Opinión

El maniqueísmo político

La doctrina maniqueísta se puede trasladar al mundo político, cuya esencia  sería la lucha por el control del poder en una encarnizada lucha amigos-enemigos

Ricardo Combellas:

El maniqueísmo es una doctrina religiosa surgida del pensamiento  de Mani, teólogo sirio que vivió en el siglo XIII, y cuya obra tuvo una fuerte influencia, que se prolongó con el curso de los siglos tanto en Oriente como en Occidente, siendo uno de sus cultores, nada más y nada menos que san Agustín, el pensador seguramente más influyente de la historia de la cristiandad, pues en sus años juveniles y de primera adultez abrazó esta doctrina, que luego abandonó, criticó como perturbadora herejía y definitivamente superó en un admirable y profundamente sincero esfuerzo de introspección. En términos básicos, y de allí la fascinación e influencia de esta doctrina religiosa, el maniqueísmo sostiene que el mundo, y por ende la humanidad, está guiado por dos principios irreconciliables en una lucha eterna e insalvable: por una parte la luz, identificada con la idea de Dios y el bien que le es consustancial, y por la otra la oscuridad, las tinieblas, que se expresan en la idea del mal. Se trata de una lucha que no tiene fin, pues, por más que lo intente, la luz nunca podrá vencer al mal; a lo más podrá desligarse tentativamente de su deletérea influencia a través de un proceso de purificación que hace progresar la historia, sin poder eliminar la posibilidad siempre presente de la embestida del mal en las decisiones de los hombres y en el complejo actuar de la humanidad.

Pienso, y se trata de una opinión muy personal, que la doctrina maniqueísta se puede trasladar al mundo político, cuya esencia  sería la lucha por el control del poder en una encarnizada lucha amigos-enemigos (Carl Schmitt dixit), y donde la lucha, sea ideológica, sea una pura lucha por el poder, se desenvuelve irreversiblemente  y sin final definitivo, definiendo el duro e irreversible curso de la historia.

Entrando directamente al objetivo de estas reflexiones, sostengo que el maniqueísmo político ha pasado a ocupar a partir de la ascensión al poder de Hugo Chávez, que fue su indiscutible impulsor, un lugar central en la lucha política, que en vez de mitigarse, ha arraigado con fuerza en nuestra cultura política, pues lo que Chávez impuso con su innegable carisma en la conciencia colectiva, en palabras sencillas, “los que no están conmigo, están contra mí”, siendo el propósito la destrucción moral del enemigo, el “escuálido”,  también revierte después de 24 largos años en la pasión del radicalismo maniqueísta de los «enemigos de la revolución», que en su afán de superar al sistema  chavista plantean sin tapujos que su lucha es hasta el final, como una victoria del bien sobre el mal, de la luz sobre las tinieblas, y por tanto la negación absoluta de todo tipo de diálogo o negociación, que pueda implicar la resurrección del enemigo.

No es imposible  extirpar ese maniqueísmo político, que sí existió en nuestro pasado, los «godos» y los “oligarcas” son un ejemplo, ni mucho menos tuvo la fuerza y la virulencia del actual, que solo podrá superarse con formación y conciencia ciudadana y el reconocimiento del “otro” en la matriz de convivencia que debe caracterizar a una robusta democracia. De lo contrario, duras pruebas y fuertes alteraciones violentas de una paz difícil de alcanzar serán la nota recurrente de esta tierra que alguna vez pudo ser de gracia, y que desgraciadamente dejó de serlo.

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