Gran cacao en Venezuela y Vietnam
Las vidas paralelas que han seguido las industrias cacaoteras en Vietnam y Venezuela parecieran sugerir la conveniencia de un acercamiento, cuando asistimos a una revigorización del cultivo en ambos países tan diversos, a fin de coordinar estrategias en el mercado que ahora controlan de manera casi monopólica dos grandes productores africanos
Las vidas paralelas que han seguido las industrias cacaoteras en Vietnam y Venezuela parecieran sugerir la conveniencia de un acercamiento, cuando asistimos a una revigorización del cultivo en ambos países tan diversos, a fin de coordinar estrategias en el mercado que ahora controlan de manera casi monopólica dos grandes productores africanos.
Porque si Costa de Marfil y Ghana representan casi tres cuartas partes del 75% de la producción mundial de 4.78 millones de toneladas, otro 18% proviene de Centro y Sudamérica y el Caribe y más de 50 millones de personas dependen de él para su subsistencia.
Y, más importante aún, se trata de un mercado en expansión mientras el chocolate se globaliza con impulso similar al que lo implantó en las cortes europeas, tras desembarcar de las carabelas que lo transportaban desde el imperio de Moctezuma.
En ambos casos, el amargo grano retornó de la mano de franceses en el siglo 19.
A Vietnam con la colonización de Indochina, para competir con el cultivo que España emprendía entonces en las Filipinas. Pero las guerras contra Francia y los Estados Unidos impusieron un doloroso tributo a las plantaciones en el Delta del Mekong, y poco éxito tuvieron después de la reunificación nacional los esfuerzos conjuntos con agrónomos cubanos con la mirada puesta en el público soviético.
Avatares políticos marcaron también el desarrollo del cacao en la costa oriental de Venezuela, frente a Trinidad, donde se radicó hacia 1830 una colonia de refugiados corsos, seducidos quizás por la vecindad con el mar y la semejanza paisajística de sus montañas agrestes con la del terruño de donde debieron emigrar por la reacción anti-bonapartista.
Se inició una época de esplendor en que el grano de la península de Paria exportado al Viejo Continente impulsó la prosperidad económica y el avance social de los revoltosos emigrados, que duró prácticamente hasta que la sedicente revolución chavista esparció desde 1998, ¡también allí!, su veneno disolvente.
En Vietnam, dos jóvenes franceses – Samuel Maruta y Vincent Mourou- acudieron en 2011 al rescate de la industria cacaotera, creando MAROU, una empresa semi-privada en Ho Chi Minh Ville, para explotar dos mil hectáreas de un fruto de alta calidad que ha gustado en los mercados belgas y británicos aunque, paradójicamente, sea poco conocido del propio público local.
En 2013, se fundó Alluvia, la primera empresa absolutamente nacional y, desde poco más tarde, la compañía Binon Cacao con participación japonesa intenta combinar la producción, superados los métodos tradicionales, con visitas guiadas en colaboración con la oficina de turismo provincial, permitiendo a los visitantes pasear por las instalaciones de alta tecnología y saborear sus productos en una moderna cafetería.
En una experiencia que guarda coincidencias en Venezuela con la empresa familiar de los Franceschi, la sexta generación de los emigrantes aventados de Córcega tras la derrota de Napoleón, basada en un aromático chocolate negro ensamblado con más de treinta variedades de granos de todo el país, desde el lago de Maracaibo a las costas orientales, que acumula numerosos galardones internacionales.
De una posición cimera en tiempos coloniales, cuando el cacao venezolano servía de moneda de cambio en las capitales europeas, Venezuela ocupa ahora apenas el puesto mundial décimo-cuarto, con exportaciones que, sin embargo, comienzan a crecer, gracias también a la empresa competidora El Rey, casi centenaria, y su Ruta del Cacao, que convoca a chefs internacionales y periodistas especializados en el tema gastronómico para degustar su magnífico chocolate en el marco de espectáculos folklóricos.
Los contratiempos políticos que sufre el país han amenazado con frustrar los planes de sus propietarios, que ripostaron con una asociación de once procesadoras –APROCAO- que lucha contra viento y marea con un entorno gubernamental más proclive a entorpecer que propiciar la iniciativa particular, a fin de procurar el financiamiento internacional y ampliar el nivel de producción, afianzando la fama obtenida mundialmente.
En síntesis, dos experiencias distantes que sin duda ganarían en conocerse mejor.-
Varsovia, agosto de 2022