El Papa

El Papa pide a los creyentes que hagan la señal de la cruz, signo del amor de Dios “que nos envuelve completamente, de arriba abajo, de izquierda a derecha”

"Que María nos ayude a vivir la Iglesia como una casa en la que se ama de manera familiar"

“Podemos pensar en Dios a través de la imagen de una familia reunida en la mesa, donde se comparte la vida”

 

«El Espíritu Santo hace con nosotros como Jesús con Nicodemo: nos introduce en el misterio del nuevo nacimiento, nos desvela el corazón del Padre y nos hace partícipes de la vida misma de Dios»

 

«Nuestro Dios es comunión de amor»

 

«Si Dios es amor, ¿nuestras comunidades lo testimonian? ¿Saben amar? ¿Son como familias?  ¿Tenemos siempre la puerta abierta, sabemos acoger a todo»

 

Desde la cátedra de la ventana, el Papa Francisco explica el misterio de la Trinidad con la imagen de “una familia reunida en la mesa”, porque “nuestro Dios es comunión de amor”. Por eso, Bergoglio invita a los creyentes a hacer la señal de la cruz, signo del amor de Dios “que nos envuelve completamente, de arriba abajo, de izquierda a derecha” y, además, a preguntarse: “Si Dios es amor, ¿nuestras comunidades lo testimonian? ¿Saben amar? ¿Son como familias? ¿Tenemos siempre la puerta abierta, sabemos acoger a todos?”. Porque la Iglesia es o tendría que ser como “como una casa en la que se ama de manera familiar».

Catequesis del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 

Hoy, Solemnidad de la Santísima Trinidad, el Evangelio está tomado del diálogo de Jesús con Nicodemo (cfr. Jn 3,16-18). Nicodemo era un miembro del Sanedrín, apasionado por el misterio de Dios; reconoce en Jesús un maestro divino y, a escondidas, va a hablar con Él. Jesús lo escucha y comprende que es  un hombre que está en un proceso de búsqueda. Entonces, primero lo sorprende, respondiéndole que para entrar en el Reino de Dios es preciso renacer; y después le desvela el núcleo del misterio diciéndole que Dios ha amado tanto a la humanidad que ha enviado a su Hijo al mundo. Jesús, el Hijo, nos habla del Padre y de su inmenso amor. 

Padre e Hijo. Es una imagen familiar que, si lo pensamos, echa por tierra nuestro imaginario sobre Dios. Efectivamente, la palabra “Dios” nos sugiere una realidad singular, majestuosa y distante, mientras que oír hablar de un Padre y un Hijo nos reconduce a casa. Sí, podemos pensar en Dios a través de la imagen de una familia reunida en la mesa, donde se comparte la vida. Por lo demás, la mesa, que al mismo tiempo es altar, es un símbolo con el que ciertos iconos representan a la Trinidad. Es una imagen que nos habla de un Dios comunión. 

¡Pero no es solo una imagen, es realidad! Es realidad porque el Espíritu Santo, el Espíritu que el Padre mediante Jesús ha infundido en nuestros corazones (cfr. Gal 4,6), nos hace gustar, nos hace experimentar la presencia de Dios: presencia cercana, compasiva y tierna. El Espíritu Santo hace con nosotros como Jesús con Nicodemo: nos introduce en el misterio del nuevo nacimiento, nos desvela el corazón del Padre y nos hace partícipes de la vida misma de Dios. 

Trinidad

La invitación que nos dirige, podríamos decir, es la de sentarnos a la mesa con Dios para compartir su amor. Esto es lo que sucede en cada Misa, en el altar de la mesa eucarística, donde Jesús se ofrece al Padre y se ofrece por nosotros. Sí, hermanos y hermanas, nuestro Dios es comunión de amor: así nos lo ha revelado Jesús. ¿Y saben qué podemos hacer para recordarlo? El gesto más simple, que hemos aprendido de niños: la señal de la cruz. Trazando la cruz sobre nuestro cuerpo recordamos cuánto nos ha amado Dios, hasta dar la vida por nosotros; y nos repetimos que su amor nos envuelve completamente, de arriba abajo, de izquierda a derecha, como un abrazo que no nos abandona nunca. Al mismo tiempo, nos comprometemos a testimoniar a Dios-amor, creando comunión en su nombre.  

De este modo, hoy podemos preguntarnos: ¿testimoniamos a Dios-amor? ¿O bien Dios-amor se ha convertido para nosotros en un concepto, algo que ya hemos escuchado pero que ya no nos mueve y ya no provoca la vida? Si Dios es amor, ¿nuestras comunidades lo testimonian? ¿Saben amar? ¿Son como familias?  ¿Tenemos siempre la puerta abierta, sabemos acoger a todos, subrayo a todos, como hermanos y hermanas?  ¿Ofrecemos a todos el alimento del perdón de Dios y el vino de la alegría evangélica? ¿Se respira aire de casa, o nos parecemos más a una oficina o a un lugar reservado donde solo entran los elegidos? 

Que María nos ayude a vivir la Iglesia como una casa en la que se ama de manera familiar, para gloria de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 José Manuel Vidal/RD

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