“Liberté, égalité, fraternité”: el olvidado origen cristiano del eslogan de la Revolución Francesa
El movimiento que derribó a la monarquía tuvo etapas de fuerte contenido anticlerical; pero su divisa, hoy lema oficial de Francia, había sido concebida por un obispo católico, crítico del absolutismo, que adelantó muchas de las demandas revolucionarias
El pasado 14 de julio, Francia celebró su fiesta nacional, fijada en la fecha en que una multitud derribó la cárcel de la Bastilla, símbolo del despotismo y del poder absoluto del rey.
Junto con la bandera tricolor, el queso, la baguette, la Torre Eiffel y la hermosa catedral de Notre-Dame, pocas cosas están más asociadas a Francia que la tríada “Libertad, Igualdad, Fraternidad”. El eslogan se popularizó con la Revolución Francesa (1789) y con el tiempo se convirtió en lema oficial de la República.
La Revolución que en 1789 puso fin al Antiguo Régimen es presentada habitualmente como la obra de un pensamiento racional y laico surgido de las Luces, de la Ilustración, en contraste con el oscurantismo religioso, que habría dominado todo el Medioevo. Diez siglos de la historia de la humanidad son reducidos a un estereotipo. Sin embargo hace tiempo que la investigación histórica ha cuestionado esa caracterización de la Edad Media, una construcción debida en gran medida a algunos pensadores de la Ilustración, a la Reforma protestante y a los artistas del Renacimiento que, para poner en valor su obra, denostaron exageradamente el pasado. “Voltaire y sus colegas crearon la ficción de los Años Oscuros para poder reivindicar que fueron ellos los que hicieron emerger la Ilustración. No hubo tales Años Oscuros. Al contrario, fue durante esos siglos cuando Europa hizo el gran salto cultural y tecnológico que la situó a la cabeza del resto del mundo”, dijo el historiador y sociólogo Rodney Stark, autor, entre otros, de La expansión del cristianismo y Consecuencias históricas del monoteísmo.
Debemos en particular a los historiadores franceses Régine Pernoud y Jacques Heers (y sus emblemáticos ensayos: Para terminar con la Edad Media y La invención de la Edad Media, respectivamente) una imagen del Medioevo más ajustada a los hechos y alejada del cliché de la ignorancia, el atraso y la incultura que se le atribuye. Huelga aclarar que esta visión reduccionista tenía -tiene aún- por blanco principal a la Iglesia Católica, institución dominante en esa larga etapa.
Pero la verdad es tenaz y, aunque los propios herederos de esta cultura quieran negarlo, Occidente, sus valores y sus principios, están moldeados, en lo central, por la tradición judeo-cristiana y no existió en el siglo XVIII una ruptura radical con ese bagaje cultural.
Tan es así que el propio eslogan por excelencia de la Revolución Francesa, que con el tiempo fue inscripto en la fachada de todos los edificios públicos de Francia, hasta el último de sus municipios, fue elaborado por un obispo católico, teólogo y escritor francés, François de Fénelon, casi un siglo antes del estallido de 1789.
François de Salignac de La Mothe-Fénelon, a quien la posteridad ha llamado simplemente Fénelon (como suele suceder con los grandes, un solo nombre basta para identificarlo), nació en 1651, en Aquitania, sudeste de Francia, y fue ordenado sacerdote a los 25 años. En 1695 fue designado obispo y más tarde arzobispo de Cambrai. Fue filósofo, teólogo, pedagogo y escritor.
En su obra más célebre, Las aventuras de Telémaco, asoció los conceptos de “libertad”, “igualdad” y “fraternidad”, basándose en citas bíblicas, para condensar en una fórmula la doctrina cristiana.
En un artículo titulado “Los orígenes religiosos de la divisa republicana” (Communio, n° XIV, 3-4 —mayo-agosto 1989), el historiador Jean-Louis Quantin decía: “El hecho trascendental es que esta fórmula de origen e inspiración cristianos encuentra en Telémaco un vehículo y un transmisor excepcionales: el prestigio de que gozaba Fénelon en el siglo XVIII y la difusión que conocieron sus ideas -o lo que de ellas se retenía- entre los Filósofos, no podía dejar de resurgir en la idílica divisa de su Bética [N de la R: pueblo que vive en una edad de oro y que en su obra Fénelon ubica en una antigua provincia romana]”.
Quantin cita también al monje cisterciense Claude Fleury (conocido como L’Abbé Fleury), confesor y preceptor de reyes, amigo de Fénelon, y escritor como él, que en sus Costumbres de los israelitas y Costumbres de los cristianos (Mœurs des Israélites; Mœurs des Chrétiens), escribió: “Todos los israelitas eran más o menos iguales tanto en bienes como en nobleza”; “eran perfectamente libres”; ‘la fuente de esta comunión de bienes entre los cristianos de Jerusalén era la caridad, que los volvía a todos hermanos y los unía como en una sola familia’”. Igualdad, libertad y fraternidad.
Fénelon, dice Quantin, “acercó tres conceptos que, desde tiempo atrás, evocaban la perfección cristiana”. Y explica: “Esto quiere decir que los autores católicos difundían las palabras ‘libertad, igualdad y fraternidad’, sin ver en ello ni temer ninguna carga revolucionaria. (…) Es en esta tradición católica francesa que se inscribe el Telémaco de Fénelon: libertad, igualdad y fraternidad aparecen con frecuencia y son reunidos en la descripción de la Bética”.
Decía Fénelon en Telémaco: “Se amaban todos con un amor fraterno que nada perturba. Es el alejamiento de las vanas riquezas y placeres engañosos lo que les conserva esta paz, esta unión y esta libertad. Son todos libres y todos iguales”. “La divisa republicana quedó así constituida”, concluye Quantin, que asegura que, hasta entonces, en las otras obras utópicas de la época, sólo aparecían la libertad y la igualdad, no así la fraternidad.
Esta divisa de todos modos, no se instaló fácilmente, ya que los Filósofos preferían “Libertad, Propiedad, Seguridad”, o simplemente “libertad e igualdad”. La expresión fue retomada por Rousseau y luego por Robespierre, pero claramente la fraternidad no fue un sentimiento masivo de los revolucionarios franceses que no paraban de enviar gente a la guillotina, y no sólo a nobles o miembros del clero sino también a quienes poco antes eran sus camaradas.
De hecho, cuando en 1793, el Directorio de París invitó a los habitantes a pintar “en la fachada de sus casas, en grandes letras” esa consigna, le hizo un pequeño agregado, nada sutil: “Libertad, igualdad, fraternidad… o muerte” (”ou la mort”). Una reformulación acorde con los tiempos violentos que se vivían.
Aunque la masonería intentó más tarde una apropiación del eslogan, fraternidad es claramente un concepto de origen cristiano. Indica el sentimiento que debemos tener hacia otros seres humanos, no porque sean nuestros hermanos sino porque debemos considerarlos como tales. Y esto viene del hecho de ser todos hijos de un mismo Padre celestial. Ese sentimiento se vincula con la igualdad. Somos todos iguales, compartimos una misma esencia, por nuestro origen común.
Fénelon no solo fue el primero en enunciar la célebre tríada, sino que su novela Las aventuras de Telémaco, de perdurable influencia, fue leída como una crítica al reinado de Luis XIV, el “Rey Sol”. El sacerdote, y más tarde arzobispo de Cambrai, había sido nombrado preceptor del nieto y posible sucesor del rey, por lo que gozaba de una interesante posición en la Corte. Por su rol de educador, escribía obras de tono didáctico, destinadas especialmente a los jóvenes. De hecho, su Telémaco tuvo una influencia que superó en mucho la vida biológica de su autor, ya que en los siglos XVIII y XIX era uno de los libros más populares entre los jóvenes franceses. Sartre mismo fue uno de sus lectores.
Pero Fénelon cayó en desgracia en la Corte primero por su adscripción a la llamada doctrina quietista -que promovía una vida contemplativa, un cristianismo interior-, doctrina condenada por el Papa, y luego por su novela más célebre, que él no pensaba publicar pero que empezó a circular privadamente y llegó a Versalles.
Se recluyó entonces en su diócesis de Cambrai, una localidad al extremo norte de Francia, muy cerca de la frontera con Bélgica. Telémaco se publicó finalmente en 1699, 90 años antes de la Revolución Francesa. Hasta el final de sus días, el arzobispo siguió reflexionando y escribiendo acerca de las reformas que necesitaba Francia. Murió en 1715 a los 63 años.
Su obra Telémaco, una utopía con base histórica, describe un ideal de monarquía, en lo que constituyó una condena indirecta al despotismo de Luis XIV. La historia es la del joven Telémaco, hijo de Ulises (Odiseo) y de Penélope, que hace un viaje por varios estados de la Antigüedad, acompañado por su maestro Mentor (que vendría a representar al propio Fénelon). Se describen allí las causas de los malos gobiernos y se ven problemas similares a los de la Francia de fines del siglo XVII, empobrecida por las largas guerras a las que la había arrastrado la monarquía. Mentor propone soluciones, como la convivencia pacífica con los países vecinos y reformas económicas que facilitaran el crecimiento.
Fénelon/Mentor creía necesario que el rey volviera a rodearse de consejeros poderosos como en tiempos del medioevo con quienes compartir el poder, sostenía que debía reunir regularmente los Estados Generales, es decir, las asambleas convocadas por el Rey, formadas por representantes de los tres estamentos en que se dividía la sociedad en el Antiguo Régimen: nobleza, clero y tercer estado (campesinos, comerciantes, artesanos, etc). Para Fénelon, esos Estados Generales debían conformarse con los “mejores” de cada sector, y a ellos les correspondía decidir sobre los impuestos, que debían ser moderados, como moderados debían ser los gastos de Estado, en especial limitando las guerras. Todo parecido con los reclamos que desencadenaron la Revolución Francesa -que de hecho se inició con la convocatoria a los Estados Generales- no es casual.
Para Fénelon, la administración del reino debía ser unificada y descentralizada a la vez, disminuyendo el poder de los delegados reales tan temidos por sus exacciones, y devolviendo facultades a las asambleas locales. También proponía combatir la venalidad de esos comisarios reales y de los magistrados. Era partidario del comercio libre y de la autonomía de la iglesia, en oposición al galicanismo.
Desde 1700 se recluyó en su diócesis, pero no fue olvidado. Dueño de una personalidad muy atractiva, una gran calidez y un buen trato, además de sabio, recibía muchas visitas, incluso de extranjeros.
El filósofo Saint-Simon, considerado un antecesor del socialismo, le tenía admiración y le dedicó un capítulo de sus Memorias.
Al propio Fénelon se lo considera un precursor del espíritu de las Luces, de la filosofía de la Ilustración, lo que una vez más confirma la continuidad cultural.
Pero en Occidente hoy, cierta tendencia laicista reniega de este legado y pasa por alto el hecho de que muchos valores, ideas o temas de generalizada aceptación son de raíz cristiana, esencialmente, la dignidad innata, compartida por todo ser humano. “Todos los mortales, cristianos o no, tenían derechos que derivaban directamente de Dios”, dice el historiador Tom Holland, en Dominio. Cómo el cristianismo dio forma a Occidente, obra en la que reconstruye el origen cristiano de la mayoría de los valores que comparten las sociedades occidentales. Por caso, el concepto de los derechos humanos no procede de la Antigua Grecia ni de Roma y es extraño a otras culturas; tiene su origen en la idea cristiana de que todos los hombres son hijos de Dios.
La cultura laica que hoy muchos modernos, racionalistas, rescatan como opuesta a la doctrina cristiana, en realidad se basa en mayor medida en principios de origen cristiano.
De hecho, libertad, igualdad y fraternidad son tres conceptos que, puestos en equilibrio, definen el ideal de la convivencia humana.-