Recordando a la Madre María Félix
Valmore Muñoz Arteaga (Profesor y escritor):
En su Tratado del amor de Dios, San Francisco de Sales escribe que el Espíritu hace crecer y dar fruto. Las obras del hombre son, efectivamente, muy pequeñas, independientemente de su impacto en otros hombres y poco comparables con la gloria, pero el Espíritu Santo, “que habita en nuestros corazones por la caridad, las hace en nosotros, por nosotros y para nosotros, con un arte tan exquisito que esas mismas obras que son todas nuestras, son más aún suyas, pues como Él las produce en nosotros, nosotros las producimos recíprocamente en Él”. De esta forma nosotros obramos y cooperamos en su acción. Estas líneas, por dos razones que intentaré desarrollar en este artículo, me recuerdan el peregrinaje de la Madre María Félix por este mundo.
La Madre María Félix Torres (1907 – 2001) es la fundadora de la Compañía del Salvador y de los colegios Mater Salvatoris en el mundo. Una obra que sigue desarrollándose, a pesar de las dificultades que suponen. De esta manera, la Madre María Félix ha colaborado con el revoloteo luminoso del Espíritu Santo, haciendo objetivo y tangible el amor de Dios a todos los seres humanos. En tal sentido, podemos decir que fue un instrumento eficaz en el devenir de la humanidad para mayor gloria de Dios.
Precisamente, y por allí quiero comenzar, la Madre María Félix se transforma en un modelo a seguir en estos tiempos complejos y llenos de confusiones. Su tiempo no fue, en modo alguno, favorable. Tuvo que aprender, como también lo hiciera Hermann Hesse, a recoger rosas en el infierno. Abrazada a la esperanza de quien se ha puesto a los pies de la Voluntad de Dios, se dejó seducir por la bondad y dulzura infinita de Cristo, revistiéndose de Él, siendo una con Él. En su corazón, en la intimidad de su ser, la Madre sabía que Cristo es camino, verdad y vida, y apoyándose en esa convicción, tuvo clara conciencia de su misión: “Soy creada para salvar y santificar almas. ¡Cómo me enardece este pensamiento!… Si salvo almas, coopero a la obra de Dios, soy como mediadora entre Dios y los hombres; compañera de Jesús; como otro Cristo. ¡Qué alteza de vocación!… Para ser fiel a ella, para no defraudar a mi Señor: ¡muera a todo afecto desordenado y viva unida íntimamente a Dios!…”
El amor responde a un orden, esto lo sabemos muy bien gracias a San Agustín. Primero el amor a Dios, después el amor al prójimo y a uno mismo; además el hombre justo se caracteriza por poseer un amor “que no ame lo que no se debe amar; ni deje de amar lo que se debe amar, ni ame más lo que se debe amar menos, ni ame igualmente lo que se debe amar más o menos, ni ame menos o más lo que se debe amar con igualdad”. Breves profundas palabras que describen la acción vital de la Madre María Félix, quien fue testimonio de caridad, como virtud teologal, por ello, su proyecto educativo, busca brindar al ser humano, luz para descubrir el camino hacia la meta de la vida humana y el pleno sentido de esta.
Esta búsqueda estuvo siempre estimulada por una fe inquebrantable que la comprometió con la luz de la fe y la esperanza en tiempos de confusiones y oscuridades. El pesimismo de su tiempo entronizado en cruentas guerras, genocidios infames e injusticias que claman al cielo, no la doblegó, pues: “Mi actuación será eficaz si soy santa y lo seré si vivo unida a Dios y entregada a su voluntad. No importa salud ni enfermedad, mandar u obedecer, pobreza o riqueza, vida corta o larga. Lo que importa es cumplir amorosamente la divina voluntad”, escribirá. Cumplirla contemplando los pasos de la Virgen María que conducen, irrevocablemente, a los brazos abiertos y amorosos de Jesús.
Entregada al servicio de la mayor gloria de Dios, su vida se transforma en un faro en medio de las tinieblas que nos hemos fabricado los propios hombres. Una vela llameante que nos ayuda a ampliar la mirada para comprender, como lo comprendió María Félix, que todos los hombres deseamos la felicidad verdadera, pero que la falsa sabiduría de este mundo, auténtica locura, conspira para que no la alcancemos nunca. Por ello, recordar a seres humanos del calibre de la Madre María Félix en medio de la espesura de nuestros tiempos, plagados de violencia y confusión, nos centra en un propósito firme, el mismo propósito de la Madre: buscar, a través de María Santísima, la serenidad, la bondad, la dulzura, la luminosidad de Cristo para mayor gloria de Dios. Mantengamos la fe. Aprovechemos el día. Paz y Bien.-
Maracaibo – Venezuela