La confidencia que Gorbachov le hizo al Papa
Testigo de excepción: un cardenal venezolano
Macky Arenas:
Después de siete décadas congeladas, Mijaíl Gorbachov retomó las relaciones con el Vaticano. El 1 de diciembre de 1989 el dirigente soviético fue recibido por el Papa polaco, poniendo fin a 70 años de ruptura diplomática. Fue una visita histórica.
Más adelante, en el año 2009, Joaquín Navarro Vals, quien fuera el portavoz del papa Juan Pablo II, escribió un libro donde no sólo destacó que uno de los encuentros que más gustó al Papa Wojtyla fue el que mantuvo con Mijaíl Gorbachov aquél 1 de diciembre de 1989 en el Vaticano, sino que reveló que Gorbachov aseguró que había sido bautizado y que en su casa había una imagen de la Virgen, «con una foto de Lenin, naturalmente, encima».
Además, el veterano periodista español fue tajante en su afirmación: «El comunismo no cayó porque Estados Unidos hubiese ganado la guerra fría o debido a que su escudo antimisiles destruyó las esperanzas bélicas de la gran Rusia, sino porque un hombre religioso, un Papa, un hombre del Este, había unido las conciencias de Oriente y las de Occidente en el altar universal de los derechos humanos».
Un hecho extraordinario
Al momento de recibirlo, el pontífice dijo estas palabras: «Con usted, señor presidente –Gorbachov–, hemos tratado de la solución de los problemas de la Iglesia Católica en la URSS para promover un compromiso común en favor de la paz y de la colaboración en el mundo (…) La humanidad espera hoy nuevas formas de cooperación y de ayuda recíproca. La tragedia de la Segunda Guerra Mundial nos ha enseñado, sin embargo, que si se olvidan los valores éticos fundamentales, pueden surgir consecuencias tremendas para la suerte de los pueblos y hasta los más grandes proyectos pueden fracasar».
Por su parte, Gorbachov solicitó en público la apertura de relaciones diplomáticas con la Santa Sede e invitó al Papa a visitar la Unión Soviética. Acto seguido, no dudó Gorbachov en afirmar: «Acaba de producirse un hecho extraordinario».
La anécdota
Por aquellos tiempos, un cardenal venezolano servía en El Vaticano. Era el Gobernador de la Ciudad y Administrador de la Santa Sede. Ya llevaba casi 40 años y había trabajado al lado de tres papas desde que era obispo. En su haber tenía, no sólo haber ordenado las finanzas de la Santa Sede, sino haber logrado, con persistencia y habilidad, la complicada reforma del código canónico. Nos referimos a Rosalio Castillo Lara, cuya influencia en Roma llegó a ser legendaria.
Era un hombre de grandes méritos pero también, como buen venezolano, bromista y de muy grata conversación. De “sangre liviana”, como decimos en Venezuela cuando una persona entra fácil y cae bien. El Papa Juan Pablo II, quien por varias veces le negó la renuncia que todos deben presentar al llegar a determinada edad, lo quería con él. Y se quedó más de lo que habría deseado pues su aspiración era retornar a su querida Venezuela, lo cual conseguiría más tarde, vencida ya la resistencia del pontífice a dejarlo ir.
De hecho, el Papa Juan Pablo II, a cuyo lado trabajó intensamente por tantos años, recibía del cardenal venezolano observaciones, consejos y sugerencias que otros no se atrevían a formular al Santo Padre y que preferían, discretamente, incluir en los puntos de cuenta de Castillo Lara.
Graduado de abogado en Alemania tenía, no obstante, fama de ser disciplinado, metódico y a veces hasta severo. Todo en aras de cumplir a cabalidad y alcanzar la excelencia. Bromeando, algunos funcionarios vaticanos aseguraban que la placa que distinguía a los residentes en el área “SCV” –Estado Ciudad del Vaticano- en realidad significaba que allí las cosas se hacían “Si Castillo Vuole” (si Castillo quiere).
Siempre reía al recordar las invitaciones a almorzar que el Papa le hacía. “Cada vez que me llamaba, yo temblaba, pues generalmente era para encomendarme otra responsabilidad. Y nunca eran leves”.
La confidencia
Ya instalado en Venezuela y durante una de nuestras frecuentes y sabrosas conversaciones, me dijo: “Te voy a contar un episodio con el Papa Juan Pablo II”. Naturalmente, era todo oídos.
“En una de esas ocasiones en que me invitó a comer, pensé que era un asunto de trabajo, pero no. No fue así esta vez –relató el cardenal Castillo Lara- más bien se veía distendido y contento. Dijo que quería compartir conmigo algo que el presidente Gorbachov le había confesado. Esto fue lo que le dijo: “Le reconozco que hemos pasado 70 años intentando sacar a Dios del corazón de nuestro pueblo y no hemos podido”.
Naturalmente, eso impresionó mucho al Santo Padre y lo guardó en su corazón. Y también el cardenal Castillo. Ese día cenaron esperanzados.
El epílogo
No es de extrañar que durante el primer año luego de la Perestroika y la apertura del glasnost, los seminarios rusos se llenaran y los bautizos alcanzaran cifras elevadísimas. Desde 1917 no se veía un país tan devoto como la Rusia que abrió Mijaíl Gorbachov, el mismo jerarca soviético que, viviendo como un consecuente ateo, promovió la libertad religiosa para casi 300 millones de rusos. Como decía una publicación que anunciaba su muerte y valoraba su obra: un hombre sin fe que permitió la fe de muchos.
El último Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética, gestor de la perestroika («reestructuración») que terminará empujando al fin del imperio soviético. Con razón el Papa Juan Pablo II, después de su encuentro con Gorbachov, comentó a Navarro Vals: «Pienso que sus ideas no son comunistas. Pero es un misterio de dónde las ha sacado».-