Óscar Noya el biólogo que se ganó el premio Lorenzo Mendoza Fleury
Descubrimiento del caracol aroapyrgus vivens, en el estado Bolívar. Óscar Noya acompañado de los doctores Jean Pierre Pointier y Antonio Morocoima
Su pasión por la ciencia comenzó en su familia. Ha hecho un importante aporte en el estudio de la malaria y, por sus conocimientos y amplia experiencia, habla con propiedad de la crisis sanitaria en el país. Biólogo, cumplirá 47 años en el ejercicio de su profesión. Hijo de españoles migrantes, entiende los motivos de la diáspora, pero se expresa consternado por la gran cantidad de profesionales que decidieron abandonar su tierra y por la fractura que ha habido en la sociedad. Fue reconocido con el premio Lorenzo Mendoza Fleury por sus destacadas investigaciones en el área de las enfermedades tropicales
El biólogo venezolano Óscar Noya fue reconocido con el premio Lorenzo Mendoza Fleury, que otorga Fundación Empresas Polar, por sus destacadas investigaciones y contribuciones al estudio de enfermedades tropicales. Esto en medio de una durísima realidad, que reconoció en entrevista con El Nacional a un mes de haber recibido el galardón: la ciencia en Venezuela está gravemente herida. Sabe de lo que habla porque, en toda su trayectoria, ha ampliado su conocimiento, se ha preparado y ha preparado a otros para que sigan contribuyendo con el desarrollo del país. Por eso mira con recelo a los médicos que deciden emigrar para fortalecer los sistemas sanitarios de otras naciones.
En su vida ha habido una estructura fundamental que contribuyó en el crecimiento de su pasión por la Biología: su familia, que estimuló la superación personal, el estudio, la responsabilidad así como su sensibilidad social y cultural. Quienes nacen en una familia así, afirmó el investigador, son afortunados porque tienen la mitad del camino recorrido.
Sus padres, tíos y primos lo ayudaron a descubrir su pasión y reconoció que también hubo actores fundamentales, como sus profesores de Biología y Castellano en el Colegio Emil Friedman, en Caracas, que marcaron su vida. Todos fueron determinantes para que se dedicara a estudiar la ciencia. «Creo que en primaria y secundaria es donde dan los primeros toques que pueden orientarnos en las áreas que a nosotros nos gustan: las matemáticas, las ciencias sociales, el arte, la biología».
También hubo una persona alrededor de su familia, un médico español, que lo motivó a estudiar Medicina. Óscar Noya admitió que ese era el camino que quería tomar en la vida. Comenzó sus estudios de Medicina en 1968. Por sus padres, cursó el primer año en la Universidad de Santiago de Compostela, en Galicia. Y, al terminarlo, regresó a Venezuela porque quería graduarse en la Universidad Central de Venezuela, muy por encima del nivel de cualquier universidad española en ese momento, época del franquismo, muy politizadas y académicamente cuestionables. La casa de estudios en Caracas terminó de marcarlo: en la Facultad de Medicina tuvo grandes profesores que lo orientaron. Se graduó en 1975. Ese mismo año se casó con la también doctora Belkisyolé Alarcón, con quien tuvo tres hijos.
Perdió un año debido a la intervención de la universidad de la Fuerza Armada y el gobierno de Rafael Caldera. Durante la carrera, recordó, hubo una asignatura importante en su destino: Medicina Tropical. A los jóvenes los llevaban a zonas rurales a estudiar enfermedades como el mal de Chagas o parasitosis intestinal. Esas prácticas lo sensibilizaron y lo llevaron a desarrollarse en esa área.
Después de cumplir el artículo 8 de la Ley del Ejercicio de la Medicina trabajando como médico rural en la Medicatura Hospital Santa Teresa del Tuy, en el estado Miranda, en 1976 viajó a Estados Unidos porque estaba orientado hacia la investigación científica y obtuvo su doctorado en enfermedades tropicales en la Universidad de Luisiana.
Venezuela a la cola de América Latina
La experiencia de Óscar Noya le permite tener una opinión sólida y calificada sobre la situación en la que se encuentra Venezuela a nivel de educación y de salud, y especialmente el área que ha investigado durante casi medio siglo. Recordó que el país estaba en el tercer lugar de productividad científica —en cuanto a investigaciones y su aporte—, generalmente detrás de grandes potencias como Argentina y Brasil y, en algunas ocasiones, México. Actualmente Venezuela está a la cola de América Latina, lamentó, y gran parte de lo que ha causado ese retroceso se debe a que muchos profesionales salieron del país, envejecieron o abandonaron la actividad académica.
«Somos, de alguna forma, un grupo importante que en este momento está sosteniendo lo que queda de instituciones, por lo menos a nivel universitario. Creo que es ese cariño al país y a su gente lo que nos mantiene con ganas de seguir luchando a pesar de las circunstancias más difíciles de toda nuestra historia», manifestó.
El Premio Lorenzo Mendoza Fleury, en la categoría Biología, es un reconocimiento, más que a su persona, a todo el equipo que conforman tanto en el Instituto de Medicina Tropical como en el Laboratorio de Malaria, una dependencia del Ministerio de Salud donde también trabaja, todas las mañanas, ad honorem. «Lo veo como un reconocimiento a la labor de un equipo que, en medio de las circunstancias tan adversas que ha pasado el país, y muy particular en los sectores de la ciencia, tecnología, salud y educativo, apostó por seguir en el país».
Óscar Noya recibió el 15 de junio el premio Lorenzo Mendoza Fleury en reconocimiento a sus investigaciones en el área de enfermedades tropicales
El galardón, agregó, es un bálsamo a todo los años tan duros de limitaciones personales, institucionales y profesionales. El sector ha subsistido sin financiamiento por parte del Estado y hacer ciencia sin financiamiento, describió, es una labor titánica que les ha exigido buscar alternativas internacionales que les ha permitido continuar con su labor.
«El grupo que apostó por quedarse en Venezuela y seguir luchando de alguna forma es merecedor de ese reconocimiento con el que afortunadamente esa gran empresa, que es Empresas Polar, ha apostado por apoyar a la ciencia. Es uno de los poquísimos estímulos en el sector privado, que ha estado bastante divorciado de las universidades, sobre todo de las públicas. Hay que hacer un reconocimiento a Polar, que desde hace años ha buscado esa vinculación y ese reconocimiento a este sector, que no tiene toda la valoración que debiera tener. Nos sentimos muy contentos, felices, por este reconocimiento», expresó.
Importantes aportes y avances
El reconocimiento se le otorgó por su dedicación a la investigación científica en el área de la parasitología. «Su formación médica le ha permitido no solo desarrollar una actividad asistencial de alta calidad, sino también estudios epidemiológicos, herramienta fundamental para el seguimiento y control de enfermedades infecciosas y, a su vez, se involucra exitosamente en aspectos moleculares y bioquímicos de las parasitosis, de las que utiliza acertadamente en el mejoramiento del diagnóstico de las enfermedades parasitarias», señaló Fundación Empresas Polar.
Los estudios de Noya abarcan desde el individuo enfermo hasta la epidemiología y ecología de los focos endémicos. Su actividad de investigación se ha centrado en una gran diversidad de parasitosis, con énfasis en malaria, esquistosomiasis y la enfermedad de Chagas. Actualmente, el biólogo implementa controles epidemiológicos y sus visitas se concentran en los estados Bolívar y Sucre, donde aporta nuevos conocimientos y actualización al personal de salud y educa a la población con medidas de protección para evitar contagios.
El plasmodium falciparum es un parásito productor de malaria originario de África que también se encuentra en América. Óscar Noya participó en un estudio multicéntrico con especialistas de malaria de prestigiosas instituciones de diversos países con el objeto de indagar cómo el falciparum llegó al continente. En este estudio se utilizaron muestras de parásitos procedentes de diversas regiones geográficas del mundo que se estudiaron a través del análisis de polimorfismo, de microsatélites y de nucleótidos simples. Los resultados sugieren que las poblaciones de falciparum se introdujeron en América del Sur a partir de grupos de origen africano de forma independiente.
En esas investigaciones, Noya participó como único representante de Venezuela. «Lo que demuestra el reconocimiento internacional en este tema. A través de sus trabajos y colaboraciones, introduce al país herramientas tecnológicas que adapta con fines diagnósticos y terapéuticos, como ejemplo de ello está el desarrollo de la técnica MABA (Multiple Antigen Blot Assay), reconocida a nivel internacional, que permite diagnosticar en un solo ensayo varias enfermedades en forma simultánea, lo que acorta tiempos y costos», reseñó.
La capacidad organizativa de Óscar Noya y su visión de futuro lo llevaron a la creación y la instalación de un laboratorio que incorpora grupos multidisciplinarios y especialistas que usan tecnología de punta que abarcan diversas áreas de estudio. El científico y su equipo crean péptidos sintéticos y realizan análisis proteómicos, logrando diagnósticos más sensibles y específicos y un conocimiento más profundo de la aplicación de estos resultados en focos de esquistosomiasis y otros parásitos.
Hijo de inmigrantes españoles
Sus padres, Óscar Noya Domínguez y Consuelo González de Noya, eran de origen gallego. El investigador, nacido en Caracas en octubre de 1951, tuvo la suerte de que ambos asimilaron la cultura venezolana. Fue educado bajo los patrones de ambas culturas. Eso enriqueció su crecimiento personal y también le permitió adaptarse durante el año académico que hizo en España. Era el nieto mayor de los Noya y, ocasionalmente, lo enviaban a estudiar a España para que acompañara a sus abuelos.
«Fue fundamental. Una familia de gente luchadora, sobrevivientes de la Guerra Civil española, demócratas, republicanos, que tuvieron que emigrar. Mi padre fue el primero que emigró, en el año 1949, y nos enseñó lo que era el valor de la libertad, la tolerancia y la posibilidad de crecer intelectual y materialmente. Venía de una España empobrecida, muy represiva, de intolerancia política, religiosa, de todo tipo. Y llegó, como decía mi padre, al reino de la tolerancia, que era Venezuela. Eso lo hizo amar profundamente al país y, por supuesto, educarnos bajo esos lineamientos fueron fundamentales en mi formación y en mi cariño por el país. Un poco el agradecimiento a una nación que permitió que mi familia lograra sobrevivir a una posguerra. Gente luchadora, gente trabajadora, que se superó», dijo.
Una época de oro
Su padre, Óscar Noya Domínguez, dejó la escuela a los 13 años de edad para comenzar a trabajar. Su abuelo tenía un periódico y sufrió la persecución del franquismo de forma inmisericorde.
«Cuando tuvieron suficientes ahorros mi padre emigró a Venezuela, a Caracas, y en corto tiempo mi padre creció económica e intelectualmente. Eso nos permitió también crecer desde lo familiar y personal. Ese espíritu de lucha de alguna forma lo hemos generado. Esos emigrantes que tuvieron que pasar por situaciones muy difíciles, una guerra, muchas limitaciones, pero eso no impidió que crecieran. Un país que les abrió las puertas y que permitió que estudiáramos. Esas oportunidades no se daban en esos momentos en todos los países, Venezuela era uno de los privilegiados, de un altísimo nivel educativo en primaria, secundaria y universitario. Tuvimos la suerte de vivir una época de oro de la educación, de la salud pública venezolana, de la política».
Experimentar la inmigración desde lo cercano le ha permitido al científico entender y adentrarse en las causas de la diáspora. Vivirla y sufrirla de cerca, sentir la ausencia de alguien. Organizaciones señalan que al menos 6 millones de venezolanos salieron del país en los últimos años huyendo de las devastadoras consecuencias de la llamada revolución del siglo XXI, que comenzó Hugo Chávez y que continúa en manos de Nicolás Maduro.
«Después de lo que significó el desangre de la guerra de independencia, que son las bases de nuestra personalidad, Venezuela no solamente liberó su propio país, sino que salió de las fronteras, llegó a los demás países a liberarlos. Ahí se formó el gentilicio venezolano y por esa época trágica, también por la gran cantidad de vidas perdidas, durante años le costó al país levantarse. Y después de los conflictos internos, creo que estos últimos 23 años han sido la segunda gran tragedia del país, donde una de las consecuencias más graves han sido la fractura familiar, la migración de millones de venezolanos, bajo una situación desesperante, uno de los fenómenos migratorios más graves de la historia de la humanidad; y en un país tan rico, tan lleno de recursos y oportunidades, que en muy poco tiempo fue arrasado. Arrasadas sus instituciones políticas, culturales, educativas, sanitarias, además de los sectores empresariales. Se ha destruido un país sin misericordia y el punto más álgido, el punto en el que más nos va a costar recuperarnos, será en el área educativa», lamentó.
La educación ha quedado destruida y los profesores no tienen posibilidades de vivir con sus salarios miserables y mucho menos mantener a sus familias, afirmó. En esas circunstancias la diáspora arrastró a una gran cantidad de profesionales, profesores y educadores de todos los niveles. En los liceos públicos, destacó Noya, escasamente se dan algunas asignaturas, hay deficiencia de clases de Matemáticas, Física, Química e Inglés. Ese nivel educativo, consideró, debe ser uno de los peores del continente.
«Vivimos una época de oro, una educación pública maravillosa, con liceos extraordinarios como el Fermín Toro, el Gustavo Herrera y el Andrés Bello, unos lujos de instituciones educativas públicas y de universidades públicas como la Central de Venezuela, de los Andrés, de Oriente, la Simón Bolívar, del Zulia, de Carabobo y la Lisandro Alvarado. Llegaron a tener un altísimo nivel. Hoy están totalmente desarboladas. Muchas de sus plantas físicas quedaron destruidas».
Ni siquiera en la Alemania nazi
Noya aseguró que las instituciones educativas han estado bajo el acoso de bandas, desde el hampa común y otras que, aparentemente, actúan con fines políticos y están encargadas de destruir los centros públicos. Eso también lo ha experimentado de cerca: el Instituto de Medicina Tropical, donde trabaja, ha sido robado y vandalizado al menos 86 veces en los últimos 7 años. «Eso debe estar en los récords Guinness», manifestó.
«Ni siquiera en la Alemania nazi, ni siquiera en los gobiernos oprobiosos como el de Augusto Pinochet en Chile hubo una destrucción de las instituciones como en Venezuela en los últimos 23 años. Es el sector educativo el más difícil de levantar. Reconstruir esa red de formación desde el prescolar hasta los posgrados es una tarea titánica. Una tragedia de grandes dimensiones que nos costará revertir», dijo.
Dentro del Instituto de Medicina Tropical, Noya dirige el posgrado Nacional de Parasitología, apoyado por todas las universidades autónomas del país y por centros de investigación como el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas y el Instituto Virtual de Estudios Avanzados.
«Ese posgrado hace siete años tuvo que cerrar sus puertas porque no hubo manera de conseguir financiamiento, de las múltiples puertas que tocamos en instituciones del Estado. Se negaron a darnos financiamiento, becas y seguir formando en las enfermedades que afectan seriamente a nuestra población más humilde, como son las enfermedades parasitarias, como mal de Chagas, la parasitosis intestinales, la malaria, la toxoplasmosis. Hubo una desinversión enorme en nuestro sector educativo y las consecuencias están ahí. La destrucción de toda la estructura, desde el preescolar, hasta los niveles de posgrado de nuestro sistema educativo», expuso.
Los jóvenes la tienen muy difícil
El biólogo cree que los jóvenes venezolanos la tienen muy difícil porque quieren dedicarse a desarrollar una carrera científica, pero los desmotiva que no hay posibilidad de ingresos económicos dignos que les permitan alquilar una vivienda, independizarse de sus padres, comprar un carro y disfrutar su vida.
«Es imposible. En este momento el camino para la ciencia y para las formaciones científicas está cerrado, a menos de que sean familias con posibilidades económicas. Los sobrevivientes que quedan nos acompañan en nuestro equipo, gente maravillosa, y ¿qué estamos haciendo? Apostando a proyectos a nivel internacional para sacar con ellos insumos de laboratorio y también dar algunos estímulos económicos. Mínimos, pero que les permitan sobrevivir. Así estamos haciendo siempre: sobreviviendo. En nuestro caso, somos gente pulida, tenemos vivienda, carro, una estructura familiar y a veces recurrimos al apoyo de los nuestros hijos para mantenernos y hacer algunas cosas», manifestó.
Sigue creyendo en el país y se niega a emigrar. Tiene la nacionalidad española y ha recibido ofertas muy importantes en Europa, Estados Unidos, Colombia y Ecuador. Pero el biólogo afirmó que está obligado a permanecer en Venezuela para contribuir con la reconstrucción del país. «Esa es la razón por la que sigo apostando a que los jóvenes no se vayan, sigo hablándoles, que busquen alternativas inclusive a nivel internacional para no irse».
La tragedia
Óscar Noya lamentó que más de 30.000 médicos se hayan ido del país. Considera que eso significa una tragedia para el sistema de salud venezolano y expresó su frustración de haber formado jóvenes que se van a ejercer la profesión a otros países.
«¿Sabes lo que se siente formar jóvenes para otros países, sea Estados Unidos, España, Gran Bretaña, Colombia o Argentina? Eso es frustrante como docente. Mis horas de esfuerzo estén dedicadas a apoyar los sistemas sanitarios del resto del mundo. Es muy duro de asumir, y lo hacemos solo con la esperanza de que una minoría todavía quiera quedarse. Pero si no lo hacen, lo que a uno le provoca es tirar la toalla y bueno, que se formen en el exterior para que asuman los costos y no que lo siga haciendo el país y nosotros nos ahorremos el gran esfuerzo que significa educarlos. Me niego a aceptar esa situación. Es un momento sumamente doloroso como profesor universitario. Sentir que la gran mayoría de la gente que estamos formando esté pensando en el día siguiente de la graduación para irse. Da suma tristeza y una gran frustración», reconoció.
La suerte de educar a sus hijos
Tuvo la suerte de educar a sus tres hijos: Belkis, Óscar y Xoan.
Belkis, la mayor, es dermatóloga. Está en estos momentos en Chile, pero, comentó su padre, tiene intenciones de regresar al país. Óscar, el segundo hijo de la pareja, también es médico y se formó en el área de parasitología en contra de la opinión de sus padres: hizo el posgrado nacional porque también se enamoró de la población del interior del país, de las zonas abandonadas y vulnerables.
«Mi hijo (Óscar) está trabajando en el Caicet (Centro Amazónico de Investigación y Control de Enfermedades Tropicales), en Puerto Ayacucho, enfocado en las comunidades indígenas. Él no buscó la medicina privada. Junto con su esposa Tatiana hizo el posgrado en enfermedades parasitarias. Les advertimos del gran sacrificio que eso iba a significar, ya que no iban a tener otra opción que trabajar para el Estado, por salarios cada día más deficitarios. Pero ellos también sintieron la vocación de la medicina como un servicio social y con una gran sensibilidad hacia las comunidades indígenas. Por supuesto, para nosotros es un gran orgullo que hayan optado por esa vía. Afortunadamente, también han logrado apoyos internacionales para hacer esta bellísima labor, que ha tenido trascendencia internacional y les ha permitido mantenerse estables económicamente», señaló.
La pérdida de un hijo es lo peor
Xoan, el hijo menor, falleció a los 32 años de edad. Era internacionalista, formó parte de la dirigencia juvenil del Partido Socialista Unido de Venezuela y ocupó el cargo de viceministro en el Ministerio de Relaciones Exteriores.
La vida con la compañía de sus hijos ha sido muy linda, expresa. Al hablar de ellos, se le quebró la voz y necesitó de algunos segundos para reponerse y seguir con la entrevista.
Continuó: «El que se quedó en el país nos ha unido muchísimo. Tiene tres hijos, tenemos tres nietos, y la vinculación con ellos ha sido muy enriquecedora en lo familiar. Compartimos mucho, es una relación muy linda. Entonces ha habido tiempo para la familia. El sistema educativo venezolano, afortunadamente, daba unas vacaciones holgadas de 45 días que siempre nos permitieron compartir enteramente con ellos desde la infancia dentro y fuera del país. Los fines de semana siempre tratábamos de salir, de ir a la playa, a la montaña, de pasear por el país. Nos fortaleció muchísimo», contó.
Al científico lo conmovió recordar a Xoan, su muerte ocurrió en 2018, hace apenas cuatro años. «Un hijo muy querido, brillante, fue cum laude en la universidad y murió de una patología heredada desde lo familiar. Un problema hematológico serio que nos ha afectado gravemente. La pérdida de un hijo es lo peor que puede ocurrir», reveló.
Xoan tuvo muchos problemas en la Cancillería debido a sus posiciones críticas a la gestión del régimen, comentó su padre, y que llevaron a que lo apartaran del cargo de vicecanciller. «En los últimos años él estaba muy afectado y creo que de alguna forma eso también agravó su enfermedad; estaba muy deprimido de ver el derrumbe del país y los gravísimos errores que estaba cometiendo el partido del gobierno».
Noya reconoció que hubo discusiones por razones políticas, pero que esas diferencias nunca hicieron mella en el amor familiar.
47 años de matrimonio
El científico aseguró que la vida académica fue siempre compatible con la vida familiar. Su esposa, la doctora Belkisyolé Alarcón, además, trabaja en la misma área. «Hemos trabajado en el mismo laboratorio desde que nos formamos, compatibilizamos perfectamente con la vida familiar y con el resto de la familia; 47 años juntos, justamente con mi esposa me casé cuando nos graduamos, en 1975, entonces también tenemos 47 años de casados y trabajando juntos. Toda la vida», señaló.
«Ha habido una estructura familiar muy fuerte y cercana que hemos balanceado muy bien con la parte científica. Y cuando salíamos al exterior a entrenamientos e investigaciones, invitados por otros países, tratábamos de llevar a los hijos, sobre todo por Francia, que ha sido el país con el que tuvimos mayores nexos de investigación. Llevábamos a los hijos y ellos también disfrutaban, conocían los sistemas educativos, los idiomas. Siempre tratábamos de estar unidos y no despegarnos de ellos», añadió.
La exportación más importante que ha hecho Venezuela, afirmó el biólogo, no ha sido el petróleo sino seres humanos: «Entre ellos está mi familia».
«Tenemos suma tristeza y frustración porque se ha derrumbado la institución más importante de la sociedad, que es la familia. Eso es lo más importante. Hoy en día lo que quedan son muchos sobrevivientes, gente haciendo emprendimientos maravillosos, que no quiere irse, pero lamentablemente la gran mayoría de las familias están heridas, heridas gravemente del dolor, por haber perdido durante todos estos años a sus padres, hijos, nietos, primos, sobrinos y amigos en esta diáspora que parece no detenerse».
Eso parece no importarle al gobierno nacional, comentó, por lo que pudieran significar las remesas que los venezolanos que están en el exterior envían a sus familiares que continúan en el país. Para las autoridades del chavismo la migración ha significado una ventaja económica, aseguró.
«Es una tragedia imperdonable lo que ha ocurrido con el país. Desde lo familiar, estoy sumamente afectado por esta situación, por cómo se siguen yendo los jóvenes pensando que no hay oportunidades. Por mi parte y de mi esposa, seguimos estimulando a los jóvenes a que sigan en lo posible, que busquen alternativas para intentar quedarse en el país, esperando que en algún momento podamos levantar esta nación que merece otro destino».
Nunca fui detenido
Óscar Noya aclaró que los cuerpos represivos del régimen venezolano nunca lo detuvieron, como circuló en 2017 durante las intensas protestas opositoras que se registraron en el país contra Nicolás Maduro. Logró escapar. A su hijo Óscar Noya Alarcón sí lo aprehendió la Guardia Nacional Bolivariana en la urbanización Santa Mónica cuando socorría a personas afectadas por los gases lacrimógenos.
«He escapado en momentos donde era perseguido por los cuerpos represivos. Casi me capturan. Mi hijo Óscar sí fue detenido en esa oportunidad. Yo logré escapar y a él lo capturaron y estuvo detenido. Mi hijo Xoan y otros autores, autoridades universitarias, como el rector Luis Fuenmayor, hicieron gestiones para que lo liberaran sabiendo que es un valioso médico y que además trabajaba con comunidades indígenas. Lo lograron. Yo no estuve nunca detenido», afirmó.
De la izquierda, pero democrática
El biólogo afirmó que, si bien nunca ha participado de la vida política partidista en Venezuela, tiene su ideología. Se considera una persona de izquierda, pero de la izquierda democrática. Cree en la propiedad privada, en la libertad y en la democracia, y también cree en sociedades más equilibradas y con más justicia social de la que se haya podido alcanzar en Venezuela. Viene de una familia que lo ha mantenido como el desiderátum, aseguró, y nunca se vinculó con algún partido político.
Manifestó, sin reservas, que votó durante su vida por distintas tendencias y que, en su momento, lo hizo por el fallecido presidente Hugo Chávez por las ideas que promovía. Inclusive, recordó, el chavismo lo invitó a reuniones para que ofreciera sus ideas con respecto al sector salud. Asistió.
«Siempre he pensado que mi partido se llama Venezuela y que nunca aceptaré ningún lineamiento de ninguna tendencia política, nunca. Voy siempre a guiarme por mis principios. Y en su momento voté por el presidente Chávez. Veníamos de una crisis institucional importante en los últimos años y por eso aparece esta figura. Mi hijo Xoan creyó también en él y trabajó desde el partidismo», rememoró.
«Nosotros respetamos las posiciones políticas en la familia porque se nos enseñó la tolerancia de todo el punto de vista, religiosa, sexual, política, deportiva», reiteró.
Ad honorem en el Ministerio de Salud
Pese a las diferencias ideológicas, claras y conocidas, Óscar Noya trabaja para Instituto de Altos Estudios Dr. Arnoldo Gabaldón, que depende del Ministerio de Salud.
«El doctor Gabaldón antes de morir, en 1989, sabiendo que estaba gravemente enfermo, me pidió que me encargara de ese laboratorio. Y como yo admiraba al doctor Gabaldón, lo considero uno de mis mentores, uno de los grandes civiles que vio Venezuela, le dije que con mucho gusto asumiría ese reto y desde entonces, desde el año 1990, bajo un convenio de la Universidad Central de Venezuela y el Ministerio de Salud, he asumido la coordinación de este laboratorio para el estudio de la malaria, al cual le dedico todas mis mañanas ad honorem», dijo.
No sirve, insistió, a un partido político, sino a su país y sus pacientes que diariamente buscan alivio. «No me debo a nadie más. Y seguiré, mientras pueda, apoyando la labor sanitaria de lo que se está haciendo, sea el gobierno que sea. Toda la vida lo hice, asistía cada vez que los diferentes partidos y ministerios me llamaban, siempre asistía, porque pensaba en apoyar no al presidente ni al partido de turno, sino a Venezuela», afirmó.
El médico aseguró que no ha sufrido persecución en el Ministerio de Salud. En principio, cree que desde el alto gobierno lo respetan porque saben que su familia ha tenido principios y que sus posiciones la has defendido públicamente porque parten de la honestidad. No está en ese cargo por dinero y enfatizó que nunca ha ejercido la medicina de forma privada, no porque esté en contra, sino porque ha pensado en ella como un servicio social. «Hay cierto respeto en los estamentos del gobierno nacional, en el Ministerio, que reconocen que tenemos una postura ética que, en general, se ha respetado».
Las amenazas de Valentín Santana
Otra ha sido la postura del Instituto de Medicina Tropical, que ha tenido críticas hacia las políticas del gobierno. Óscar Noya aseguró que ha sufrido acoso en varias ocasiones por parte del colectivo La Piedrita, de la parroquia 23 de Enero, que lidera el chavista Valentín Santana.
«Ese colectivo mandó mensajes amenazando y, por lo tanto, tiene nombre y apellido. Tiene un dirigente que es el responsable, que fue un empleado universitario, y que tuvo mucho que ver con la destrucción de nuestra institución y con la destrucción de mi laboratorio en forma sucesiva», expuso.
En algún momento, aseguró, Valentín Santana le dijo que los médicos no podían hacer comentarios sobre la política nacional. «Pero los míos generalmente han estado asociados a la política sanitaria, cuando no hay medicamentos antimaláricos, y por ley el único que puede comprarlos es el Estado. La gente no tiene acceso, ¿qué queremos, que se muera? Yo ahí me indigno y me expreso, critico que falte medicamentos; cuando el gobierno nacional ha fallado hemos recurrido a instancias internacionales como Médicos Sin Fronteras, la Organización Panamericana de la Salud y, muy escasamente, a Rotary y venezolanos que están en el exterior y que nos apoyan mandando medicamentos, mascarillas, insumos médicos, tubos, inyectadoras, para seguir sirviendo al país».
«Sigo pensando que hay gente que nos respeta, pero estas organizaciones delictivas nos han hecho mucho daño. En el Instituto de Medicina Tropical ha habido robos de aires acondicionado, equipos, computadoras, ventanas, puertas, tuberías, cabillas. Se han llevado todo lo que se han podido llevar», indicó.
Estoy muy viejo para arrodillarme
El científico aseguró no tener miedo ante las acciones de intimidación en su contra por denunciar la crisis sanitaria del país. «Estoy muy viejo para arrodillarme ante nadie y, aunque me sigan amenazando, no voy daré mi brazo a torcer ni me voy a ir del país. Seguiremos denunciando cuando haya que denunciar», dijo.
Cree que en los últimos años han sufrido más el acoso del hampa común del barrio que colinda con la Universidad Central de Venezuela, que, considera, no tiene una adecuada política de frontera ni ha fortalecido los muros que delimitan a la Ciudad Universitaria.
Señaló que hay un tránsito de bandas provenientes de La Charneca, de San Agustín del Sur y de otras localidades que hurtan y destruyen las instalaciones. Desde finales del año pasado, y luego de las múltiples denuncias que presentaron ante los organismos de seguridad, reconoció, hay un contingente de la Guardia Nacional Bolivariana que protege el Instituto Nacional de Higiene, el Hospital Universitario, el Instituto Inmunopatológico y el Instituto de Medicina Tropical.
Con la presencia de uniformados han mermado los robos y las agresiones, afirmó.
«Asociado a ello ha ocurrido algo muy hermoso, que es el rescate de la infraestructura que se inicia luego de que cayó el techo de un pasillo, una de las hermosísimas obras de Carlos Raúl Villanueva, por falta de mantenimiento. Y esa exposición a nivel mundial de una joya que es reconocida por la Unesco como una de las grandes maravillas arquitectónicas, generó vergüenza internacional y eso llevó al rescate de la infraestructura de la UCV y nuestro instituto ha asumido un proceso de recuperación bellísimo», manifestó.
«La empresa que lo asume, afortunadamente, lo ha hecho con toda seriedad y mucho profesionalismo y en el instituto, después de 74 años de vida en esa planta física, se han rescatado sus techos, paredes, puertas que habían sido destruidas, laboratorios que habían sido destruidos, las tuberías robadas, el cableado eléctrico robado. Hoy en día eso nos está permitiendo rescatar las actividades en casi todas las instalaciones del instituto. Faltan espacios por recuperar, aires acondicionados, equipamientos, pero estamos en una mejor situación de lo que estábamos hace poco, y eso hay que reconocerlo», añadió.
Sin embargo, en este momento, la casa que vence las sombras ha registrado una merma muy significativa: perdió más de 50% de su personal. Solo quedó un grupo importante de jubilados actuando y dando clases porque, dijo el científico, tienen la sensibilidad y el compromiso de no abandonar.
La catástrofe sanitaria
Óscar Noya se impresiona cómo, en cuestión de años, ocurrió una catástrofe sanitaria y un empobrecimiento en el país. Señaló que, según estudios, alrededor de 90% de la población está en condición de pobreza en base a los ingresos económicos porque la mayoría de los venezolanos está por debajo del dólar diario.
«Esos son ingresos muy inferiores a los que tenía Haití, que era la nación más pobre. Nosotros estamos a nivel de los países más pobres de África. Lo que queda, y eso es algo que viene desde el punto de vista histórico, es una capacidad instalada que no se terminó de desmembrar de una población que adquirió cierto nivel de formación y que permite el funcionalismo del país», expresó.
«En Venezuela lo que queda es lo que está resistiendo. Los venezolanos, que son luchadores y lo han demostrado históricamente, están tratando de subsistir en medio de las penurias. Destruyeron, incluso, la fuente de ingresos del país, como la industria petrolera y la industria pesada de la Corporación Venezolana de Guayana. El haber destruido eso significa que el país se quedó sin ingresos y ahora, de una forma importante, dependemos de las remesas de esos casi 6 millones de venezolanos que se han ido».
Bolívar, epicentro de la malaria en América
El desastre económico del país ha llevado a cientos de miles de venezolanos a resolver sus problemas económicos en la zona minera, sobre todo en el estado Bolívar y, en menor grado, en Amazonas, y eso ha ayudado a que el epicentro de la malaria en América sea el estado Bolívar, señaló el investigador a El Nacional.
Dijo que la destrucción del sistema sanitario y el empobrecimiento del país llevó a que los indicadores se derrumbaran, disminuyera la expectativa de calidad de vida, aumentara la mortalidad infantil y materno-infantil a unos niveles horribles. Por lo tanto, indicó, las autoridades han escondido los datos oficiales de la salud en el país.
La única excepción, señaló, fue a finales del año pasado, cuando le pidió a Carlos Alvarado, en ese momento ministro de Salud, a través de la doctora Magda Magris, los datos de la malaria en Venezuela para compartirlos con sus estudiantes de pregrado y de diplomado.
Expuso que Venezuela llegó a ser responsable de prácticamente 63% de la malaria en América y recordó que fue el primer país reconocido por la Organización Mundial de la Salud en haber erradicado la enfermedad de su territorio, seguido por Estados Unidos y la Unión Soviética. «Hemos pasado a estar a la cola del mundo con datos de vergüenza en relación a la malaria. En los últimos años, y en virtud de las críticas que hemos hecho públicamente y las asesorías, la participación y las organizaciones internacionales como Médicos Sin Fronteras y la Organización Panamericana de la Salud, se aumentó la dotación de insumos y medicamentos y, junto con algunos actores del propio Ministerio de Salud, se lograron distribuir».
Noya precisó que en el año 2018 los datos oficiales indicaban que se superaron los 400.000 casos anuales de malaria, aunque el número real señalaba que al menos 2 millones de personas requerían de tratamiento; en 2021, el número de casos, según las cifras oficiales, se ubicó por debajo de los 300.000 casos anuales, sin embargo, el número real se acercó al millón de casos. El año pasado, Venezuela representó 30% de la malaria en el continente americano.
En el caso de esa enfermedad hubo dos factores que ayudaron a que los contagios disminuyeran, señaló. La escasez de gasolina y las restricciones de movilización establecidas por las autoridades venezolanas para prevenir la propagación de la pandemia de covid-19.
Sin datos oficiales
El científico no dio datos de otras enfermedades porque no los hay. Ni del Chagas (se estima que entre 7% y 9% de la población venezolana está infectada), tampoco hay números de parasitosis intestinales porque no existen estudios ni registros sobre el covid-19 salvo los que paralelamente tratan de llevar con investigaciones de campo la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales.
«Esa es la situación que vivimos los venezolanos y ese es el medio en el que estamos luchando, pensando en cuánto más podemos seguir luchando y educando para que en algún momento la luz vuelva a brillar en Venezuela. Para que volvamos a recuperar la democracia, la libertad y el desarrollo económico y social que tanto necesitamos. Esa es la esperanza que nos queda y con esa esperanza es que nos mantenemos en pie, y con esa esperanza seguimos formando gente, tratando pacientes, investigando y por eso seguimos aquí apostando por el país».
Luis De Jesús – El Nacional