El «daño antropológico»: Un concepto que define al poder sin rostro humano
El término, vinculado a países como Cuba, precisa la profundidad de la intervención estatal en las relaciones sociales y sus efectos en la psiquis de sus habitantes
Mucho se habla en América Latina de «daño antropológico». Es un término nuevo, originado en Cuba. Fue acuñado por un reconocido católico, Dagoberto Valdés Hernández.
El concepto ha revolucionado la manera de aproximarnos a nuestra realidad. También ha permitido comprender muchas conductas de nuestros pueblos a las cuales no se les conseguía explicación convincente.
Cuántas veces hemos escuchado: ¿por qué la gente no se rebela?, ¿qué los hace aguantar tanto abuso?, ¿cómo se conforman con vivir sin dignidad? ¡Si el pueblo se alza, los poderosos tiemblan!
Son reflexiones obvias, pero se formulan a partir de supuestos insuficientes para una comprensión a fondo de las razones que producen esas conductas conformistas, resignadas e inexplicables a primera vista.
En la búsqueda de una categoría que pudiera sintetizar la situación actual de los cubanos, Dagoberto Valdés ideó el concepto “daño antropológico” para describir la profundidad del deterioro. El pensador cubano, describe a ese daño como lo que causa “el debilitamiento, lesión o quebranto de lo esencial de la persona humana”. Un fenómeno que se produce a través de una especie de lavado de cerebro paulatino. Pero también sostenido, implacable que usa el poder como arma disuasiva-represiva y al agobio comunicacional como aparato totalitario para dominar las conciencias.
Un altísimo costo
Valdés sostiene que es necesario evaluar “el altísimo costo antropológico que han tenido que pagar las cubanas y cubanos durante cinco décadas”, pero desde una mirada “a través de ese humanismo liberador y esa primacía de la persona humana sobre las estructuras económicas, políticas y sociales. Esa centralidad personalista no es individualismo egoísta sino criterio de juicio para evaluar toda institución, ideología, programa político o religión”.
Virgilio Toledo López, en su libro «El daño antropológico y los derechos humanos en Cuba«, escribe sobre el poder mal ejercido:
“Nuestra sociedad vive un proceso de descomposición que es preocupante. Cada vez más, se aprecia la división entre las personas que tienen poder de gestión, de dinero y de saber, y los ciudadanos que necesitan solucionar sus problemas o necesidades. Estos últimos tienen que emplear en esos propósitos muchas energías y un tiempo que excede las fuerzas humanas porque no disponen de ninguno de esos poderes”.
Y Toledo describe la perversidad del proceso: “El deterioro del sentido moral se manifiesta de varias maneras. Una de ellas puede ser cuando la persona elige libre y conscientemente asumir actitudes y actos negativos, otra es, cuando el hombre está incapacitado para discernir entre lo que está bien o mal. Desgraciadamente este es uno de los flagelos que más fuertemente azota a nuestra sociedad”.
Otros autores que han trabajado el tema igualmente coinciden en que estamos en presencia de un «daño antropológico» cuando además del deterioro en los órdenes social, político y cultural existe, fundamentalmente, un daño a la condición humana como tal.
Bloqueo espiritual
Sometida a ciertas condiciones de sujeción y habiendo extraviado el norte y la esperanza, la persona pierde la autoestima. También la ilusión por alcanzar objetivos, llevar adelante proyectos, mejorar sus condiciones de vida. Deja de apreciar hasta la propia existencia.
Una persona, en esas circunstancias, está muy lejos de sentir que puede cambiar su destino. Se abandona a la voluntad de quienes ejercen el poder, siguiendo sus órdenes y sometiéndose a sus abusos sin reaccionar. Es un bloqueo del que ni siquiera la propia persona es consciente del desaliento existencial que le causa. No tienes proyecto a futuro ni empuje para emprender.
Luis Aguilar León, en el libro “Cuba y su futuro”, agrupa 6 tipos de daños antropológicos específicos: 1) El servilismo, 2) El miedo a la represión, 3) El miedo al cambio, 4) La falta de voluntad política y de responsabilidad cívica, 5) La desesperanza, el desarraigo y el exilio dentro del país (insilio) y 6) La crisis ética.
Semejante sofisticación en la dimensión del daño permite concluir que las víctimas llegan al punto de sufrir una especie de anestesia del alma.
Los agresores intentan cambiar la historia, los referentes societales, hasta el nombre de los héroes que el país tenía como tales y los principios por los cuales ofrecieron sus vidas. Cuando emprendes este camino terminas perdiendo la identidad y transitas a expensas de lo que se impone como ideal de “hombre nuevo” el cual, en la práctica, es un fracaso y un espejismo, cuando no una inmensa desolación.
Es lo que ha ocurrido en Cuba y también en Venezuela aunque con una data menor. No obstante, el ser humano se resiste a degenerar su condición y la queja anida en el alma de los ciudadanos hasta que se manifiesta en diversas formas que pueden llegar a la protesta violenta.
Tarea pendiente y urgente
Como reseña el sociólogo Rafael Uzcátegui en la página del Programa de Educación Acción en Derechos Humanos (Provea):
“Sobre este asunto la diferencia entre Chávez y Maduro es que el primero focalizó la extensión del daño a sus adversarios, instaurando la discriminación como política de Estado, mientras el segundo “socializó” el daño antropológico a toda la población, incluyendo a sus propios seguidores. Y esto lo descubren amargamente la quinta oleada migratoria compuesta por funcionarios y militantes del chavismo (…) que tuitean sobre la evaporación de sus sueños como consecuencia del aislamiento internacional de la dictadura. El resto del país, la mayoría, ha enterrado sus ensoñaciones en las profundidades del congelador”.
La tarea pendiente y urgente, concluyen quienes han trabajado el tema desde las distintas aristas, es reconstruir nuestro tejido asociativo. Discernir y actuar. Rescatar nuestra memoria. Ir tras todo lo que el pasado puede testimoniar acerca de lo que han sido los valores, destrezas y logros a través del esfuerzo colectivo.
Espacios de ciudadanía
Han surgido propuestas para aliviar los síntomas del «daño antropológico» en nuestros países: Construir espacios de ciudadanía y reivindicar la política. Una cultura política que ha sido afectada, debilitada por el miedo, la desconfianza y la miseria material. Pero, tal vez, el más grave impacto se haya dado en el mundo cultural. Nuestra cultura política ha sido desdibujada y las formas de socialización alteradas.
Paola Bautista de Alemán, intelectual, periodista y política venezolana, se refiere a la necesidad de construir “espacios de ciudadanía que ayuden a resistir el avance totalitario en el mundo interior de las personas y aliviar sus síntomas inmediatos».
«Entiendo por espacios de ciudadanía –explica- aquellas instancias que ofrezcan herramientas, conocimiento e intercambio que permitan experimentar el ejercicio de los valores democráticos».-