Lecturas recomendadas

La alegría en la paz

(Señor del Adviento, capitulo XVIII)

 

 

Alicia Álamo Bartolomé:

 

Un grupo de personas admiraba un nacimiento, pesebre o belén, oculto en un nicho con puertas cerradas durante el año y abiertas en el tiempo de Navidad (70). Alguien observó la risa en la cara de San José como algo poco usual. Es cierto, la piedad tradicional de artistas y artesanos nos tienen mal acostumbrados: las imágenes de santos y santas aparecen generalmente con rostros descompuestos. Se ha confundido lo seráfico  con miradas lánguidas y labios entreabiertos en mueca expectante o dolorosa. Sin embargo bien reza el dicho: “un santo triste es un triste santo”.

 

Para Santa Teresa de Jesús era un síntoma de no vocación una aspirante melancólica y cuando alguna de sus monjas se ponía así, recomendaba a la superiora comenzar por darle de comer viandas de carne aunque las carmelitas descalza sólo comen pescado, porque a buen seguro era flaqueza de cuerpo y si no más valiera que fuese abandonando el monasterio. Por eso San José sonriente que llamó la atención de aquel grupo, es simplemente la obra de un artista inteligente y con visión sobrenatural. Sí, San José fue un hombre alegre, no podía ser de otro modo.

 

¿Por qué debía ser alegre el Patriarca ¿No tuvo suficientes sinsabores en su vida para andar por el mundo con cara larga? Desde un punto de vista humano, el panorama donde se desenvolvió no era muy halagador; ya vimos las vicisitudes de su noviazgo, su empadronamiento y precipitada huida. Pero José era justo, santo y no veía en los aconteceres sino la voluntad de Dios a la cual se sometía alegremente en excelente compañía, nada más y nada menos que Jesús y María ¡si era para andar cantando todo el día!

 

Seguramente cantaría, como ya dijimos bastante al principio,  en su taller, mientras trabajaba; en los caminos para tranquilizar la jornada y arrullar a la Virgen y el Niño; en las ceremonias de su religión. Sabría entonar bien los salmos, tan importantes en las ceremonias judías como después en las cristianas, punto de unión entre los dos Testamentos. Es más, descendiente del rey David, el gran salmista, José recitaría y cantaría los salmos de su real antepasado con orgullo y devoción-

 

La risa tiene algo de cielo, la risa sana, franca, espontánea, ante la alegría de vivir, la situación o la frase graciosa. No hablemos de la risa nerviosa u hosca, de la cargada de acentos sórdidos por la broma de mal gusto o el chiste grosero, esa es una mueca o explosión escandalosa y repugnante. Hablemos de la risa fresca y clara como manantial de paz interior y contento consigo y con el mundo; la risa que sale del alma en constante unión con Dios. La risa de los santos.

 

Estar alegres constituye todo un programa de vida interior. No se trata de la alegría inconsciente del idiota incapaz de captar alguna tragedia que le concierne, sino de la alegría razonada del alma, aun en las tribulaciones de este mundo, porque se sabe anclada en Dios y amada por Él. En toda vida hay horas de lágrimas, no pasamos como el cisne sobre el lago cenagoso sin mancharse las alas; los malos momentos nos llegan y vivimos la angustia, el dolor, pero ojalá nunca la desesperanza.

 

Un hombre bueno –ya descansa en paz-, sin muchos logros en su vida, un hombre común, decía cómo a lo mejor le era más fácil soportar las penas que a otros, por esta sencilla razón: en el momento de vivirlas tenía el pensamiento de que en unos días ese dolor lacerante pasaría y ya de esta manera se consolaba. Era un optimista empedernido, la frase amable y el chiste siempre a flor de su sonrisa. Quizás su invencible esperanza, se afianzaba en una devoción muy especial por la Santísima Virgen, sobre todo en su advocación de Nuestra Señora de Lourdes. Casa donde habitaba, casa donde hacía una pequeña gruta para albergar esa imagen. Estando ante la gruta verdadera para oír la santa misa con los enfermos y miles de peregrinos, el sacerdote oficiante lo llamó para que lo ayudara, ¡a él en medio de aquella multitud! Fue una dulce caricia de María (71).

 

Nuestra falta de alegría es una falla de la esperanza. A veces vemos negro el panorama, pensamos que nunca habrá luz en el horizonte. Entonces nos zambullimos en la pena como en el Mar de los Sargazos; cuesta salir a flote y ver la luz atrapados entre los fucos y las algas, pero arriba siempre está el sol. Mirar hacia lo alto será siempre la mejor cuerda de salvación. Dios nos arrastra hacia Él mientras nosotros le dejamos actuar. Esa es la verdadera alegría, saber que no nos va a fallar.

 

La alegría es una vivencia de la paz. Hay paz en el alma cuando vueltos a nosotros mismos descubrimos, en un encuentro definitivo, que allí está Dios, Uno y Trino. Todo encaja como los dientes de dos engranajes: la voluntad de Dios y la nuestra. Funciona armoniosamente nuestra vida, nada está en discordia. Son los desajustes entre el querer de Dios y el nuestro, limitado por la ceguera de lo sensual, lo que lanza el chirrido discordante, la falta de armonía y esa nota aguda y molesta que deja de ser música para ser ruido y desbarata el buen ambiente en torno nuestro. Comunicamos nuestra armonía o nuestra desarmonía. Si somos auténticos cristianos debemos evitar esta última transmisión, es más, debemos procurar no sufrirla, al menos no por mucho rato. Rectificar pronto el desajuste, orar por el retorno de la alegría interrumpida. Porque somos débiles y sabemos que pueden ocurrir estos cortes de luz, debemos ser previsivos y tener siempre en nuestro equipaje espiritual los fusibles reemplazantes: oración, mortificación, entrega a los demás.

 

A pesar de los pocos datos existentes sobre la vida de San José, no podemos imaginar que fuera de otra manera sino alegre y con una alegría presente e imperante, porque aun siendo silencioso, su personalidad tuvo que ser recia. Si pasó inadvertido para la historia porque no realizó hazañas, seguramente no pasó así entre sus vecinos y amigos, pues vivía con la luz del mundo, algo de ésta tuvo que contagiársele y contagiar. La manifestación de esa luz no fue otra cosa que esa paz alegre, apoyo y reposo para quienes se acercaran a él.

 

Si alguna vez desfalleció en la debilidad de su carne, allí tenía a Jesús y María para recobrarse. Lo extraordinario es que nosotros también, más al propio José. Los tres son nuestros constantes compañeros de camino cuando lo queremos así, con gran alegría para el cuarto acompañante: nuestro Ángel Custodio. Con ellos tenemos cubiertos los cuatro puntos cardinales de nuestro mundo interior. No podemos perder el rumbo. ¿Quién es capaz de entristecerse si vive la plenitud de la fe?

 

José vivió esa plenitud, aun sin entender creía y por eso esperaba. Su vida engranaba perfectamente con la voluntad divina, de allí la alegría de su paz. Cuando el dolor se cuela en nuestras vidas, busquemos los motivos de esa alegría de cristianos: ser hijos de Dios, redimidos por Cristo, con derecho a la vida eterna feliz; ser colaboradores de la Creación a través de nuestro trabajo y corredentores con nuestra fatiga; ser llamados por nuestros nombres para tal o cual misión, siempre importante, pues en los planes de Dios no hay posición pequeña; ser un momento en la historia de la humanidad que debemos llenar de amor para que ésta avance libre y pura hacia su fin; ser seres contingentes ganados para la eternidad por la sangre de Cristo. Saber que ese dolor es instrumento de salvación personal y ajena. Nuestra alegría ante esta enumeración de bienes sobrepasará las penas.-

 

70 – En Altoclaro Centro de Encuentros Profesionales, Urbanización Club de Campo, San Antonio ne los Altos, Edo. Miranda Venezuela.

 

71 – El protagonista de este relato fue Luis Álamo Guánchez, primo hermano de la autora.

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