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Tiempos Modernos

Existe algo en esta triste hora que me hace desconfiar de un hombre moderno que reniega de su pasado. Se derrumban, gracias a las revoluciones de alcance global, todos los antiguos valores y lo que se ofrece es la vacuidad del hombre nuevo. Así, para luchar mejor contra las conductas bárbaras, venimos a derribar los andamios de la civilización. ¿Qué es en verdad ser civilizado, sino vivir conforme a unas convicciones o una jerarquía de valores?

Cristina Casabón:

Algunos la naturaleza de los tiempos modernos nos produce a menudo una sensación de vacío y falta de sentido. Me preocupa este relativismo reinante que impide distinguir lo verdadero de lo falso, el bien del mal. Prefiero la cosmovisión clásica o cristiana, una cosmovisión sólida que afirma que hay cosas objetivamente buenas y malas al margen del disfraz y la forma. Decía Péguy que cada tiempo será juzgado por lo que ha considerado negociable y no negociable, pero para ello tendría que haber un sentido de la justicia y del bien inalterable. Los modernos utilizan la frase «en pleno siglo XXI», como queriendo decir que este siglo es moralmente superior, o que la historia avanza en sentido lineal hacia el progreso. La realidad es que han decidido que el progreso es solo aquello que colabora con el proyecto de deconstrucción y el nacimiento del hombre nuevo.

Todos los que nos oponemos a formar parte de esa corriente crítica de la deconstrucción somos, por lo tanto, malas personas y obstáculos en la rueda del progresismo. A causa de esta inadaptación, de esta tenacidad con las causas perdidas y a pesar de mis evidentes lagunas, yo me encuentro a gusto entre los columnistas de un periódico que todavía comparte la vieja cosmovisión. Lo único que lamento es que algunos sigan designando a los recalcitrantes con el nombre, particularmente inoportuno, de reaccionarios o negacionistas. Más adecuado me parece el término nostálgicos.

Si quiero tener lectores –pensaba hace tiempo– no tengo más remedio que dar pruebas de adaptación y honestidad, interiorizar esta hilaridad y festejar la imparable marcha del progreso. El problema es que no creía que los nuevos tiempos fueran mejores, sino una cutreidad de modas activistas y postureo. Despacio, demasiado despacio para algunos, se derrumban, gracias a las revoluciones de alcance global, todos los antiguos valores y lo que se ofrece es la vacuidad del hombre nuevo. Así, para luchar mejor contra las conductas bárbaras, venimos a derribar los andamios de la civilización. ¿Qué es en verdad ser civilizado, sino vivir conforme a unas convicciones o una jerarquía de valores?

Existe algo en esta triste hora que me hace desconfiar de un hombre moderno que reniega de su pasado y cree, con arrogancia, que hemos avanzado en la dirección correcta hacia un imparable progreso. No sé si vivimos tiempos peores, pero ¿cómo decir que vivimos mejores tiempos? Hay una sombra de escepticismo en el diario (1951-59) de Camus: «Tiempos Modernos. Admiten el pecado y rechazan la gracia. Sed de martirio». También escribió una lista de lo que la izquierda colaboracionista aprueba, pasa por alto en silencio o considera inevitable en la marcha imparable del progreso en el siglo XX. La lista está abierta, y la balanza de la justicia inclinada. ¿Exigirá el movimiento del hombre nuevo, en nombre de la ‘justicia social’, la total reconversión de todos los valores? ¿Exigirá una sumisión completa del individuo a esta causa?

ABC de Madrid/América 2.1

CRISTINA CASABÓN: Columnista en ABC. También escribo en The Objective. Analista de riesgo político.

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