Lecciones Macabeas sobre el heroísmo
¿Cuántos católicos en el lugar de trabajo no son completamente imposibles de identificar como católicos?
Rev. Peter M. J. Stravinskas, editor fundador de The Catholic Response y editor de Newman House Press:
El 1 de agosto, el Martirologio Romano (que no ya el Calendario General) conmemora a “los Santos Macabeos”, es decir, los heroicos judíos que resistieron los ataques —desde adentro y desde afuera— a su fe.
Nunca he entendido por qué la reforma post-conciliar del calendario romano (que era necesario hacer) eliminó de la observancia a todos los santos del Antiguo Testamento. Las Iglesias orientales (tanto católicas como ortodoxas) han mantenido esas fiestas. El movimiento es particularmente extraño, dado el fuerte esfuerzo en el Concilio por construir puentes con nuestros hermanos mayores en la fe: los judíos.
¿Quiénes eran los “Macabeos”? La palabra hebrea significa «martillo» y se aplica correctamente solo a uno de la familia, a saber, Judas Macabeo, el tercer hijo del sacerdote Matatías y líder de la revuelta contra los reyes seléucidas que perseguían a los judíos. Eventualmente, el epíteto se aplicó a sus partidarios en la lucha.
¿Qué lecciones podemos aprender de estos “martillos”, nobles guerreros de la fe, exaltados en Hebreos 11, ese gran himno a la fe y a los fieles creyentes?
En primer lugar, luchar contra la asimilación en una cultura pagana. Inicialmente, los judíos de esa época fueron objeto de una persecución “blanda”, que les ofrecía recompensas por abandonar las tradiciones de sus padres (por ejemplo, la circuncisión y la negativa a comer carne de cerdo). Cuando eso no funcionó, se produjo una persecución “dura”.
¿No encontramos hoy el mismo modus operandi?
¿Cuántos políticos “católicos” no han vendido sus almas a un partido de la muerte, que también promueve una visión del matrimonio, enemiga de la ley natural, como de la Revelación Divina?
¿Cuántos católicos en el lugar de trabajo no son completamente imposibles de identificar como católicos; porque su estilo de vida se mezcla perfectamente con el de la cultura secular (o anticultura)? No obstante que Nuestro Señor nos mandó: “Lo que oigáis murmurar, proclamadlo desde las azoteas” (Mt 10,27).
En segundo lugar, mientras que la sociedad pagana empujaba a los judíos de antaño a la infidelidad, la mayor tentación a la infidelidad provenía de sus propias filas: judíos acomodaticios que no veían nada malo en ocultar la marca de su circuncisión en el gimnasio o, por sociabilidad, ingerir una pequeña porción de cerdo.
¿Cuántos católicos, incluso clérigos, no nos instan a un enfoque más “moderado” de nuestra vida de fe? No insistan en los temas candentes, enfaticen los puntos en común, eviten los distintivos. De hecho, esos “moderados” considerarían que una proclamación del Evangelio, a todo pulmón, no solo es desaconsejable sino contraproducente; lo cual le daría un mal nombre a la Iglesia.
Tercero, los Macabeos nos recuerdan la centralidad de la libertad religiosa y la necesidad de una vigilancia permanente en ese sentido. Los años de Obama nos trajeron ataques en toda regla, sin precedentes en la historia de Estados Unidos, contra instituciones religiosas y personas con motivaciones religiosas. Después de una pausa bienvenida en la administración anterior, volvemos a jugar a la defensiva contra un presidente “católico”.
Cuarto, estos santos guerreros se destacan como defensores de la pureza de la adoración y la santidad de la Casa de Dios. Por cierto, es de esta fuente que la liturgia judía celebra la fiesta de Hanukkah, la re-dedicación del Templo después de su profanación por la Pachamama de ese día.
¡Necesitamos reforzar esas nociones hoy; cuando la vestimenta y el comportamiento informal invaden nuestros recintos sagrados;, sin mencionar los abusos litúrgicos de todo tipo, ofensivos para Dios y destructores de la fe en miles y miles de creyentes! La teología sostiene: Lex orandi, lex credendi (la ley de la oración es la ley de la creencia). Lo que hacemos en el santuario no es una cuestión indiferente.
Durante un debate sobre la naturaleza de la adoración verdadera, un protestante se dirigió al Cardenal Newman: “Bueno, Dr. Newman, supongo que tendremos que estar de acuerdo en no estar de acuerdo. Ud. adorará a Dios a su manera, y yo a la mía”. A lo cual, San Juan Enrique respondió: “No, reverendo señor, usted seguramente podrá adorar a Dios a la manera de usted; ¡Yo, sin embargo, lo adoraré a la manera de Él!”
En pocas palabras, si no podemos hacer bien la Sagrada Liturgia, no podemos hacer bien nada más. Después de todo, la razón principal de la existencia de la Iglesia es ofrecer adoración adecuada al Dios Triuno.
Finalmente, los Macabeos pudieron permanecer fieles gracias al estímulo de dos ancianos del Pueblo Elegido —contra-influencias de los acomodacionistas. La “madre de siete hijos” no pudo ser obligada a contemplar impotentemente su martirio: Ella los animó, activamente, a ser fieles hasta la muerte.
Al viejo Eleazar le metieron puerco en la boca y lo escupió. Sus perseguidores —amigos suyos desde hacía mucho tiempo— le ofrecieron una salida: “Te daremos alguna otra carne que no sea cerdo; lo cual solo tú sabrás”. Eleazar se rió con desdén de esa sugerencia.
¿Para qué debería vivir un poco más un hombre de noventa años? ¿Para descarriar a los jóvenes judíos de nuestra comunidad, haciéndoles creer que yo estaba dispuesto a desobedecer la ley divina?
El Papa Francisco anima regularmente a los jóvenes a recurrir a la sabiduría de sus abuelos. Estoy confundido por ese consejo; porque, al menos en mi experiencia, fue precisamente esa generación (con notables excepciones) la que se vendió al ethos imperante.
Nunca olvidaré una confesión de una mujer de ochenta y cinco años, que escuché cuando era un sacerdote muy joven. Ella confesó adulterio. A medida que se desarrollaba la confesión, dijo que había dejado de lado más de sesenta años de fidelidad conyugal, porque escuchar las hazañas sexuales de su nieta la ponía celosa y deseosa de saber lo que se había perdido.
Imagínense: en lugar de estimular a su nieta a la castidad, se sintió motivada a cometer adulterio.
Cristo nos informa que aquellos que llevan a otros al pecado estarían mejor con una piedra de molino atada al cuello y arrojados al mar. (Mt 18, 6) Él nos dice, por el contrario, que aquellos que observen hasta el más mínimo de los mandamientos y enseñen a otros a hacer lo mismo, serán llamados grandes en el Reino de los Cielos (Mt 5). Debemos agradecer a Dios Todopoderoso por el noble testimonio de los Macabeos y rezar para que su tribu crezca entre los católicos de nuestros días.-
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