Padre Alberto Reyes Pías, sacerdote cubano:
He estado pensando… que voy a pedir un favor.
Yo entiendo que la gente tiene buenas intenciones, y que lo hacen sin maldad, pero necesito pedir algo que para mí es importante: que nadie vuelva a decirme que este país no va a cambiar, o que aquí no hay nada que hacer, o que es inútil todo esfuerzo por lograr un cambio. Lo pido desde lo más profundo de mi existencia, porque cuando me dicen algo así todo mi organismo se subleva, y se despierta mi dinosaurio interior.
Soy de las personas que tienen la posibilidad de irse de este país, pero he decidido quedarme, porque creo que alguien tiene que acompañar la desgracia de este pueblo, y que hay que sumar voces a los reclamos de libertad de esta nación, tan hermosa como sufrida.
Por eso, necesito creer que un cambio es posible.
Necesito creer que es posible la libertad: la libertad para expresarse sin ser reprimidos, golpeados y encarcelados; la libertad para tomar en nuestras manos la economía sentenciada a muerte de nuestro país; la libertad que da la pluralidad de opciones políticas.
Necesito creer que es posible dejar de ser tratados por las autoridades como retrasados mentales, como gente estúpida incapaz de pensar y de darse cuenta que la razón de nuestra miseria no está ni en los Estados Unidos ni en el saco conveniente del “bloqueo”. Necesito creer que en algún momento dejarán de vendernos promesas vacías. Necesito creer que pueden existir autoridades que se respeten y que dejen de mentir mirando a los ojos de este pueblo, sabiendo que lo que aseguran ni es posible ni lo será.
Necesito creer que el futuro de esta isla no va a seguir siendo una cadena de “períodos especiales” y de escaseces eternas. Necesito creer que es posible entrar en el siglo XXI, y vivir con las necesidades básicas resueltas, y tener electricidad, y condiciones humanas de trabajo y de vida, y posibilidad de leer y de cultivar el espíritu porque ha sido posible descansar, y porque hay tiempo para crecer, crear y progresar, y no sólo para enfrentar cada día como el inicio de otra agobiante jornada de lucha por la supervivencia.
Necesito creer que el presente de nuestros padres y abuelos no será nuestro futuro, y que la cruda realidad de haber trabajado toda la vida y, en la vejez, no tener a veces ni para comer, no sea lo que nos espera a los que hoy conservamos la capacidad y la posibilidad de trabajar.
Necesito creer que es posible vivir en un país donde la emigración no sea el sueño colectivo, el ideal de los jóvenes y la fantasía de los niños, y donde se termine el dolor lacerante de las separaciones familiares y de la soledad y el abandono inevitables.
Necesito creer que el miedo no es más fuerte que la verdad, y que no nos cansaremos de pedir la vida que nos merecemos, la vida que nos han robado.
Necesito incluso creer que es posible la conversión de nuestros dirigentes, de nuestros militares, de todos aquellos que hoy tienen en sus manos el poder sobre esta isla. Necesito creer que tienen alma y que no son inmunes a un país sin presente ni futuro, a un país que se deshace en pedazos, a sus hijos que emigran y se alejan, a la precariedad de la vida que también los alcanza. Necesito creer que ellos también quieren vivir en paz, sin la zozobra de saber que viven sobre un polvorín, en medio de un pueblo que los repudia cada vez más. Necesito creer que, de algún modo, ellos también son capaces de escuchar la voz de Dios que les dice: “¿Dónde está tu hermano?”
Por esto, por todo esto, pido un favor, que nadie me diga que el cambio no es posible.-