Es el pueblo soberano quien concede poder a la autoridad
La autoridad sólo puede gobernar legítimamente con el consentimiento de los gobernados
Padre Alberto Reyes Pías, sacerdote cubano:
He estado pensando… en lo que otros han pensado.
John Locke fue un filósofo inglés que nació por el ya lejano 1632. Los filósofos son gente interesante, porque no suelen ser expertos en organizar manifestaciones ni revoluciones. Simplemente piensan, y ayudan a pensar, y desde allí facilitan que las cosas cambien, porque no hay larva más resistente, resiliente y contagiosa que una idea. Cuando una idea entra en el cerebro es prácticamente imposible de erradicar, y suele terminar provocando un cambio de vida.
Locke quería que su sociedad cambiara y mejorara, y por eso, allá por las entretelas del siglo XVII, escribió lo que pensaba sobre cómo debía ser una buena sociedad.
Dijo que la sociedad debe reconocer que el ser humano es libre por naturaleza, o sea, que la libertad no es algo que un gobierno tiene la potestad de conceder o negar a los ciudadanos, sino un derecho propio del individuo que toda autoridad tiene que reconocer y respetar. Por eso, a la hora de organizar la sociedad, toca a las personas elegir por consenso el régimen político o de gobierno que prefieran, según estimen que ese régimen va a respetar su libertad y sus derechos.
Por tanto, la autoridad sólo puede gobernar legítimamente con el consentimiento de los gobernados: el pueblo soberano, que le ha concedido poder para que defienda sus derechos.
¿De qué derechos estamos hablando? Fundamentalmente de tres: el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad. Todo gobierno tiene el deber de establecer condiciones:
– que hagan posible una vida digna;
– que permitan a los ciudadanos expresarse, moverse y actuar con libertad, en igualdad de derechos, y
– que garantice el respeto a la propiedad de los individuos.
Esto es lo que sustenta la idea de la democracia, que no significa la mera votación mayoritaria sino el respeto a la soberanía popular, porque los gobiernos no deben ser amos sino servidores del pueblo.
Por eso, Locke postula también el derecho del pueblo a revocar el poder que ha dado a los gobernantes, así como el derecho de revolución, es decir, la idea de que cualquier gobierno que sobrepase sus límites y pisotee los mismos derechos que se le encargó garantizar, es una tiranía y el pueblo tiene derecho a oponerse e incluso a abolir los gobiernos tiránicos.
Es muy interesante el juramento de los vasallos del rey de Aragón en su investidura como rey. Me tomo la libertad de traducirlo del castellano antiguo al nuestro, y dice así: “Nosotros, que valemos tanto como Usted, prestamos juramento a Usted, que no vale más que nosotros, y lo aceptamos como soberano siempre que Usted respete nuestras leyes y nuestras libertades”.
Ante esta declaración, que se remonta al siglo XV, cabría preguntarse: ¿es que aquellos tenían más claridad que nosotros en lo que debían permitir o no a sus gobernantes?
Porque el poder no lo tienen ellos, se lo damos nosotros, sólo hay que tener conciencia de ello.–