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Encuentros 35

La Iglesia católica, en cuanto que es “Madre y Maestra”, tiene la obligación impostergable de decir una palabra orientadora.

Nelson Martínez Rust:

 

¡Bienvenidos!

Ante la aparición de diversas concepciones morales se hace necesario su análisis a la luz de la enseñanza cristiana católica, para de esta manera poder indicar la validad o no de sus planteamientos y principios. En efecto, de cierto tiempo para acá se observan enseñanzas y comportamientos morales que afectan, al menos, la sensibilidad de la moral católica. Frente a esta realidad la Iglesia católica, en cuanto que es “Madre y Maestra”, tiene la obligación impostergable de decir una palabra orientadora. Aun cuando, estas nuevas tendencias se manifiestan de manera virulenta en Europa y en América del Norte – EEUU y Canadá -, también se han hecho presente en nuestras latitudes. No son extrañas entre nosotros. Para analizarlas tenemos como referencia indispensable la “Veritatis Splendor”, carta encíclica de Juan Pablo II sobre el fundamento de la moral cristiana católica publicada el 6 de agosto del año 1993.

Se podría afirmar que a lo largo de la segunda mitad del siglo XX predominó un panorama ético dominado por dos corrientes filosóficas: “El Existencialismo” – a nivel del continente europeo – y “La corriente analítica” – de origen anglosajón -.  Ambas tendencias, a pesar de algunas diferencias significativas, coinciden en el mantenimiento de una cierta “irracionalidad moral”. La primera tendencia – “Existencialismo” – se caracteriza por la defensa radical de la libertad personal y la negación de toda norma que pueda influir en la toma de decisiones personales. La segunda – “La corriente analítica” – concibe el mundo moral como el resultado de la expresión del lenguaje natural. Dicho con otras palabrazs, como una mera manifestación emotiva y sentimental del individuo que debe restringir su capacidad racional y objetivadora única y exclusivamente al nivel científico, a lo comprobable en el ámbito del laboratorio que es, en definitiva, lo que certifica “la verdad. El máximo exponente del primer modelo fue el francés Jean-Paul Sartre y del segundo modelo el inglés A. J. Ayer. Se impone el análisis breve de estas tendencias ya que están en el trasfondo de las críticas que les hace la enseñanza papal en la “Veritatis Splendor”.

PARADIGMA MORAL EXISTENCIALISTA

El culmen de la aceptación filosófica que alcanzó el pensamiento existencialista se ubica en las décadas de los cuarenta y cincuenta del siglo pasado; sin embargo, su influencia continúa vigente en la reflexión y en las praxis morales actuales. La “radical separación” entre “la verdad” y “la libertad” – postulada por el “existencialismo”- constituye el aspecto más censurable del pensamiento y praxis ético actual a decir de la “Veritatis Splendor”. Esta separación encuentra sus raíces en el subjetivismo ético predicado por Sartre que pretende extraer todas las consecuencias de la “muerte de Dios” que había sido profetizada a finales del siglo XIX por Frederich Nietzsche. En efecto, el pensamiento ético sartreano postula la ausencia de verdades morales, de normas objetivas, de valores universales y la negación de una “esencia” o “naturaleza” humana. Por el contrario, afirma la radical soledad de la conciencia moral y la creatividad de la libertad personal. Tal concepción de la existencia se fundamenta en la negación de Dios. Su realidad, ¡sobra! ¡Está de más! ¡No es necesario!

Como se puede ver existe un invencible abismo entre la “autonomía soberana” existencialista y la realidad de Dios como principio absoluto postulado por la “Veritatis Splendor”. En el campo de la moral la ausencia de Dios se traduce en la ausencia de valores universales o normas obligatorias. Al no existir el “bien absoluto”, tampoco existe una conciencia infinita – Dios -. Al situarse el existencialismo en el plano meramente humano – inmanente – y no abrirse a la realidad sobrenatural – trascendente – de Dios -, no tiene sentido el hablar de mandamientos absolutos – “no matar”, “no mentir”, “no robar”, “no extorsionar”, “no adulterar”, etc. – El existencialismo confirma lo afirmado por el escritor Fedor Dostoievsky: “Si Dios no existiera, todo estaría permitido”.

Por consiguiente, el existencialismo afirma la radical soledad y abandono del hombre; su sola existencia es la única verdad existente; el hombre personal se constituye en su única responsabilidad absoluta de su hacerse y de todo cuanto hace. No tiene excusa. Nadie ni nada, antes de la existencia del hombre concreto, ha diseñado alguna “esencia” o “naturaleza” digna de ser realizada por la creatura humana. El hombre, con su sola existencia, decide con absoluta libertad; crea los valores que le han de guiar a lo largo de su existencia; crea su “esencia”. No conoce legitimación alguna en donde apoyar su propia conducta, porque no existe ninguna realidad sobrenatural. Por el contrario, es el hombre, quien mediante su soledad y su capacidad creadora construye su libertad y, de esta manera, lleva a cabo la creación de la única “esencia” que es válida para la existencia humana.

El objetivo central de la enseñanza papal en la exhortación apostólica “Veritatis Splendor” es la defensa de la “verdad moral” revelada por Dios pero que, al mismo tiempo, resplandece en la realidad del hombre, cognoscible por el mismo hombre, ya que participa de la sabiduría y voluntad divinas. A este respecto es interesante leer los números 54-64 de la Encíclica. La próxima semana continuaremos el análisis de la moral a la luz de la “Veritatis Splendor”.

 

Valencia. Agosto 28; 2022

 

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