Virtualidad: una nueva torre de marfil
Horacio Biord Castillo:
Los escritores modernistas fueron acusados de evadirse de su momento histórico. Muchos de sus temas recreaban símbolos e imágenes orientales u orientalistas, como pavos reales, elefantes, palacios, soberanos, princesas y cortes imaginarias, paisajes bucólicos y de ensueño, pero extraños y exóticos, ajenos a las realidades circundantes. A esa evasión se le dio el nombre figurado de torre de marfil para aludir a un refugio imaginario. Al encerrarse en los ensueños, se perdía o distorsionaba la mirada sobre la realidad inmediata o circunstancia histórica y situaciones sociales circundantes. Entre estas, cabe destacar la pobreza, las inequidades, las exclusiones y discriminaciones, el acceso desigual a las facilidades y la falta de servicios. Dicho en otras palabras, se obviaban las condiciones sociales de producción del arte y la literatura. Eso cambiaría profundamente y llegaría el momento de la literatura y el arte comprometidos. De un extremo se pasaba al otro: la subordinación de la intención estética a los presupuestos teóricos, ideológicos y políticos.
Detengámonos, sin embargo, en la evasión modernista por lo que nos puede ayudar a entendernos. Hoy vivimos una creciente situación similar de impredecibles consecuencias. Las realidades virtuales y las redes sociales consumen gran parte del tiempo de muchas personas que nos hemos ido convirtiendo, sin ninguna o escasa conciencia de ello, en seres cibernéticos o ciberciudadanos. Ninguna tecnología anterior se ha integrado tanto a los seres humanos que la utilizan (precisión válida porque hay amplios sectores de la humanidad que no las usan) como las llamadas, en plural, tecnologías de la información y el conocimiento.
Esa relación puede ser descrita como un proceso en ciernes de condicionamiento o dependencia del usuario. En otras palabras, aunque pueda ser visto como una truculencia de ciencia ficción, dichas tecnologías junto a la llamada inteligencia artificial amenazan con limitarnos, subordinarnos e incluso suplantarnos, sustituirnos (que ya en muchos sentidos lo ha hecho) y quizá hasta gobernarnos y seleccionarnos. Se trata de un amplio espectro de temas que merecen mayor atención, estudios prospectivos y atentas reflexiones.
No se trata, por supuesto, de satanizar ni despreciar herramientas de mucha importancia y decisiva ayuda para gran cantidad de procesos sociales, corporativos, gubernamentales, educativos, familiares, domésticos y personales. Tampoco se le debe restar importancia a la concreción de sus posibilidades futuras.
En este momento del desarrollo de las tecnologías cibernéticas pienso que, entre otros aspectos, es ineludible aludir al aislamiento personal que causan las tecnologías cibernéticas, sea ello un efecto buscado o no. Los distintos dispositivos que se emplean para el acceso a las tecnologías cibernéticas pueden generar un aislamiento muy grande a los usuarios. Basta echar una mirada a un sitio público, a una reunión familiar o de amigos, a un espacio compartido por personas relacionadas y ver que con mayor frecuencia las personas dejamos de interactuar y nos concentramos en los aparatos.
Por un lado, se puede tratar del ingreso a espacios virtuales que nos seducen y divierten, pero también nos terminan encantando o hechizando, para decirlo en términos mágicos, y finalmente encadenando. Esos espacios incluyen juegos, aplicaciones variadas incluso destinadas al aprendizaje, materiales de lectura, publicidad, propaganda o hasta erotismo y pornografía, etc. No creo que sea condenable ninguno de esos usos en forma moderada o controlada, lo preocupante empero es la adicción incontrolable que con frecuencia se genera. Esa dependencia puede describirse como un extravío por espacios y laberintos virtuales que terminan por secuestrarnos y hacernos confundir pero también sustituir mentalmente la realidad empírica por las realidades virtuales.
Por otro lado, la comunicación ínter o multipersonal, sin obviar la importancia que esta pueda tener en determinadas ocasiones y circunstancias, deviene en una poderosa racionalización sobre la pertinencia del uso de las tecnologías cibernéticas. Se genera así una ilusión engañosa, justificada casi de manera aparentemente incuestionable por el hecho de que en el fondo estamos relacionándonos con otras personas. Ello encierra ambivalencias, paradojas y finalmente trampas.
Es ambivalente porque tiene valores positivos (comunicación) y negativos (postergación de encuentros posibles, ya que no siempre lo son). Resulta paradójico porque, en el caso de los encuentros personales posibles, el contacto físico, visual, energético, o como se le quiera calificar, y su riqueza y magia se reducen o se producen a medias. Se reiterada postposición puede aislarnos y generar sentimientos de soledad y de una relación remota que los seres humanos no hemos desarrollado social ni culturalmente, apartando drásticas decisiones individuales. Por último, esta ambivalencia y las paradojas que la acompañan se convierten en una trampa: el ser humano y sus sentimientos terminan mediatizados por la tecnología y la virtualidad, por el ser y existir (que incluye quererse, amarse, agasajarse, consentirse, reírse y muchas otras acciones) en distancia.
La torre de marfil personal puede generar situaciones de ansiedad y depresión a las que debemos prestar atención. Es necesario meditar y reflexionar a fondo sobre la evasión de la virtualidad y sus consecuencias a mediano y largo plazo.-
Horacio Biord Castillo
Escritor, investigador y profesor universitario
Contacto y comentarios: hbiordrcl@gmail.com