Opinión

La salida pacífica

Eduardo Casanova:

Isaías Medina Angarita, Presidente de Venezuela entre 1941 y 1945, hizo un excelente gobierno, pero no fue un buen gobernante. Incurrió en grandes errores que le costaron el gobierno y terminaron por desviar al país hacia regiones umbrías. La mayor de sus equivocaciones fue el no querer o no poder dejar, así como había dejado en el camino su admiración por Mussolini, el tachirismo.

Es extraño que un hijo de coriano, educado en Caracas y casado con la llanera Irma Felizzola, y que se alejó radicalmente de la represión gomecista, encontrara tan difícil abandonar esa tendencia impuesta por Juan Vicente Gómez y que pretendía dar primacía a los tachirenses sobre el resto de la población venezolana.

Pero no se atrevió a dar el gran paso. Posiblemente la causa de las fallas de Medina haya sido su condición de militar, que le impedía ver los matices. La “política militar” de Medina, combinada con su tachirismo, lo llevaron a ser derrocado. Fue un grave error no modernizar el sistema electoral: Un hombre que había tomado medidas de avanzada en casi todos los terrenos, no quiso o no pudo imponer la votación universal, directa y secreta para elegir al presidente de la República, y prefirió mantener el viejo sistema de elecciones de segundo grado, que se prestaba a componendas como la que estuvo a punto de darse al final de su gobierno y a que se le acusara, no sin razón, de querer imponer una nueva forma de continuismo al no permitir que el pueblo en su totalidad se expresara y dejar vigente un sistema que no podía justificarse, ni siquiera alegando que otra cosa podía molestar a las fuerzas armadas.

Medina se empeñó en que su sucesor tenía que ser tachirense, aunque aceptó que pudiese ser civil. Escogió como candidato al diplomático tachirense Diógenes Escalante, para entonces embajador de Venezuela en Washington. Escalante estaba enfermo de la cabeza, lo cual fue plenamente ratificado por el psiquiatra Francisco Herrera Guerrero y por una junta médica presidida por el Doctor Enrique Tejera. Sufría de una demencia senil de origen arteriosclerótico y no podía ser candidato. Cuando estalló la noticia se formaron varias corrientes en el partido de gobierno: una apoyaba la candidatura de Juan de Dios Celis Paredes, merideño, militar de carrera y considerado generalmente progresista, otros propulsaban la idea de lanzar la candidatura de Arturo Uslar Pietri, otra corriente apoyaba la candidatura de Rafael Vegas, y en maniobra de última hora y como alternativa al golpe, que ya estaba en marcha, Acción Democrática planteó la posibilidad, rechazada por Medina y el PDV, de un candidato independiente, que sería Oscar Augusto Machado, empresario que podría tener al apoyo irrestricto de las petroleras norteamericanas.

Se dijo que el general López Contreras, ya distanciado de Medina, dejaría su retiro y se lanzaría a la vía pública a promover su propia candidatura. Medina rechazó todas las propuestas y optó por Ángel Biaggini, tachirense, desconocido y sin ángel. Esa manifestación de tachirismo le resultaría costosísima a Medina y aunque no anula sus muchos méritos, frustra el nivel de su gestión.

En resumen, Medina cerró todos los caminos que conducían a una solución pacífica de la situación. Y la solución fue un golpe de estado (18 de octubre del 45) que, por fortuna, no se convirtió en guerra civil, pero que le costó mucho a Venezuela.

La Historia no debería repetirse, pero es evidente que el ser humano cae más de una vez en la misma trampa. El gobierno chavista, que ha sido el peor que ha tenido Venezuela desde que el país existe, que ha fracasado en todos los terrenos, tenía una sola posibilidad de solución pacífica de la situación que él mismo creó: el Referendo Revocatorio,

No es ningún misterio que la popularidad de Maduro está en el sótano, y que el país en general, posiblemente en una proporción de 10 a uno, repudia a los pésimos gobernantes que tanto daño han hecho. Ciertamente, el Refrendo Revocatorio lo pierden en esa misma proporción de 10 a 1, pero al hacerlo quedarían como respetuosos de las leyes y coherentes hasta con ellos mismos.

Era de esperarse que patalearan, pero si tuvieran un ápice de decencia y sensatez aceptarían su derrota con la esperanza de que el tiempo disolviera en mucho el mal recuerdo, y que el haber aceptado con dignidad su destino se les convirtiera en un punto de partida para recuperar, aunque fuera en parte, la popularidad que llegaron a tener. Pero prefieren el tortuoso camino de la trampa y los abusos de poder, y con eso están forzando al país a recorrer el camino de la violencia, una violencia de la que ellos van a ser las primeras víctimas.

Ya demostraron ante el mundo que son unos canallas, unos tramposos, deshonestos, falsos y capaces de cualquier tropelía. Es casi imposible que consigan apoyos serios fuera de una extrema izquierda que es tan falsa y tan malvada como ellos. Y al forzar la violencia van a condenarse públicamente, van a quedar confesos y desnudos. Y desnudos son todavía más feos y repugnantes que mal vestidos.

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