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Jerusalén, encuentro único entre historia y espiritualidad

Desde que uno comienza a subir de las desérticas llanuras de Jericó hacia las colinas de Jerusalén, ubicadas a 750 metros sobre el nivel del mar, se siente cómo el alma se acomoda y prepara para un encuentro único de historia y espiritualidad

Alvaro Montenegro Fortique:

En una entrega anterior les comentaba sobre un viaje que hicimos en estos días a Tierra Santa, a donde fuimos gracias a María Teresa Rosales, directora ejecutiva de la Cámara de Economía Venezolano – Israelí. Hoy les escribiré sobre Jerusalén, ciudad que merece estas líneas aparte.

Desde que uno comienza a subir de las desérticas llanuras de Jericó hacia las colinas de Jerusalén, ubicadas a 750 metros sobre el nivel del mar, se siente cómo el alma se acomoda y prepara para un encuentro único de historia y espiritualidad.

Llegamos en un atardecer bellísimo, y fuimos directamente al Monte de los Olivos, donde tanto rezó Jesucristo. Desde un mirador, perdimos el aliento con las vistas panorámicas espectaculares sobre la ciudad. La vista, en su borde inferior, nos muestra primero el cementerio judío. Está rodeado por los jardines de Getsemaní, y las iglesias de Getsemaní, Pater Noster, y Dominus Flevit. Luego, más abajo, está un cementerio cristiano que apenas se ve. Si seguimos subiendo la mirada, los ojos se emocionan con las espectaculares murallas de la Ciudad Antigua, que parecen reposar sobre un cementerio árabe al pie de la enorme pared. Un poco a la derecha, se nota la Puerta Dorada, tapiada desde el año 1541 por los otomanos. Allí es por donde dice la tradición que entrará el Mesías, el día del Juicio Final. Al terminar de subir la mirada, el Domo de la Roca con su cúpula dorada se destaca más que cualquier otra edificación. Lugar sagrado del islamismo, dice la tradición que Mahoma subió desde allí a los cielos.

Al dejar nuestras maletas en el hotel, nos fuimos caminando hacia un lujoso centro comercial al aire libre llamado Mamilla. Lo atravesamos para llegar a la bella Puerta de Jaffa, que nos abrió las murallas para penetrar en ese mundo increíble de la Ciudad Antigua. Caminamos por un laberinto de estrechas vías peatonales, para llegar al Barrio de los Judíos y terminar en el Muro de los Lamentos, o Muro Occidental, el lugar más sagrado del judaísmo. Contemplar la explanada donde se encuentra, y los fieles rezando muy cerca del muro, resulta un espectáculo conmovedor.

Al día siguiente fuimos a la ciudad de Belén, ubicada en Palestina a unos 10 kilómetros de Jerusalén. Allí conocimos un campo de los pastores, y la Basílica de la Natividad. Esa es una iglesia construida sobre una cueva que la tradición señala como el lugar donde nació Jesús. El lugar es precioso, y después de una larga fila de personas, pudimos descender a la cueva para conmovernos con la vista del pesebre y del lugar donde la Virgen María dio a luz. Ese es un sitio que vale el viaje.

Desde Belén regresamos a Jerusalén para visitar el Museo del Libro, que posee una enorme maqueta al aire libre que representa a la ciudad en la época de Jesucristo. Adentro del museo están los Rollos Manuscritos del Mar Muerto, con los testimonios más antiguo de los textos bíblicos encontrados hasta ahora. Al terminar, visitamos el Museo del Holocausto, que a través de una vivencia sensorial, muestra las aterradoras experiencias de las víctimas del Holocausto. También visitamos la tumba del Rey David y la Iglesia de la Dormición, en el Monte Sion. Allí tuvo lugar la Última Cena, y se instauró la comunión.

Al terminar, después de almorzar, recorrimos la Vía Dolorosa, por la cual pasó Jesús camino al Calvario para ser crucificado. Partimos caminando desde la Puerta de los Leones, para entrar por callecitas muy estrechas a la primera estación, donde Jesús fue condenado a muerte por Pilatos. Allí hay una iglesia conmemorativa. Seguimos caminando una a una las estaciones, con la debida explicación del guía en cada una de ellas, para llegar al Santo Sepulcro, donde Jesús fue crucificado, muerto y sepultado. Este es el lugar más venerado por los cristianos de todo el mundo. Imposible no conmoverse ante la belleza del complejo formado por varias iglesias. Los peregrinos de todo el mundo se agolpan asombrados enfrente a la piedra de la crucifixión, se agachan para tocar la piedra donde reposaron el cuerpo de Cristo al bajarlo de la Cruz, y rezan sus oraciones al entrar en el pequeñísimo recinto del Santo Sepulcro, donde solo caben cuatro personas. En todo el complejo, repleto de fieles, se respira un “ambiente único, difícil de sentir en cualquier otro lugar de Jerusalén” según el portal Civitatis Jerusalén. Esa es una experiencia que todo ser humano debería experimentar, por lo menos una vez en su vida. Vale el viaje.

No hay nada más monumental en Tierra Santa que Jerusalén. Esa es una ciudad que vale la pena mil veces conocer, y mil veces más regresar. Uno regresa de Jerusalén con otra perspectiva de la vida y de la historia. En esa bella ciudad hay muchos lugares que nutren el alma.

Nuestro viaje a Tierra Santa no terminó en Jerusalén, sino que continuó hacia Masada, el Mar Muerto, Haifa y Tel Aviv. Pero esos lugares se los comento en nuestra próxima entrega.-

  • El Universal

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