Reliquias y relicarios: su historia, tipos y clasificaciones
Por qué y cómo los católicos veneran los cuerpos, lugares y objetos de los santos
Las reliquias cristianas son restos corporales, instrumentos de martirio u objetos cotidianos atribuidos a santos o beatos venerados por la Iglesia, conservados en lugares sagrados y venerados por el culto.
El relicario es un recipiente, de varias formas y materiales, que se usa para contener las reliquias de los santos. Por lo general alguna parte de su cuerpo o también objetos que le pertenecieron o que se usaron en su martirio.
La función del relicario es la de conservar la reliquia de forma adecuada y asegurar la correcta exposición a la gente para su veneración.
Existen numerosos tipos de relicarios, de diferentes dimensiones y materiales según su clasificación o la antigüedad de la reliquia.
Historia de las reliquias y sus relicarios
La historia de los relicarios se remonta al siglo IV. Siempre tenían como finalidad conservar lo mejor posible las reliquias, consideradas santas. Mediante la fe, se podían obtener curaciones y milagros gracias a la intercesión de los santos a quienes habían pertenecido.
Puede considerarse como los primeros relicarios, los altares construidos sobre las tumbas de los mártires cristianos o sobre lugares sagrados relacionados con la vida de Jesús.
Un gran impulso de la veneración de las reliquias lo dio Constantino y el Edicto de Milán, permitiendo el entierro de santos y mártires y la consagración de muchas iglesias sobre sus reliquias. Entre ellas destaca la Basílica de san Pedro, fundada sobre el cuerpo del apóstol.
Recordemos, además, que la madre de ese emperador, Helena, fue a Jerusalén y llevó varias reliquias de la Pasión de Jesús a Roma, como la Santa Cruz.
Las formas de los relicarios
Las formas de los relicarios cambiaban según el tipo de reliquia que albergaba.
Los más antiguos eran simples cajas o baúles de madera llamados escriños. Algunos podían tener la forma de una iglesia.
Más tarde, como se consideran objetos muy preciados y para preservarlos mejor, se comenzaron a construir relicarios con metales preciosos trabajados de forma artística.
Hacia el siglo IX se generalizaron los relicarios que contenían fragmentos de la Cruz. Estos por lo general tenían forma de cruz y eran denominados «estaurotecas«.
A partir del siglo X comenzaron a aparecer relicarios con una forma muy ligada a la parte del cuerpo que contenían (mano, dedo, cráneo, brazo, etc.).
Abusos y falsificaciones
Pero la edad de oro del culto de las reliquias fue sin duda la Edad Media: los santuarios que albergaban las reliquias más veneradas eran importantes destinos de peregrinación.
La presencia de reliquias en una ciudad o el santuario que las poseía, era signo de prestigio y protección. Por eso surgieron muchos abusos, y junto a las reliquias auténticas también se veneraron muchas falsas.
Muchas reliquias son de duda procedencia, ya que algunas se vendían, se tomaban como botín de guerra o incluso se robaban.
Tales abusos están estrictamente prohibidos por la Iglesia, según el canon 1190 del Código de Derecho Canónico.
En la Edad Media, el «feretrum» fue la forma más extendida de relicario en forma de ataúd que se utilizaba para contener la efigie o reliquia sagrada de un santo.
A partir de la Baja Edad Media se empezaron a fabricar relicarios con materiales que permitieran ver la reliquia en su interior.
Martín Lutero y las reliquias
La Reforma protestante impulsada por Martín Lutero se opuso al uso de relicarios por considerarlos objeto de idolatría.
En este período se destruyeron muchos relicarios para recuperar los metales preciosos con los que estaban hechos.
La doctrina de la Iglesia y las reliquias
Con respecto a lo sucedido con la Reforma de Lutero, el Concilio de Trento declaró:
Instruyan también a los fieles en que deben venerar los santos cuerpos de los santos mártires, y de otros que viven con Cristo, que fueron miembros vivos del mismo Cristo, y templos del Espíritu Santo, por quien han de resucitar a la vida eterna para ser glorificados, y por los cuales concede Dios muchos beneficios a los hombres; de suerte que deben ser absolutamente condenados, como antiquísimamente los condenó, y ahora también los condena la Iglesia, los que afirman que no se deben honrar, ni venerar las reliquias de los santos; o que es en vano la veneración que estas y otros monumentos sagrados reciben de los fieles; y que son inútiles las frecuentes visitas a las capillas dedicadas a los santos con el fin de alcanzar su socorro.
Clasificación de las reliquias
La Iglesia católica ha dividido las reliquias cuya veracidad está debidamente probada en tres clases en función de su preciosidad y del carácter excepcional que representan.
Reliquias de clase I:
Objetos directamente asociados con eventos de la vida de Cristo (la Santa Cruz, la Gruta de la Natividad, la Santa Cuna, etc.)
Reliquias de clase II:
Objetos que vestía el santo (túnica, guantes, etc.). También se incluyen los objetos que el santo utilizó habitualmente en vida como un crucifijo, libros, estolas, etc.
Reliquias de clase III:
Cualquier objeto que haya entrado en contacto con las reliquias de clase I, es decir de Cristo, (Sábana Santa, piedra del Santo Sepulcro, etc.) y las reliquias denominadas ‘ex linteis’ (piezas de tela que han estado en contacto directo con el cuerpo de un santo).
Reliquias de IV clase:
Estas suelen consistir en piezas de tela u objetos religiosos (medallas, rosarios) que entraron en contacto directo con algún objeto del santo. Por ejemplo: un pañuelo que se ha pasado por la gruta donde se apareció san Miguel Arcángel.
Otras reliquias:
Luego existen otras reliquias que, aunque no estén directamente vinculadas a un santo ni hayan entrado en contacto con un cuerpo santo, representan un objeto de veneración. Por ejemplo: los olivos del Getsemaní.
Fuente: Le reliquie nella Chiesa: Autenticità e Conservazione; treccani.it; santiebeati.it
Maria Paola Daud – publicado el 22/11/22-Aleteia.org