Opinión

Aguas tormentosas

Alicia Álamo Bartolomé:

En los últimos días de junio nos sorprendió el anuncio de un ciclón terrible que azotaría al territorio venezolano. Nunca oigo las cadenas presidenciales porque generalmente lo que hacen es atacar el imperialismo con una reticencia cansona. Esa noche tuve curiosidad de saber de qué se trataba y, al darme cuenta del tema y por la pompa de su presentación, me quedé escuchando, naturalmente, para enterarme de las precauciones que se pedían a la ciudadanía, dado que lo anunciado jamás se había visto en Caracas. Nuestra montaña del Ávila ha sido siempre el muro contendor donde se han estrellado estos fenómenos climáticos que azotan las playas, pero en nuestra capital no pasan de ser torrenciales aguaceros. Pero de algo muy grave estaría enterado el gobierno cuando hasta suspendió todas las actividades de al día siguiente y le dijo a los venezolanos, de la costa o del interior, que permanecieran en sus casas. Oí todo el alarde de medidas preventivas o emergentes que estaban tomando los diferentes y eficientes organismo del Estado, hasta que…, el jefe dijo que el aterrador fenómeno se debía al calentamiento global provocado por el capitalismo. Aquí apagué. No estaba para sandeces. Ante un inminente desastre se buscan soluciones, no culpables. Eso viene después.

Nos habían prevenido de una madrugada de silbidos de vientos huracanados y tremendos torrentes de agua, como para no dormir. No sé los demás, pero yo dormí como un bebé recién amamantado. Cuando al día siguiente me desperté y pregunté por el ciclón, nadie lo había sentido. ¡Qué chasco, tanta eficiencia desparramada para nada! Es una lastima que el 15 de diciembre de 1999 no estuviera al frente del gobierno este gente sino la otra, de su mismo origen, porque entonces se le dijo a la población que desafiara las inundaciones para ir a votar, mientras el gobernador del estado Miranda, Enrique Mendoza, desesperado, se lanzó al agua gritando a los habitantes cercanos al dique de El Guapo que dejaran sus casas, éste se estaba rompiendo. La máxima autoridad nacional proclamaba que no pasaba nada. ¡Cuántas vidas se perdieron en esa vaguada del Litoral y el estado Miranda por falta de previsión y voces calladas!

Esta vez la catástrofe no nos llegó. No sólo amainaron los vientos, sino que se desviaron hacia el norte. Al día siguiente ya las malhabladas redes sacaban un supuesto comunicado del jefe de Estado diciendo que la revolución había logrado desviar el vendaval. Me lo enseñaron, pero, por supuesto, no lo creí. Pienso que el susodicho tiene algo más que dos dedos de frente. Por la noche sí hubo cadena de TV, pero no en vivo, sino con su voz y una fotografía. Entonces contó lo sucedido como un verdadero milagro y me sorprendió su acto de fe, diciendo, ¡tres veces!, *¡Gracias a Dios, gracias a Dios, gracias a Dios…! *No vi ni oí más, preferí guardar la buena impresión y no que me la estropeara una alusión al imperialismo o el capitalismo salvaje.

No siempre son los fenómenos meteóricos los que pueden azotarnos. Hay de otra índole peores. Los primeros se llevan árboles, casas, inundan los terrenos, provocan grandes daños materiales, a veces tal vez irreparables y, desgraciadamente, cobran vidas. Pero, salvo éstas, son sólo eso, daños materiales, que si bien pueden llegar a consecuencias psíquicas, problemas de conducta y otras calamidades, no inciden del todo en nuestro mundo espiritual. En cambio, hay fenómenos humanos que atentan contra las almas: ideologías ateas, depravación de costumbres, legislaciones erradas y esa muletilla irritante: si todo el mundo lo hace, si es la moda.

En el mundo están generalizados el robo, la corrupción administrativa, el asesinato, el narcotráfico, ¿y por eso vamos a legalizarlos? Somos tan absurdos que hablamos del derecho al aborto de la mujer pretendiendo que es dueña de su cuerpo, pero si alguna o alguno quiere cortarse un brazo porque le duele o no le gusta, no encontrará un solo médico que se lo haga y, si lo encuentra, lo enjuiciarán. En todo el orbe, el homicidio, el atentado corporal, son delitos y la ley los castiga. En cambio el asesinato de 60 millones anuales de niños inocentes e inermes en el vientre de sus madres, no tiene castigo. Se ha vuelto un escándalo contra los pro-vida la abolición del aborto como derecho constitucional por la Corte Suprema de los Estados Unidos, ¡vamos, esto es perversión y putrefacción de las almas!.-

Publicado originalmente en El Impulso

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