Testimonios

Sor Eusebia Palomino, la «perla de la Iglesia española» que transformó al pintor de su retrato

Juan Pablo II llamó a Sor Eusebia Palomino Yepes (1899-1935) «perla de la Iglesia española«. La declaró venerable en 1996 y la beatificó en 2004, estableciéndose su festividad el 9 de febrero.

Su devoción se ha extendido por todo el mundo de forma callada y silenciosa, en consonancia con su vida. Y gracias también al impulso de la congregación salesiana, a la que perteneció.

Un temprano deseo de Dios

Nació el 15 de diciembre de 1899 en Cantalpino (Salamanca), y murió en el convento de Valverde del Camino (Huelva) en 1935, cuando aún no había cumplido los 36 años de edad.

Agustín, su padre, era jornalero, y su madre Juana atendía la casa y a sus cuatro hijos. Fue una familia pobre en recursos materiales y muy rica en la fe compartida, en la que fue instruida Eusebia. Muchas lecciones de catequesis las recibió de su padre cuando le acompañaba a pedir la caridad por los pueblos de la zona, pues no era raro que les faltase incluso para comer.

A los 8 años, Eusebia hizo la Primera Comunión y quedó en ella la «sorprendente percepción del significado de pertenecer y de ofrecerse totalmente al Señor«, según expresa el retrato biográfico perfilado por la Santa Sede para su beatificación.

Tuvo que dejar la escuela para ayudar en casa y luego empezó a ganarse unos dineros cuidando de los niños de otros. Al cumplir 12 años se fue a Salamanca junto con su hermana mayor para trabajar como niñera.

Los domingos asistía al oratorio de las Hijas de María Auxiliadora, y fue así como empezó a colaborar con la congregación en la que acabaría ingresando: ayudaba en la cocina, acarreaba leña, limpiaba, tendía la ropa…

Su deseo secreto era consagrarse por entero al Señor. Lo expresaba así en sus oraciones: «Si cumplo con diligencia mis deberes tendré contenta a la Virgen María y podré un día ser su hija en el Instituto«. No se atreve a pedirlo, por su pobreza y falta de instrucción, pero cuando confía sus anhelos a la Superiora visitadora, es admitida en nombre de la Madre General.

Salesiana y muy montfortiana

En 1922 entró como novicia y en 1924 hizo sus primeros votos, siendo destinada al colegio y oratorio de Valverde del Camino, en la zona minera onubense. Allí trabaja en la cocina, la portería, la ropería, el huerto y la asistencia a las niñas del oratorio festivo. Es feliz por «estar en la casa del Señor todos los días de su vida«.

Sor Eusebia Palomino, en una de las escasas fotos que hay de ella.

Sor Eusebia Palomino, en una de las escasas fotos que se conservan de ella.

Sor Eusebia aprende historias de misioneros y de santos y de devoción mariana y sabe contarlas con convencimiento y fe, por lo cual consigue fama y celebridad entre las niñas del colegio.

«Todo en Sor Eusebia refleja el amor de Dios y el fuerte deseo de hacerlo amar», dice su biografía. Lee mucho sobre las Santas Llagas de Jesús, cuyo amor en la Cruz por la salvación de los hombres es su motivo fundamental de meditación.

La dedicación fundamental de su apostolado fue la extensión de la «verdadera devoción» a la Virgen María según el espíritu de San Luis María Griñón de Montfort: «Quizá no haya párroco en toda España que no haya recibido una carta de Sor Eusebia a propósito de la esclavitud mariana«, se dice en la Positio de su proceso de beatificación.

Por España

Mientras tanto, desde 1931, con la Segunda República, agresivamente laicista, empieza a prepararse la cruenta persecución religiosa que estallará durante la Guerra Civil en la zona frentepopulista. Sor Eusebia se declara disponible ante Dios para perder la vida como víctima, si ésa es su voluntad, por la salvación de España y la libertad de la Iglesia.

En agosto de 1932 sufre un fortísimo ataque de asma, que ya había tenido en formas más leves, que se suma a otras dolencias. Todas las ofrece por España, a cuya preocupante situación no es ajena: «Visiones de sangre la afligen más que los dolores físicos«, dice la biografía vaticana.

El 4 de octubre de 1934, mientras rezaba junto a algunas hermanas, interrumpe la oración, pálida, y les pide: «Rezad mucho por Cataluña«. Acababa de comenzar el intento de golpe de Estado socialista en toda España, pero particularmente en Cataluña y Asturias, donde se producirían los primeros mártires.

Apenas dos años después, en septiembre de 1936, sería martirizada en Barcelona la superiora de la casa, la ya beata Carmen Moreno Benítez.

La enfermedad de Sor Eusebia prosigue, uniéndose al asma la parálisis de las extremidades. Sufre con paciencia y trata con delicadeza a las religiosas que la atienden, siempre con plena lucidez de pensamiento. Cuando muere el 9 de febrero, sus restos son visitados por toda la población de Valverde del Camino, convencida de que, como dicen, «ha muerto una santa«.

El misterio del cuadro de Sor Eusebia

Una de las historias más llamativas sobre la beata Eusebia Palomino está relacionada con un cuadro basado en una de sus fotos.

Sor Eusebia Palomino, en el retrato del pintor Manuel Parreño.

Sor Eusebia Palomino, en el retrato del pintor Manuel Parreño.

Se lo encargó Sor María Luisa Aparicio, directora del Colegio de las Hijas de María Auxiliadora de Valverde del Camino, al pintor local Manuel Parreño Rivera (n. 1938), quien a consecuencia de una polio infantil tiene un 75% de discapacidad y forma parte desde 1957 de la Asociación Pintores Boca Pie, especializándose como retratista.

Había un problema. Manuel se confesaba «ateo consumado» y «muy reacio» a la religión: «Existía una repugnancia tal en mi fuero interno que no me permitía tomar los pinceles y la paleta para plasmar la figura de Sor Eusebia», explica. Además, él suele pintar con el modelo al natural, y aquí lo que tenía era una foto de la religiosa leyendo.

El caso es que pasaba el tiempo -nada menos que seis años– y Parreño no emprendía la tarea. Se acercaba la fecha del traslado del cuerpo de la religiosa, ocasión para el que se le había hecho el encargo…

Un Jueves Santo salió de su casa, y al regresar se encontró un lienzo de 130×81 cm preparado por un alumno suyo cuatro días antes, pero no del todo bien tensado. Providencialmente, pasó sin previo aviso un comercial de una casa de lienzos y se lo tensó, dejándolo listo para ser utilizado.

Manuel, que aún esa mañana era escéptico sobre cuándo empezaría el cuadro, se puso a la tarea directamente con el pincel, sin carboncillo previo.

  • Un reportaje alemán sobre Manuel Carreño, muestra del alcance internacional de su obra. En el minuto 2:42 se ve el cuadro de Sor Eusebia Palomino en el colegio de María Auxiliadora de Valverde.

«Lo normal es corregir», dice en cinco folios que preparó para la causa de beatificación, «pero no hubo necesidad de ello«. De hecho, cayó un pequeño manchón en el ojo de Sor Eusebia, él (entre expresiones de ira por el fallo) lo quitó con un dedo… y se sobrecogió al ver que quedaba perfecto sin necesidad de retoques con el pincel, intuyendo que algo no natural había pasado: «Sentí tanto miedo que cerré la puerta y me marché a casa«.

El plazo de trabajo de Parreño es de dos semanas, una si le apuran: este cuadro le llevó cuatro horas y media antes de exponerlo ante más de cuatrocientas personas que pasaron a verlo, de las cuales medio centenar habían conocido a Sor Eusebia y certificaban la autenticidad de su expresión captada por el artista.

La transformación del pintor

«Bueno, vamos a ver si es verdad lo que dicen de ti», le había dicho él mismo a Sor Eusebia al acercarse la fecha de entrega, que no había cumplido en años: «No tenemos tiempo material. Yo sé que dentro de 14 días tu cuerpo va a ser trasladado al colegio. A mí me gustaría quedar bien y comprobar si tus prodigios son ciertos…»

El propio cuadro se considera ahora uno de esos prodigios. «Mi interpretación del cuadro es la siguiente», dice el artista: «Concibo a Sor Eusebia en el cielo, con Dios Padre. La lectura es mensaje directo del cielo que está recibiendo Sor Eusebia. La cara refleja esa expresión radiante. Yo lo interpreto así ahora, pero no lo hice pensando en ello. Aquello salió… Yo fui el vehículo. No vamos a quitar importancia al pintor, pero es que, en realidad, yo no la quiero, no quiero esa importancia».

«Lo confieso noblemente», añade Parreño: «Una vez que el cuadro de Sor Eusebia estuvo terminado, supe interpretar lo que allí había. Es decir, estoy diciendo esto para que la gente vea que yo no pensé en aquello. No estaba concebido por mí. Todo el mundo lo sabe. Yo he vivido siempre al margen de todo tipo de religión. Ser protestante, ortodoxo, católico o testigo de Jehová, a mí me tiene un poco sin cuidado. Yo he vivido siempre libre».

¿En qué se ha traducido esta experiencia? «Antes vivía en una constante tensión y hoy estoy relajado, con una paz extraordinaria y esto se produce a raíz de pintar el cuadro de Sor Eusebia. Esto lo puedo confesar noble y gallarda y humanamente. Estaría dispuesto a manifestar la verdad de lo que me ha sucedido ante los Tribunales, si fuese menester».-

C.L.

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