Opinión

Los venezolanos concluyen un Nuevo Año entre nostalgia y esperanzas

¿Qué se impondrá finalmente, si el peso de lo electoral o la voz dominante de quienes, desde los cargos públicos, consideran que sólo ellos, y nadie más que ellos, garantizan que Venezuela saldrá del hoyo...?

Egildo Luján Nava:

En cada hogar venezolano, repitiendo la experiencia de los últimos años, cada familia cierra esa especie de ciclo  de vivencias que se le impusieron a la Nación desde hace ya décadas, según  la voluntad de aquellos que recibieron el visto bueno de los millones de ciudadanos que algún día creyeron y confiaron en que, ahora sí, todo sería distinto, satisfactorio.

 

Desde luego, cada uno escribe sus experiencias, saca sus cuentas, imagina la magnitud de lo vivido. Y, por supuesto, entre discursos gubernamentales y expresiones rechonchas de quienes tienen el control del poder, una vez más, el silencio de la noche que se hace presente cuando llega la hora de dormir y de suponer que algo pudo ir al estómago de la familia, sucede lo rutinario. 

La rutina, desde luego, no es otra que la misma de los años anteriores. La que deja sentir que los esfuerzos individuales no se tradujeron en la mejoría soñada, y en la esperanza de que vendrán mejores tiempos, por aquello de que nunca se le resta importancia a la convicción de que “la esperanza es lo último que se pierde”. 

Ahora, ¿cómo es que en Venezuela se pueden construir nuevas esperanzas, cuando lo que se aprecia a partir de lo vivido, es que los efectos del esfuerzo acometido durante el año que culmina no arroja los resultados de los sueños de lo anterior?. 

Hay que hacerlo. Hay que aferrarse a esa convicción de que, como lo lleva cada venezolano de la mano entre lo que vive y lo que vendrá, es que “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. Después de todo, la historia que Venezuela ha construido entre tumbos, sueños y la seguridad de que “las cosas serán mañana distintas”, demuestran que  el país sigue de pie. 

De pie entre lo que hacen posible las maromas que han emergido como alternativas salvadoras las voces que hablan de la recuperación petrolera del país, y  la posibilidad de saldar parte de las deudas en las que se incurrieron para, supuestamente, cambiarle la cara a la Patria, pero que luego concluyeron en el engordamiento público del bolsillo de “vivos históricos”.  

Hay un hecho verdadero, innegable  e inocultable que, día a día,  aparece como un recto dedo que  se proyecta más como acusación. Y es aquel que aparece entre el hambre cuyo crecimiento no se detiene, y las creencias de que hay luces de cambio a partir de los nuevos negocios que vendrán por obra y gracia del petróleo que comenzará a venderse “de inmediato”. Desde luego, es por eso por lo que el 2023 asoma su rostro entre los alcances de estas visiones e interpretaciones llenas de expectativas. Aunque sin que se sepa si tales otras nuevas esperanzas harán posible la conclusión de ese venidero nuevo año entre una abundancia de más y de mejores esperanzas, y no en una diversificación de la justificación de posibles nuevos engaños y errores. 

De engaños y de eventuales errores que, día a día, avivan la otra esperanza que se construye sobre la posibilidad de un quizás proceso electoral, pero que la supeditan a si el hecho, desde luego, se convertirá en un suceso político e histórico apropiado para la satisfacción de chantajes, y no en la respuesta ideal para nuevos cambios y mejor visión de la conducción del país. 

Ahora ¿qué se impondrá finalmente, si el peso de lo electoral o la voz dominante de quienes, desde los cargos públicos, consideran que sólo ellos, y nadie más que ellos, garantizan que Venezuela saldrá del hoyo en el que fue metida….parcialmente por ellos?. Esa es la cuestión. La verdadera cuestión de lo que hoy se plantea, para consideración de gobernantes, de gobernados, pero también de relacionados. Ya que, aunque duela decirlo,  hay que reconocer que el futuro nacional ya no es únicamente asunto de los venezolanos que mandan, de los que creen mandar y de  los que son mandados. 

Esa es la nueva realidad que se registra históricamente, y la cual,  por cierto, hizo que, recientemente, desde el “Formato del Futuro”, surgiera el necesario e inevitable planteamiento de que los hechos actuales, y los que dejan sentir  una propuesta en atención del mañana. Y que se llama “entendimiento”, acercamiento. Pero, por sobre todo, alejamiento históricamente obligado de lo que, desde hace años, viene sembrando lo peor para todas las sociedades: el culto al odio, el amor por la venganza y la facturación de los errores. 

Guste o no, Venezuela necesita aceptar, asumir y comprender que los cambios y la evolución del país no se pueden convertir en posibilidad a partir de la sangre del hermano. No se trata de claudicar  por y ante posiciones asumidas en momentos determinados, sino de liberar, aunque sea parcialmente, a las nuevas generaciones criollas del peso de no poder avanzar y cambiar. 

Hay que promover lo que sea necesario, para que, antes que seguirle rindiendo seguimiento emocional a lo vivido, la nueva muchachada criolla  se sienta emocionalmente comprometida con lo que representa el hecho de ser venezolano. 

Se necesita cargarle a la historia futura del país otros elementos para entender que si se le desea rendir respeto a la Nación, antes hay que revisar cuánto y cómo es que se  va a amar a Venezuela en razón del avance los países vecinos.  

¡Hermanos venezolanos que se mantienen sobre el suelo de la Patria, o de todos aquellos que lo aman desde los más recónditos lugares del Planeta, Venezuela necesita mucho más que sólo admiración y adoración. Nos necesitamos todos integrados y hermanados.-

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