¿Riesgo o seguridad?
Rafael María de Balbín:
El poeta latino Ovidio expresó, con palabras universalmente conocidas, la dificultad humana para obrar el bien: Veo lo mejor, y lo apruebo, y sin embargo hago lo peor. Y no es el único en señalar esta debilidad en la voluntad humana, que cualquier persona experimenta cuando seriamente quiere realizar un bien costoso. El propio San Pablo pone de manifiesto esta realidad: Porque no sé lo que hago; pues no pongo por obra lo que quiero, sino que, lo que aborrezco, eso hago. Necesitamos ayuda para hacer el bien, no basta con la buena voluntad humana. Y esa ayuda procede de Dios, de su gracia, tal como lo expresó el último Concilio: la libertad del hombre, que ha quedado herida por el pecado, no puede hacer plenamente activa esta ordenación a Dios sino con la ayuda de la gracia divina.
Cada persona humana es dueña de su destino, pues es condición esencial de ese caminante la libertad. Hay una doble libertad: el hombre se mueve libremente para amar a Dios; pero Dios también libremente y amorosamente le proporciona antes su ayuda para que pueda obrar el bien. Sigue diciendo el Concilio: La auténtica libertad es una espléndida señal de la divina imagen en el hombre, ya que Dios quiso dejar al hombre en manos de su propia decisión, de modo que espontáneamente sepa buscar a su Creador, y llegar libremente a la plena y feliz perfección, por la adhesión a Él.
Dios es el autor del don de la libertad y nos enseña cuál es el camino de su ejercicio, a salvo de esclavitudes y cadenas: Si permanecéis en mi palabra, seréis en verdad discípulos míos, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres. Le respondieron: Somos linaje de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: seréis libres? Jesús les respondió: Os lo aseguro: todo el que comete pecado es esclavo del pecado (Juan 8, 32-34). Nos señala el camino, pero no nos fuerza, prohíbe los pecados pero no los impide. Con expresión llena de radicalidad afirma San Josemaría Escrivá que Dios ha querido correr el riesgo de nuestra libertad.
Querer libremente el bien es ejercer el auténtico sentido de la libertad. Ello supone seguir en todo la Voluntad de Dios: querer lo que Dios quiere. Entonces hay paz en el fondo del alma, el gozo profundo de amar el bien, la realización cabal del querer de Dios, que siempre procura para nosotros lo mejor, la certeza del camino, no exenta del riesgo ni de la iniciativa, pero a la vez con abandono confiado y alegre en lo que dispone nuestro Padre del Cielo.
Cabe también la opción negativa: “Responder que no a Dios, rechazar ese principio de felicidad nueva y definitiva ha quedado en manos de las criaturas. Pero si obra así deja de ser hijo para convertirse en esclavo: (…) ningún hombre escapa a algún tipo de servidumbre. Unos se postran delante del dinero; otros adoran al poder; otros, la relativa tranquilidad del escepticismo; otros descubren en la sensualidad su becerro de oro” (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ. Amigos de Dios, n. 34).
Tomar conciencia de la propia libertad expresa el dominio del hombre sobre sus acciones, y ayuda a cumplir amorosamente lo que Dios quiere para cada uno. El caminante asume su libertad y su riesgo. No está eximido de tomar las libres decisiones que nadie puede asumir en su lugar. “Libremente, sin coacción alguna, porque me da la gana, me decido por Dios. Y me comprometo a servir, a convertir mi existencia en una entrega a los demás, por amor a mi Señor Jesús” (Idem, n. 35). Caminantes valientes y bien apoyados.-
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