Iglesia Venezolana

Cardenal Porras en Ordenación Sacerdotal: «La Iglesia de Caracas se regocija por un hijo más que viene a poner su mano en el arado»

"Debes velar para estar libre de ambiciones o miras personales, que tanto mal pueden causar a la Iglesia"

HOMILÍA EN LA ORDENACIÓN SACERDOTAL DEL DIÁCONO MANUEL ALEJANDRO RODRÍGUEZ, DE LA ARQUIDIÓCESIS DE CARACAS, A CARGO DEL CARGO BALTAZAR ENRIQUE PORRAS CARDOZO. Iglesia del Buen Pastor de Bello Campo, Caracas, 30 de julio de 2022.

 

Queridos hermanos:

 

Venimos cargados de esperanzas a caminar junto a un hijo de esta tierra que recibirá, por pura gracia, la ordenación sacerdotal, concluido el tiempo de su preparación para el ejercicio de este ministerio que, en vasijas de barro, contiene el regalo del Señor de aprender a ser servidor de todos, en particular de los excluidos a la vera del camino.

 

Cantamos junto a Manuel un salmo en tiempo de luz, la que hoy, con ilusión, temor y temblor, pero con conciencia limpia, arriesgando la propia libertad para amarrarla a las exigencias del Evangelio en el seno de la Iglesia, como parte del presbiterio de nuestra arquidiócesis. “Subo al monte contigo, sigo tu llamada. Tú, Señor, eres la tierra de la promesa, el destino glorioso, la patria definitiva, el tú plenificador, el rostro transformante, revelador de la dignidad humana”.

 

Vienes, querido hijo, con la certeza del profeta Isaías des ser portador de la elección y deleite del Dios soberano, que te pone para traer la justicia a todas las naciones. “Quiere, dice el profeta, que des vista a los ciegos y saques a los presos de la cárcel, del calabozo donde viven en la oscuridad”. Cómo lograrlo sino es con la confianza puesta en el Señor, la fortaleza en la fidelidad al evangelio y a la enseñanza del magisterio y la cercanía fraterna de tus hermanos sacerdotes y de la comunidad creyente con la que compartirás penas y alegrías. Haz, tuyo, todos los días el salmo que escogiste para este día: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.

 

Pero esto no lo lograrás si no cultivas el ejercicio cotidiano de la libertad interior que te haga permanecer fiel en la rutina de la cotidianidad, donde nos acecha la soledad o el desánimo, la tentación y la duda, pero, donde también aprendemos a exclamar: “Señor, a quien iremos, si solo tú tienes palabras de vida eterna”. Hoy tomas libremente la determinación de acceder al sacerdocio. Pero, tienes que ir desprendiéndote de tantas cosas, simplemente por la búsqueda incesante de lo esencial. Deberás ser libre también respecto a la cultura y la mentalidad que nos rodea, no para olvidarla y mucho menos para negarla, sino para abrirte, en la caridad, a la comprensión de la auténtica cultura cristiana tan puesta de lado en nuestro mundo secularizado, e ir así, al encuentro con personas que pertenecen a mundos muy lejanos al que hemos vivido en el tiempo de preparación en el Seminario y en los primeros pasos del año pastoral.

 

Quiere decir esto, que debes velar para estar libre de ambiciones o miras personales, que tanto mal pueden causar a la Iglesia, teniendo cuidado de poner siempre en primer lugar no tu realización o deseo personal, ni el reconocimiento que podrías recibir dentro y fuera de la comunidad eclesial, sino el bien superior de la causa del Evangelio y la realización de la misión que se te confiará.

San Pablo te da la pauta en el trozo de la carta a los Corintios elegida para esta fecha. No hay lugar al desánimo, “porque Dios, en su misericordia, te ha encargado este trabajo. Hemos rechazado proceder a escondidas, como si sintiéramos vergüenza; y no actuamos con astucia ni falseamos el mensaje de Dios”. Recuerda que, “no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor; nosotros nos declaramos simplemente servidores de ustedes por amor a Jesús. Porque el mismo Dios que mandó que la luz brotara de la oscuridad, es el que ha hecho brotar su luz en nuestro corazón, para que podamos iluminar a otros, dándoles a conocer la gloria de Dios que brilla ene la cara de Jesucristo”.

 

El Evangelio te pone, querido Manuel, en el escenario cotidiano de las tentaciones, como las que padeció Jesús antes del inicio de su vida pública. No estamos exentos de ellas, más aún, hay que asumirlas porque sin ellas no madura ni se fortalece nuestro espíritu. Hay que mirar más arriba, a lo alto, con dolor muchas veces, con dudas razonables, pero con la seguridad de la gracia que nos hace exclamar “no tentarás al Señor tu Dios”.

 

Todos estamos sometidos a la tentación bajo infinitas formas que intentan seducirnos. “Tiniebla, resentimiento, desconcierto, angustia, vergüenza, pudor, atisbo de luz inalcanzable…” Ante ello, “resuena en nuestro interior la necesidad de salida o de huida, tentación depresiva y melancólica, voz engañosa, descrédito, instalación oscura, entre tinieblas”.

 

Grita en tu interior, “no mires atrás, fija los ojos en quien te precede. No desacredites el perdón magnánimo. No existe el ayer oscuro, todo es nuevo. Mira al horizonte de luz, emprendimiento paso a paso, mejor algo ligero. Se vive por la brisa, por el aliento amigo derramado, aceptado, celebrado”.

 

Queridos hermanos. Estamos celebrando juntamente con Manuel Alejandro este momento crucial de su existencia cristiana. No podemos dejarlo solo, sería traicionar el llamado del Papa Francisco de caminar juntos, sinodalmente, en Iglesia en salida, con la mirada puesta en la oración y en el servicio al prójimo. Damos gracias por sus padres y familiares, por sus formadores, por todos los que lo han acompañado hasta ahora. Al iniciar su andar presbiteral, requerirá mucho más de nosotros, para animarlo, para confortarlo, para sentirnos discípulos junto a él de la gracia bautismal que hemos recibido.

 

La Iglesia de Caracas se regocija por un hijo más que viene a poner su mano en el arado. Sigamos el buen ejemplo de tantos que nos han precedido y oremos para que en este momento del mundo y de nuestro entorno sea más fraterno y solidario, más esperanzado y samaritano. Que la Virgen Santísima, el Nazareno de San Pablo y todas tus devociones más íntimas te acompañen. Dios te bendiga. Amén.

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