Lecturas recomendadas

¿Ilusiones de juventud?

Rafael María de Balbín:

Es verdad que las ilusiones humanas son muy propias de la juventud. Ésta, normalmente, está llena de expectativas y de ilusiones. No sólo es la esperanza de la humanidad, como suele decirse, sino que en sí misma se nutre de ilusiones. “La juventud es causa de la esperanza. Pues la juventud tiene mucho futuro y poco pasado”  (SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma teológica, I-II, q. 40, a. 6.). Con la vejez se tiende a considerar el ya no, en lugar de dirigirse al aún no.

En cambio la esperanza sobrenatural, aquella que proviene de la ayuda divina, remoza las ilusiones del caminante con un nuevo impulso, las rejuvenece. Proporciona tanto futuro, que el pasado parece pequeño. Es la dinámica juventud espiritual de los santos, que participa de la eterna juventud de Dios: Dios es más joven que todos, afirma San Agustín. Les hace refractarios a la vejez y a la desilusión: Mientras nuestro hombre exterior se corrompe, nuestro hombre interior se renueva de día en día, escribía San Pablo al final de sus días en la tierra.

De unos años para acá hay un notable culto a la juventud, a la salud, al buen parecer. Está de moda ser joven. Está mal visto ser viejo. Ya no se habla de viejos, sino de mayores (¿mayores que quién?). Y los que lo son tratan de no parecerlo, adoptando atuendos y actitudes juveniles. Pero ese culto a lo juvenil es forzado. En el fondo es una falta de esperanza, sustituida por ilusiones caducas. Y la esperanza sobrenatural va más allá de la mera realización de las esperanzas naturales, según las palabras de un salmo: Los que confían en Yahvé renuevan sus fuerzas y echan alas como de águila y vuelan velozmente sin cansarse y corren sin fatigarse.

¿Vivir o durar?

Vivir no es solamente prolongarse a través del tiempo. Vivir no es solamente durar. La calidad de la vida, su intensidad y perfección hace que sea un bien verdadero; y que no tengamos que  exclamar: ¡esto no es vida!

En esta línea se mueve la conocida expresión de San Juan Pablo II: Yo no puedo añadir años a mi vida, pero puedo añadir vida a mis años. Tendemos a considerar solamente como vida nuestra estadía en este mundo, que está sujeta a la decadencia biológica y tendrá su término natural, si no se acorta prematuramente.

La  vida es no sólo material, del cuerpo; sino también del alma espiritual y de sus mejores posibilidades. Es una elevación, por la gracia, a participar ya en la tierra de la misma vida de Dios. La vida eterna no se refiere sólo a una vida sin fin, como la de los elfos, en El Señor de los anillos, sino “a la participación, que Jesús promete y da, porque es participación plena de la vida del <<Eterno>> (…). Conocer a Dios y a su Hijo es acoger el misterio de la comunión de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en la propia vida, que ya desde ahora se abre a la vida eterna por la participación en la vida divina” (SAN JUAN PABLO II. Enc. Evangelium vitae, n. 37).

Por eso, cuando decimos que la vida merece vivirse no nos referimos sólo a su bondad fisiológica, su prolongación cronológica o sus logros externos; “la vida eterna  es la vida misma de Dios y a la vez la vida de los hijos de Dios. Un nuevo estupor y una gratitud sin límites se apoderan necesariamente del creyente ante esta inesperada e inefable verdad que nos viene de Dios en Cristo. Así alcanza su culmen la verdad cristiana sobre la vida. Su dignidad no sólo está ligada a sus orígenes, a su procedencia divina, sino también a su fin, a su destino de comunión con Dios en su conocimiento y amor” (Idem, n. 38).

 

El amor a la vida tiene así unos dilatadísimos horizontes, muy superiores al mero instinto de conservación. “En esta perspectiva, el amor que todo ser humano tiene por la vida no se reduce a la simple búsqueda de un espacio donde pueda realizarse a sí mismo y entrar en relación con los demás, sino que se desarrolla en la gozosa conciencia de poder hacer de la propia existencia el lugar de la manifestación de Dios, del encuentro y la comunión con El. La vida que Jesús nos da no disminuye nuestra existencia en el tiempo, sino que la asume y conduce a su destino último: <<Yo soy la resurrección y la vida…; todo el que vive y cree en mí no morirá jamás>>”   (Idem).-

(rbalbin19@gmail.com)

 

 

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