa y Eurasia– tenía una reunión con sus homólogos del FSB, el servicio federal de seguridad de la Federación Rusa. Iba a pasar diez días en Moscú.

Un día, al principio de su viaje se despierta en plena noche. No se puede mover. Tiene náuseas y un zumbido ensordecedor en los oídos que no había sentido nunca. Angustiado, piensa primero en una intoxicación alimentaria. Pero lo descarta rápidamente. Unos días más tarde siente el mismo vértigo violento. Se queda encerrado en su habitación de hotel cerca de 36 horas, incapaz de moverse. De vuelta a Estados Unidos, sus capacidades cognitivas declinan progresivamente. Un estado inexplicable para este hombre en buena forma física, acostumbrado a moverse en zonas de guerra. A medida que su estado empeora, su convencimiento es mayor: era víctima del síndrome de La Habana. Como su nombre indica, este síndrome apareció en la isla de Cuba a finales de 2016. Todas las víctimas son diplomáticos o agentes de los servicios de información de los Estados Unidos y, en menor medida, de Canadá.

Padecieron los primeros efectos de la enfermedad tras haber oído un ruido. Los síntomas son pérdida de equilibrio y sangrados de nariz y se repiten en todos los implicados y sus familias, niños pequeños y animales de compañía incluidos. Al contrario que los canadienses, afectados únicamente cuando se encontraban en Cuba, el personal estadounidense se vio afectado en China, en Colombia y en Europa, en Viena, Ginebra y París. Actualmente, más de 200 estadounidenses y una treintena de canadienses sufren el síndrome de La Habana, según las cifras oficiales.

Los síntomas aparecen no solo en los agentes secretos, también en sus hijos y hasta en sus animales de compañía. La CIA solo reaccionó cuando uno de los afectados acudió a la prensa

 

Las víctimas, con largos años de experiencia en la geopolítica mundial, también tienen un sospechoso: Rusia. Pero lo cierto es que sigue sin haber pruebas. Tampoco es que se investigase demasiado. Durante la Administración de Donald Trump, el síndrome de La Habana fue aparcado y sus víctimas, derivadas de un centro médico a otro. Con la llegada de Biden a la Casa Blanca se retomaron los esfuerzos para averiguar qué había pasado. Se formó un panel científico para estudiar a los enfermos y la CIA creó un grupo de investigación liderado por uno de los analistas que localizó a Bin Laden. Pero el resultado de sus pesquisas no fue satisfactorio para las víctimas.

 

La CIA no concluye, pero advierte…

El informe de la CIA, al que tuvo acceso The New York Times en enero, concluyó que el síndrome de La Habana «no es fruto de una operación organizada por Rusia u otros agentes extranjeros con el fin de recopilar información de inteligencia». No obstante, cuando el director de la CIA, William Burns, viajó a Moscú el pasado diciembre para advertir a Rusia contra la invasión de Ucrania, puso el tema sobre la mesa y declaró que si Putin estaba detrás de los ataques con microondas habría consecuencias.

 

Lo cierto es que, aunque la CIA asegura que los más de mil casos reportados pueden justificarse por causas ambientales, condiciones médicas sin diagnosticar o puro cansancio, reconoce que existen una veintena para los que no encuentra explicación. No descarta, por tanto, que en ellos exista implicación extranjera y su investigación sigue abierta.

Al mismo tiempo, Biden ha reconocido oficialmente la enfermedad. Lo hizo al firmar Havana Act (acrónimo de helping american victims by neurological attacks, ‘ayuda a los americanos víctimas de ataques neurológicos’), que se ha convertido en ley con el apoyo unánime de las dos Cámaras del Congreso estadounidense, algo muy poco frecuente. La nueva legislación autoriza una compensación económica para las víctimas.

A un funcionario canadiense, sus superiores le aconsejaron que callara porque su reputación «estaba en juego». Los afectados de ese país reclaman ahora 20 millones de euros por daños

 

En una situación más compleja están los damnificados canadienses. Daniel G., de 36 años, funcionario del Departamento de Comercio de Canadá, sintió los primeros síntomas cuando estaba destinado en Shanghái con su esposa, Tania, y sus dos hijos, en la primavera de 2018. A Daniel las autoridades no solo no le reconocieron la enfermedad, sino que sus superiores le aconsejaron que dejara de hablar de sus síntomas porque «mi reputación estaba en juego», según explicó a The New York Times. Algo similar les ocurrió a Charlotte y Emilie (nombres ficticios), dos canadienses y madres de niños pequeños. Así que, ante la negativa de su Gobierno a considerar su situación, acudieron a un hospital estadounidense especializado, el Centro para el Daño y la Recuperación Cerebral, en Filadelfia, sin informar a las autoridades canadienses. «Teníamos la impresión de estar haciendo todo a escondidas», cuenta Charlotte a Le Monde. A la vista de las primeras pruebas médicas, los especialistas sospechan que sufren lesiones cerebrales idénticas a los casos estadounidenses. Pero los análisis se suspenden abruptamente. Al día siguiente, el Ministerio canadiense solicita que se detengan las evaluaciones. Están poniendo en marcha su propio estudio, alegan. La ministra canadiense de Asuntos Exteriores, Chrystia Freeland, les asegura que habrá un seguimiento minucioso y pruebas para los niños. «No se hizo nada después de esta reunión y ni la ministra ni su gabinete volvieron a contactarnos», resumen las enfermas.

Una demanda y una filtración

En febrero del año 2019, ‘la generación 1’ –como se llaman en su grupo de WhatsApp los primeros canadienses afectados por el síndrome de La Habana– demanda a su Gobierno por negligencia y le reclama 20,4 millones de euros por daños y perjuicios. La causa sigue abierta. Mientras tanto, Marc Polymeropoulos, enfermo, dimite de la CIA en julio de 2019. Tras 30 años de una brillante carrera, destruida por la enfermedad, empieza a escribir un libro (Clarity in crisis: leadership lessons from the CIA). En él recoge reflexiones sobre el arte de dirigir «bajo una extrema presión», que le sirve para ganarse la vida dando conferencias, a pesar de las terribles migrañas. Pero el tratamiento médico se lleva todos los ingresos y Polymeropoulos reclama a la agencia de inteligencia algún tipo de compensación o acceso a tratamientos. Como no obtiene una respuesta positiva, decide acudir a la prensa, una decisión difícil para el que fuera responsable de operaciones clandestinas. En octubre de 2020, Polymeropoulos describe, por primera vez, sus «heridas silenciosas» a la periodista Julia Joffe, en la revista GQ. El relato minucioso de su experiencia del síndrome de La Habana hace que la CIA reaccione. Le facilitan un tratamiento en el hospital militar Walter Reed, de Bethesda, en las afueras de Washington. Y, por fin, en enero de 2021, cuatro años después de aquel primer zumbido ensordecedor, el equipo médico le diagnostica una herida cerebral traumática. Por primera vez, su enfermedad es, oficialmente, «real».

Un dolor inexplicable

Unas mil personas dijeron sufrir el síndrome de La Habana. Estados Unidos no ha hallado una explicación plausible para veinte casos y los continúa investigando.

 

 

 

En la foto: Un generador de microondas de alta potencia de fabricación soviética.

 

¿Quién es el responsable del síndrome de La Habana? Varios indicios señalan a Rusia. Se sospecha que la antigua Unión Soviética ya contaba con «armas de energía dirigida», unos haces de partículas, radiaciones electromagnéticas y microondas capaces de dañar el cerebro humano y que pueden ser percibidas en forma de sonidos. Así lo asegura el neurobiólogo estadounidense Allan Frey. Invitado por Moscú en la década de los sesenta relató cómo lo habían conducido a una base militar soviética donde había sido testigo de esos experimentos con energía de radio-frecuencia.

La Academia de Ciencias, Ingeniería y Medicina de Estados Unidos también incidió en esa línea en su informe del 5 de diciembre de 2020 respecto al síndrome de La Habana. En 64 páginas describían «la energía pulsada y las radiaciones de microondas como la causa más probable» de la misteriosa enfermedad. Sin embargo, nadie sabe en la actualidad la manera en que esas ondas fueron emitidas ni cómo ni desde dónde se difundieron.-

JUDY CLARKE | FOTOS: FERNANDO MEDINA

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba