Lo escrito, escrito está
La Iglesia se divide porque hay algunos que dicen que no se puede seleccionar de la Biblia lo que a uno le conviene
P. Santiago Martín, FDM:
San Juan nos cuenta en su Evangelio que, ante la petición de los sumos sacerdotes de quitar de la cruz de Cristo el letrero donde le proclamaba “rey de los judíos”, Pilato contestó: “Lo escrito, escrito está” (Jn 19,22). Lo escrito se queda ahí, te guste o no, para siempre. Sobre todo, si está lo suficientemente claro. Esto afecta de una forma ineludible a las llamadas “religiones del libro”, a las religiones con escrituras de sus fundadores o atribuidas a ellos. Judaísmo, cristianismo e islam son religiones con escrituras, que sus seguidores no se pueden saltar o que, si lo hacen, provocan inevitablemente una crisis interna que conduce a la ruptura. Ese es el problema, por ejemplo, del islam, con algunas “suras” del Corán que son utilizadas por los radicales para justificar la violencia terrorista.
Los cristianos tenemos como Escritura específica el Nuevo Testamento, aunque compartimos el Antiguo Testamento con los judíos. Durante muchos siglos hubo un problema con la interpretación del Antiguo Testamento, porque sólo se entendía en el sentido literal y porque era visto también como un libro de ciencia y no sólo como un libro religioso. Lo que cuenta el libro de Josué sobre que el sol y la luna se pararon en su trayectoria, sirvió de base para la condena de Galileo en 1633. Pío XII abrió la puerta a un cambio en la interpretación de la Biblia con su encíclica “Divino afflante Spiritu” en 1943; entre otras cosas, se reconocía la existencia de los llamados “cuatro sentidos” para la interpretación de la Escritura: el literal (que investiga lo que el autor ha querido decir), el alegórico (según el cual, por ejemplo, el paso del Mar Rojo sería un signo del bautismo), el moral (que nos dice las consecuencias prácticas de lo que enseña la Escritura) y el anagógico (que nos ayuda a ver la relación de los textos con la vida eterna).
La encíclica, además, permite el uso del método histórico-crítico para el estudio de la Biblia, que implica el estudio del contexto histórico en que se escribió. Pero cuando lo que la propia Escritura dice está muy claro y cuando no hay ninguna duda sobre la autenticidad de lo que se dice -no se trata de un añadido posterior- ni sobre lo que quería decir el autor, no hay ninguna excusa para interpretarlo de una manera distinta a la que resulta evidente. Por ejemplo, la condena del divorcio hecha por Cristo es intocable y a lo más que se puede llegar es a discernir si uno de los implicados en el nuevo matrimonio tiene la libertad suficiente para negarse a tener relaciones sexuales con su nueva pareja.
Lo mismo sucede con San Pablo y su condena a los actos homosexuales, tanto en la Carta a los Romanos (Rm 1,26-27), como en la primera Carta a los Corintios (1Cor 6,9-10) y en la primera Carta a Timoteo (1Tm 1,9-10). Es curioso y significativo que los protestantes, que, para separase de la Iglesia, se basaron en una interpretación de la Carta a los Romanos, aislada de otros textos del Nuevo Testamento e incluso de otras cartas del propio San Pablo, hayan terminado por rechazar aquellos fragmentos de Romanos que no les interesan, como el de la homosexualidad. Su “sola Scriptura” viene ahora seguida de esta coletilla: “cuando me conviene y en lo que me conviene”. Para la “sola fides” y la “sola gracia” -sus otros dos principios fundamentales, junto con el de la Escritura- se siguen apoyando en la Carta a los Romanos, pero esa Carta deja de tener valor cuando se trata de la homosexualidad. Esto, como es lógico, provoca lo que he dicho antes: la Iglesia se divide porque hay algunos que dicen que no se puede seleccionar de la Biblia lo que a uno le conviene. Acaba de pasar esta semana entre los metodistas de Luisiana, con un sector de esa comunidad eclesial que va a formar otra Iglesia independiente porque no aprueba el ejercicio de la homosexualidad. Pero esa no es más que la última escisión en el seno de las Iglesias protestantes históricas, pues en este momento ya están todas ellas divididas precisamente por este asunto.
No me cabe duda de que pasará lo mismo entre los católicos. “Lo escrito, escrito está”. La Escritura está ahí y no se puede citar la autoridad de Cristo para exigir el perdón a los enemigos y quitarle esa autoridad en lo concerniente al divorcio, por ejemplo. Lo mismo que no se puede decir que lo que escribió San Pablo es “palabra de Dios” cuando habla de la caridad en la primera Carta a los Corintios y decir que es sólo palabra de hombre cuando, en esa misma carta, condena el ejercicio de la homosexualidad. Las Iglesias protestantes se han roto por este tema y lo mismo sucederá con la Iglesia católica.
Este es el trasfondo de la visita ad limina de los obispos alemanes al Vaticano esta semana, tras la cual sin duda dirán que el Papa les da la razón en todo, aunque el Papa haya dicho hace unos días, de nuevo, que ya hay una Iglesia protestante en Alemania y no hace falta otra. La Escritura puede ser interpretada usando el método histórico-crítico o siguiendo las enseñanzas de la “historia de las formas”. Pueden emplearse para su lectura los cuatro “sentidos” que admitió Pío XII. Pero, por muchas vueltas que se le dé, “lo escrito, escrito está”. Ignorarlo, o decir que en realidad quiere decir lo contrario de lo que dice, no va a engañar a todos y la ruptura va a ser inevitable. Eso sería una tragedia y, para que eso no ocurra, sólo hay un camino: la fidelidad a la Palabra y a la Tradición. Los que no quieren eso, tendrán que fundar otra Iglesia con unas Escrituras expurgadas de todo lo que molesta al mundo o, incluso, sin Escrituras.
Una última palabra sobre el nuevo presidente de la Conferencia Episcopal norteamericana. Ha sido elegido el arzobispo castrense, monseñor Broglio, con 138 votos a favor y 99 en contra. Es un clarísimo defensor de la vida desde su concepción a la muerte natural y es también una clara respuesta por parte de los obispos norteamericanos a los últimos nombramientos de cardenales, pues ninguno de ellos ni siquiera figuraba en la lista de los diez que podían ser elegidos. Roma hace lo que quiere -han dicho los norteamericanos- y nosotros también. Pura sinodalidad.-