Testimonios

Aventuras de un geólogo en una refinería, Cardón 1977

 Gustavo Coronel:

“¿Que estaría haciendo un leopardo en esas altitudes?…”. 

 Hemingway: “Las nieves del Kilimanjaro”.

En 1977 el gobierno decidió adscribir el Instituto Venezolano de Petroquímica a PDVSA, la casa matriz de la industria petrolera. Esta fue una decisión que probó ser muy beneficiosa para el sector petroquímico, el cual estaba en caos, debido a la contaminación sindical y política. La petroquímica había sido instalada en la etapa de la dictadura perezjimenista y nunca prosperó como instituto independiente. En 1976 el instituto había tenido pérdidas por más de Bs. 4000 millones, sus plantas estaban operando a mínima capacidad y existía un gran exceso de personal. Eduardo Acosta Hermoso, quien había sido su presidente, confesó: “Cuando quise despedir 600 empleados que sobraban, obtuve una negativa rotunda por parte del gobierno, el cual no quería enfrentar un conflicto laboral”.

 PDVSA aceptó la asignación, pero puso como condiciones que se le entregara el instituto libre de deudas y total autoridad para reducir personal. Al recibir la empresa envió a un estelar grupo de gerentes petroleros a manejarla, en el cual – recuerdo – estaban Alfredo Gruber y Ramón Cornieles, quien era el Gerente General de la refinería de Cardón.  El General Alfonzo Ravard me llamó a su oficina y me dijo: “Gustavo, necesito que te hagas cargo por algunos meses de la refinería de Cardón en remplazo de Ramón Cornieles, a quien estaremos enviando a la petroquímica. Estará en Cardón, pero podrás seguir asistiendo a las reuniones de Junta Directiva y colaborando conmigo”.

Yo accedí, no sin antes recordarle al General que era geólogo y que de refinación conocía muy poco. Sin embargo, sabía que esto no era grave ya que la tarea de un gerente general de refinación era predominantemente gerencial. Cardón tenía excelentes técnicos a cargo de la refinería, entre quienes estaban Leo Wilthew, Leopoldo Agueverrevere y Luis Hernández.

 Al lado de Cardón estaba la refinería de Amuay, aún más grande, con la cual Cardón mantenía una rivalidad amistosa. Por lo tanto, esta sería una excelente experiencia. Ya yo había explorado, había producido y ahora tendría la oportunidad de refinar.

Como mi estadía sería temporal no ocuparía la bella casa del gerente general, la cual seguiría alojando a la familia Cornieles durante su ausencia. Al saber la noticia que yo lo remplazaría temporalmente, Ramón se reunió conmigo y me dijo, viéndome fijamente: “Gustavo. Voy a estar fuera de la refinería, pero estaré pendiente de lo que estés haciendo. No te metas con mi refinería”.  Para Ramón, la refinería era su bebé.

Así fue que un buen día de 1977 viajé a Cardón en el viejo y confiable avión “GRUNMAN” de Maraven, a comenzar mi asignación como nuevo gerente general de la refinería. Al descender al aeropuerto de Las Piedras fui recibido por los famosos vientos encontrados de la península, a los cuales tendría que acostumbrarme, ya que estaría viajando prácticamente todas las semanas de Cardón a La Carlota y de regreso a Cardón.

En tierra me esperaba, para conducirme a la oficina, Crispiniano Rodríguez, el experimentado y bondadoso gerente de relaciones industriales de la refinería.

En el camino le pregunté a Crispiniano: “¿Qué hace la gente aquí, que actividades lleva a cabo?”

Su respuesta me sorprendió y hasta me hizo reír: “Aquí la gente hace lo que usted haga. Si usted juega yoyo, comenzarán a jugar yoyo”, me dijo, quizás exagerando un poco.

Al acercarnos a la refinería, vi un penacho de humo blanco, saliendo de una de las plantas y le dije, para pretender conocimientos que no tenía: “me agrada ver que tenemos humo blanco”. A lo cual Crispiniano me respondió: “Eso no es bueno. Creo que la planta Catalítica podría tener algún problema”. Después de esta respuesta, guardé prudente silencio.

En la oficina conocí a toda la plana mayor de la refinería, algunos de quienes verían a un geólogo como un extraterrestre.

Durante esos meses inolvidables en Cardón, elaboramos el plan para modificar el patrón de refinación en Cardón, a fin de convertir la refinería en una planta procesadora de productos livianos, en preferencia a su patrón existente, el cual producía mucho combustible residual. Para ello contratamos personal nuevo para la refinería, incluyendo algunos ingenieros de la India, en especial uno extraordinario, Sangasmewaran.

 Comencé a trotar en el estadio, a primera hora de la mañana, antes de ir a la oficina y, al cabo de algún tiempo, buena parte del personal comenzó a trotar. En la tarde, después de las horas de oficina, me iba con un par de colaboradores a sembrar árboles en la avenida principal que llevaba a la refinería, para lo cual me asesoré con los expertos forestales de FUSAGRI. Al poco tiempo tenía una legión de voluntarios sembrando árboles junto conmigo.

Visitando la refinería: General Alfonzo Ravard, Guillermo Rodríguez Eraso, Alberto Quirós, Mario Uzcátegui, creo que Rómulo Quintero y yo ( a la derecha del General RAR)

 Después de una visita del General Alfonzo Ravard a las dos refinerías, en compañía de todos los presidentes, el General comentó que, mientras la refinería de Lagoven, en Amuay, estaba como una “tacita de plata”, la refinería de Cardón se veía fea, aunque sus plantas funcionaran bien. Esa crítica del General me llevó a iniciar un programa de embellecimiento en la refinería que incluyó pintar los tanques de almacenamiento como los coloritmos de Alejandro Otero. Ello causó sensación en la región y hasta fue objeto de un capítulo en un libro de Stan Steiner: “In Search of the Jaguar”.

No siendo un experto en refinación me dediqué a mejorar la relación de la gerencia con el personal a todos los niveles. Me fui a visitar cada oficina, cada puesto de trabajo, me integré de lleno a la comunidad. Con la ayuda de FUSAGRI comenzamos un programa de huertos familiares (barbacoas) en toda la península, a fin de surtir de vegetales a los hogares.

Siguiendo los consejos de Crispiniano, desarrollé una buena relación con el gobernador del estado, el Dr. Leoncio López. Crispiniano me había dicho que el gerente de la refinería poseía más recursos financieros que la gobernación.  Entre otros apoyos dimos nuestra contribución para construir la autopista Coro-Punto Fijo.

Ese año de 1977 fue uno de los más felices de mi vida. Mi esposa Marianela y mis  hijos, entre la niñez y la adolescencia, compartieron un “tráiler” conmigo, aunque al poco tiempo nos dieron una casa. Por coincidencia 1977 fue uno de los mejores años en materia de rendimiento de productos en la refinería. Tengo la sensación que ello tuvo que ver con la alta moral de los empleados, al ver los esfuerzos que se hicieron para mejorar la calidad de vida en la comunidad.

Contraté a la Billo’s Caracas Boys para el baile de fin de año 1977 en Cardón, algo que me criticaron algunos colegas por el relativo alto costo de lo que era la mejor orquesta de Venezuela. Sin embargo, a las dos de la mañana de la noche del baile los ingresos obtenidos en el bar del club ya eran suficientes para pagarle a Billo Frometa, lo cual hicimos al final mismo del gran evento. Hasta quienes me criticaron bailaron esa noche.

Bella casa colonial cerca de Santa Ana

Cardón siempre estará en mi corazón:  la silueta del cerro Santa Ana, la verde penumbra de Cocodite, la bella casa colonial cerca de Santa Ana, en el camino hacia Pueblo Nuevo, las playas de Adícora, la sopa de tortuga, la gente, el calor seco, las luminosas mañanas, la siembra de árboles.

 45 años después, me dicen desde Venezuela, que no quedan más de una media docena de los centenares de árboles que sembramos en la zona de la refinería. Parece haber sido como arar en el mar.-–     

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